Todos a hombros por la puerta grande
Los tres matadores salieron a hombros por la puerta grande. Sí señor: como debe ser. El día que los tres matadores no salen a hombros por la puerta grande parece como si a uno le faltara algo; como si no se hubiese divertido ni nada. Ver salir a los tres matadores andando por la puerta chica da depresión.Menos mal que los tres matadores a hombros por la puerta grande es acontecimiento diario allá donde haya función. Vienen las noticias y, salvo raras excepciones, titulan que los tres matadores salieron a hombros por la puerta grande. A veces se añade el mayoral: "Los tres matadores y el mayoral, a hombros por la puerta grande", dice la noticia, y el lector se siente harto reconfortado.
Román / Cordobés, Barrera, Uceda
Toros de Manuel San Román, absolutamente indecorosos: anovillados, sospechosos de pitones, varios mochos como para rejoneo; muy flojos, sólo soportaron un leve puyazo; docilones.El Cordobés: estocada corta tirando la muleta y rueda de peones (oreja con exigua petición); estocada caída (oreja). Vicente Barrera: estocada trasera y rueda insistente de peones (oreja con exigua petición); estocada baja y rueda insistente de peones (dos orejas, la segunda con escasa petición). Uceda Leal: estocada perdiendo la muleta (dos orejas, la segunda con escasa petición); estocada trasera, rueda de peones y dos descabellos (oreja). Plaza de San Sebastián de los Reyes, 27 de agosto. 3ª corrida de feria. Cerca de media entrada.
No salió a hombros el mayoral en la corrida de San Sebastián de los Reyes pero sí un espectador. Se trataba de un mozo de las peñas, a juzgar por su vestimenta al estilo pamplonés: pantalón y camisa blancos, pañuelico rojo anudado al cuello. La salida a hombros por la puerta grande de este mozo en representación del público estaba más justificada que ninguna de las otras, pues gracias al público se alcanzó en el coso de San Sebastián de los Reyes el balance óptimo de ocho orejas y, luego, la salida a hombros de los tres matadores por la puerta grande.
Los tres matadores, sin embargo, no hicieron mérito para tanto. Los toros (o su representante el mayoral) tampoco. Dice uno toros y le entra un no-se-qué, un qué-se-yo. Hay que andarse con cuidado cuando los juicios afectan a la conciencia pues pueden entrar remordimientos y sobrevenir el yuyu.
Los toros tienen su trapío, sus cuernos, su carné de identidad bamboleante por los bajos, y su dignidad también. Y a un toro no se le puede confundir -sin ofenderlo- con lo que soltaron en el arenizo redondel. Porque lo que soltaron, sobre diminuto y anovillado, de cuernos andaba falto, por puntas lucía muñón, y lo que le bamboleaba en el bajío, francamente,no era para enamorar vacas ni para lanzar cohetes.
Fuerza la tenían perdida, hasta el punto de que la suerte de varas hubieron de simulársela -si llegan a pegarles según la regla seguro que se mueren-, de temperamento iban ayunos y se comportaban con absoluta sumisión a las pretensiones de los toreros.
Tampoco es que los toreros tuvieran excesivas pretensiones. Venían a salir a hombros por la puerta grande, eso es todo. Y para ello se conformaban con dar algún remoto motivo que permitiera al público pedir la oreja y al presidente concederla, preferentemente por partida doble. Los motivos que dio El Cordobés se tradujeron en armarse un lío con su primer novillo después de lograr par de tandas de derechazos de aceptable composición, y moler a trapazos al cuarto, con un glorioso final de faena consistente en pegar unos pases de rodillas, tres saltos de la rana y un cabezazo en el testuz de su pobre víctima.
Los de Vicente Barrera se cifraban en la verticalidad de su estilo, en su impecable compostura, en explayar ciertas suavidades muleteras; mas como se colocaba fuera cacho y no había emoción, la suplió el diestro poniéndose legionario y tremebundo. Y a estos efectos, tras unas porfías encimistas, ejecutó circulares citando de espaldas con reiteración digna de mejor causa. No es que le salieran exquisitos. Llapisera, que en el circular de espaldas alcanzó una de sus más graciosas creaciones -otra fue la manoletina- los daba con mayor fuste a unos becerros que al lado de los corridos en San Sebastián de los Reyes eran auténticas fieras corrupias.
Los de San Sebastián de los Reyes tomaban sin rechistar los derechazos (muchos), los naturales (pocos), los circulares de espaldas, los saltos de la rana y lo que hiciera falta. ¿Un muslo, por ejemplo? Pues también. Esa oferta la hizo Uceda Leal. Después de haber toreado por lo fino, con temple, baja la mano, largo el pase, le entraron los arrebatos tremendistas, explayados mediante muletazos de rodillas, alardes temerarios, y en una de esas, se arrimó y golpeó repetidas veces con un muslo el pitón. Quiere decirse el muñón. Y el abatido novillo, que debía creer que estaba viendo visiones, no dijo ni mu.
La puerta grande se quedó chica para dar franquía a tan gloriosas muestras del arte del toreo.
Babelia
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