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El premio Nobel catalán VALENTÍ PUIG

Celebraré con un largo brindis la concesión del Premio Nobel a un autor catalán, sobre todo si escribe bien, pero sospecho que así no se va a acabar ninguno de los achaques de la cultura catalana. Se pretende que un Premio Nobel para un escritor catalán situaría la literatura catalana en el mapa universal, pero el precedente de los galardones que la Academia Sueca ha dado a culturas exóticas no parece corroborar esa tesis: lo más probable, al contrario, es que ese autor desaparezca pronto de la memoria de los lectores del mundo, salvo cuando el talento está muy por encima de las dimensiones minoritarias de su origen, con toda probabilidad elegido a efectos geoestratégicos por las singulares normas del damerograma sueco. Dé un paso adelante quien se acuerde de los daneses Gjellerup y Pontoppidan, del suizo Spitteler, del finlandés Sillanpää o de los suecos Martinson y Johnson. Al nigeriano Soyinka, el Nobel quizá le sirva para hacer política, pero la literatura nigeriana no está mejor ubicada en el universo. La literatura catalana debiera competir en calidad y prestigio en el escaparate de las librerías de Europa, y aunque algunos quisieran poner barreras aduaneras en el Ebro, antes necesita consolidarse traducida o reescrita en castellano, de Vigo a Cádiz. Atrincherarse en la medianía de validar una candidatura al Nobel por el apoyo de la asociación de escritores andorranos recuerda los anecdotarios del localismo decimonónico cuando la literatura era cuestión de boticarios y rentistas con problemas de próstata. En estos casos suele venir a cuento una cita de Robert Musil: "El favoritismo para con los escritores locales es también un síntoma de decadencia del concepto de creación literaria". La petición del Premio Nobel para un escritor catalán combina la noble virtud del voluntarismo con la deliciosa capacidad de confundir los deseos con las realidades. Por descontado, la lista de los Nobel concedidos por la Academia Sueca de Literatura desde 1901 contiene autores de una entidad literaria inferior a la de unos cuantos escritores catalanes, como ahora puede también haberlos. Seguramente sea conveniente hacérselo saber como mejor se pueda a esos académicos suecos que se reúnen en el edificio de la Bolsa Real, auspiciados por el lema Genio y gusto de la Academia. Aun así, la lista de los escritores de literaturas minoritarias que fueron galardonados y nunca más se supo de ellos es casi tan larga como la de grandes escritores que jamás fueron premiados, de Borges a Nabokov. Tampoco consiguieron nada aquellos escritores que previamente a la proclamación anual intentaron seducir a los miembros del jurado enviándoles sacos de pistachos, dedicatorias sonrojantes, frutas exóticas o delegaciones de naturaleza orfeonística Salvador Espriu fue uno de los últimos escritores catalanes que iban a ser aupados a la candidatura del Nobel por una estrategia de signo catalanista, en tiempos de dictadura. Anteriormente lo fue Josep Carner, en el exilio. El cuarto volumen de su epistolario contiene algunas de las vicisitudes ejemplares de una energía notoriamente derrochada aunque la causa fuera la más grata del mundo. Pocos autores catalanes habrán sido tan nobelables como Carner, a pesar de que uno pueda sospechar que su poesía -como tantas otras, de la mejor calidad- no viaja del todo bien. En los años sesenta, la campaña para la candidatura de Carner al Nobel tiene sus bajones y sus ingenuismos. El Patronato pro Premio Nobel a Josep Carner estaba presidido por Jordi Rubió y le acompañaban el padre Batllori, Foix, Pere Quart, Espriu y Marià Manent, entre otros. Actuaba como secretario Joan Coromines, quien mantiene informado al poeta en el exilio. Un experto consultado por la Academia Sueca -explica Coromines- consideró de poco interés la obra poética de Carner -la consideraba simbolista, de otro tiempo- y recomendaba como premiables de mayor entidad a Gironella, Ana María Matute y Juan Goytisolo, dando manifiesta prioridad a Ramón Sender, hoy tan maltratado. Aquel experto anónimo dijo respecto a conceder el Nobel a Carner: "Sería servir los intereses cantonalistas de unas provincias que jamás se sienten ahítas de sus privilegios. Yo, que me considero por muchos motivos catalán, detesto este orgullo provinciano que no se contentaría con menos que con romper la unidad de España". Quizá ahí pueda detectarse el impacto angustiado de la lectura de Mr. Witt en el cantón, de Sender, pero hablar de provincianismo con relación a Josep Carner resulta ligeramente abusivo. En 1963, el propio Carner habla en una carta de su derrota al no haber sido candidato para el premio y da carpetazo al asunto. En la práctica, la campaña pro Nobel para Carner es poco indicativa para los aspirantes actuales, aunque sólo sea porque no existe aquel exilio ni existe la unanimidad aproximada que se producía en las etapas del resistencialismo catalanista a la hora de buscar causas y lemas. Las circunstancias han variado mucho, salvo que ni ayer ni hoy puede confirmarse que un Nobel dé rango de universalidad a una cultura. Tampoco ha cambiado otro dato: el uso que el nacionalismo hace de la literatura como si tuviera derecho a pedirle otro peaje que exigirle calidad. Al hablarle por primera vez de la campaña, Joan Coromines le escribe a Carner: "Ara ens faria falta un premi Nobel de literatura. Ens convé que soni el nom de Catalunya". La alta dignidad del empeño no elimina la sospecha de que lo importante no era la poesía de Josep Carner, sino un objetivo más en el diseño constructivista del nacionalismo, la necesidad urgida de lo histórico, la conveniencia de un eco que ineluctablemente estaba por encima de los individuos y de la pequeña patria de sus poemas. "Sigui com sigui, això ha d"anar endavant perquè la vostra obra ja pertany a Catalunya, i Catalunya la necessita urgenment". En materia de urgencias, expropiar el copyright y utilizar a los poetas casi nunca ha dado mucho resultado.

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