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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Fábrica de santos

NADA HAY que oponer, en principio, a que el papa Juan Pablo II haya fabricado más santos que todos sus antecesores en la silla de Pedro durante el siglo XX; tampoco se puede objetar nada a que la sede de Madrid, dirigida por el cardenal Antonio Rouco Varela, sea la que tiene abiertos más procesos de beatificación en todo el mundo. Ambos hechos demuestran una cierta vuelta atrás de la Iglesia romana y madrileña hacia los métodos tradicionales de ejemplarizar a los fieles católicos, pero no pasan de ser un síntoma más del modelo neconservador que se ha impuesto en el Vaticano con Karol Wojtila, quien, si bien no pasará a la historia por su finura teológica o su sensibilidad social, ha demostrado, a cambio, gran tenacidad en su lucha contra el comunismo y, todo hay que decirlo, contra algunos aspectos avanzados de la sociedad contemporánea que considera detestables.Pero lo que sí resulta inquietante es la naturaleza y consecuencias sociales de esas beatificaciones masivas que están convirtiendo la diócesis de Rouco en estación de tránsito hacia el cielo. Desde que en 1987 se beatificara a tres monjas carmelitas fusiladas en la guerra civil española, abundan entre los candidatos a los altares religiosos muertos en aquella terrible contienda, que costó la vida a muchos españoles, y no todos del lado de los vencedores. La insistencia del Vaticano y de la Iglesia española en beatificar a los sacerdotes y religiosos del bando nacional parece hoy tan inoportuna como lo pareció en tiempos de Pablo VI, cuando el Pontífice frenó los expedientes de beatificación para no abrir viejas heridas.

Pero la inoportunidad no está solamente en avivar los tristes recuerdos de una guerra fratricida, sino también, y sobre todo, en el anquilosamiento político y social que revela. La Iglesia debería buscar causas menos próximas a la cruzada contra el infiel y más próximas a la realidad social de hoy si quiere aproximarse a una sociedad que, según sus propias lamentaciones, le da la espalda, si quiere encontrar conductas ejemplares que ofrecer a sus fieles. Tiene mucho donde elegir -misiones en el Tercer Mundo, ONG, médicos-, siempre y cuando no limite sus intereses a quienes han elegido la vida religiosa o la contemplación. La obsesión del Santo Padre y del cardenal Rouco por los mártires de la cruzada no ayuda a la Iglesia romana ni a la madrileña.

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