Cameron Díaz y John Malkovich dan la cara por el bodrio "vanguardista" que protagonizan
Un magnífico filme polaco y un prometedor balbuceo austriaco abren el concurso
ENVIADO ESPECIALEl star system sigue dominando una Mostra que, según su nuevo director, Alberto Barbera, se propone dar prioridad al arte y al lenguaje cinematográfico. Ayer volaron de aquí la pareja formada por Tom Cruise y Nicole Kidman, pero sus huecos fueron inmediatamente ocupados por otras dos celebridades del glamour hollywoodense, Cameron Díaz y John Malkovich, que vinieron ayer a defender un filme del debutante Spike Jonze titulado Ser John Malkovich, un deleznable y engañoso videoclip que va de vanguardista y se queda en petulante e hinchado.
El concurso arrancó, horas antes de la acogida a los nuevos divos, con dos películas vivas: Periferia norte, de la joven austriaca Barbara Albert, de 29 años, y Una semana de la vida de un hombre, escrita, protagonizada y dirigida por el veterano polaco Jerzy Stuhr, de 52 años, un eminente actor de teatro que ha hecho algunas incursiones en lo mejor del cine de su país, por lo que ha intervenido en célebres películas de Andrejz Wajda, Krysztof Kieslowski, Agnieszka Holland y Krysztof Zanussi. Stuhr, que hace dos años, en la Mostra de 1997, ganó el Premio de la Crítica Internacional por su película Historie Milosne, no estrenada en España, va mucho más allá de aquel excelente trabajo y aporta una obra muy intensa, hipercrítica y admirablemente realizada.Esta notable película, si las intenciones programáticas de esta Mostra fueran más que palabras, debió convertirse ayer en el foco de atracción del día, pero la simple presencia de la guapa Cameron Díaz y del gesticulador John Malkovich -que recibe, y se le nota encantado de conocerse, en Ser John Malkovich un baño de caricias a su vanidad- eclipsaron el primer buen cine que ha llegado aquí con una retorcida y hueca seudopelícula llena de pretensiones de originalidad que terminan en vulgares manierismos de videoclip, que es de lo que entiende su director, Spike Jonze, seudónimo cinematográfico del muy cotizado creativo publicitario Adam Spiegel, poblador habitual de la crónica rosa de Manhattan a causa de su tormentoso noviazgo con la actriz Sophia Coppola, hija de Francis Coppola, y uno de los más renombrados estetas del pop neoyorquino.
Fiel a su papel de iconoclasta de salón, Jonze juega a convertir sus bonitos juegos visuales sobre el rock o el punk y sobre marcas comerciales como pantalones vaqueros Lee, ropa de deporte Nike y automóviles Nissan, en cine "vanguardista". El resultado es una gran abundancia de originalidades inútiles y extravagancias que nada tienen que ver con el vanguardismo. Lo que Jonze finge transitar en Ser John Malkovich es una trillada cuerda de funámbulo, que en nada hace avanzar el lenguaje cinematográfico, en el que es un evidente analfabeto. Pero su película da algunos indicios de listeza, y es presumible que este santón de la modernez aprenderá a estar detrás del celuloide y acabará haciendo piruetas menos mentirosas que la que ha traído a Venecia.
Si en Ser John Malkovich todo es hábil pero falsario, en Periferia norte todo es veraz pero inhábil. Es una película limpia pero desorganizada y artísticamente prematura. Cuenta algo tan grave como que en los arrabales de Viena, como en los de otras muchas ciudades europeas, desde el fin del muro soviético y el comienzo de las guerras balcánicas, se ha convertido en un trágico agolpamiento de despojos humanos rusos, checos, ucranios, bosnios, serbios, croatas, albaneses, polacos, rumanos. El filme refleja que los bordes del corazón del Primer Mundo están ahora mismo cercados por el explosivo nudo corredizo de un nuevo Tercer Mundo que anida bajo nuestros pies y es visible, materialmente perceptible para la mirada de una cámara cinematográfica que sepa huir de las rentables trolas de la fantasía y empeñe la fuerza taladradora de la imaginación, la ficción, en la busca de la verdad.
Zona oscura
Es el mismo espíritu que guía al exacto y amargo ritmo de los Siete días de la vida de un hombre, de Jerzy Stuhr, que entra sin telarañas en los ojos en una zona oscura de la gente con poder en Polonia, en concreto dentro del choque entre la vida pública y la privada de un fiscal general de Varsovia; y de ese choque saltan chispas incendiarias. Como guionista, como director y como actor, Jerzy Stuhr es un artista de altura, con pleno dominio de su oficio y de las ideas -nada contemporizadoras- que se mueven bajo el refinado equipaje de este artista. Es Stuhr un gran cómico, que aporta un trabajo de maestro. Venga lo que venga los próximos días, su nombre está ya situado entre los que no merecen irse borrados en el cesto del anonimato de esta Mostra.
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