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Un festival francés revisa las miradas del posfranquismo

Organizada en la localidad de Lussas, una población de 800 habitantes situada en plena campiña francesa, Los Estados Generales del Cine Documental ha celebrado su undécima edición. Dirigido por el productor y realizador Jean-Marie Barbe, se trata de un festival de cine documental que prescinde de grandes nombres, premios y mercado para atraer a más de un millar de profesionales comprometidos. Este año se proyectaron,unas 130 cintas agrupadas por temas como Filmar la ciencia o El docuculebrón, clásicos españoles y portugueses de los años setenta, bajo la rúbrica Filmes al salir de una dictadura. La programación, diseñada por Gerald Collas, se presentó como un proyecto de mirada sobre la mirada: ¿cómo se aprecian hoy estas tentativas para conjurar dos experiencias de represión cuyo principal punto en común, admite Collas, es su larga duración? Aunque Gonzalo Herralde, autor de Raza, el espíritu de Franco (1978), anuló su conferencia a última hora, las conclusiones finales de los debates apuntaban que tan largo sueño anestesiado llevó al aplastamiento del relieve político. El discurso de La vieja memoria (Jaime Camino, 1977) y de Caudillo (Basilio M. Patino, 1974) les parecía rebotar aturdido entre la palabra falangista, anarquista o comunista; entre la imagen "roja" y la imagen "azul", como los filtros empleados con inconsistencia por Patino. Mejor bienvenida tuvo la ironía del mismo cineasta en Canciones para después de una guerra (1971), que, como Raza..., se mofa sobre todo de la alta cursilería del franquismo, aunque llega a describir la escisión de derechas en los años cincuenta entre los curas y la coca-cola.

Francia y la guerra

Esta reserva posfranquista se ha convertido en los últimos años en materia de análisis de jóvenes cineastas franceses. Florence Lloret viajó al pueblo de su abuelo exiliado, un pueblo que se había atrevido a la colectivización, para entrevistar a Los que se quedaron (1999). Pero tuvo que cambiar de proyecto sobre el terreno cuando los antiguos compañeros no quisieron hablar. Recelos, suspicacias, miradas por encima del hombro, se volvieron el tema de una cinta devastadora. Al contrario, en Diego (1999), otro veterano derrama sus recuerdos ante la cámara de Frédéric Goldbronn. Descubrimos que se trata de un profesional de la memoria y de recuerdos mil veces ensayados, porque Diego Camacho es el escritor Abel Paz.Dos filmes que no se han visto en España y que, según un realizador español que asistió al festival de Lussas, serían impensables. "No existe la voluntad ni, por supuesto, la infraestructura para que los nuestros realicen un trabajo comparable". La historia como tabú y la cautela que así lo garantiza: también ese realizador pidió, al final, que no se publicara su nombre.

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