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CATÁSTROFE EN TURQUÍA

A la busca de susurros en los restos de Golcuk

Una unidad de rescate española intenta captar con sus micrófonos el último aliento de los sepultados por el seísmo

Juan Carlos Sanz

Cuatro días después del mortífero terremoto de Turquía, todos llevan mascarilla en la nauseabunda atmósfera de Golcuk, la ciudad de la provincia de Izmit que ha sufrido la mayor destrucción. El caos se apoderaba al mediodía de ayer de sus ruinas cuando la temperatura rondaba los 35 grados. Las ambulancias y las palas excavadoras apenas podían abrirse camino entre los kilométricos atascos organizados por los que huyen de la devastación y quienes acuden a auxiliar a las víctimas. Los cadáveres se pudren deprisa bajo los escombros, mientras miles de personas siguen viviendo a la intemperie bajo lonas y plásticos.En medio del hedor de este infierno, unos hombres pedían silencio para intentar salvar una vida. "Decidle que se calle. Està parlant amb un gos [está hablando con un perro]", exigía el técnico de escucha del equipo de rescate de los bomberos de la Generalitat de Cataluña mientras auscultaba las entrañas de una montaña de cascotes. Su compañero se hallaba al otro extremo del edificio, a una distancia que hacía inaudibles sus palabras para tranquilizar al animal de localización de supervivientes. Pero el sensible geófono escrutaba los más tímidos murmullos.

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La mayor parte de los 55 expertos españoles destacados desde el miércoles en la ciudad costera de Yalova, donde lograron rescatar con vida el jueves a una persona atrapada en su casa durante más de 60 horas, fueron enviados ayer con urgencia a la ciudad costera de Golcuk, de unos 15.000 habitantes. "Los perros de detección no han marcado la presencia de ningún superviviente, pero con los micrófonos introducidos entre los escombros, tal vez se pueda captar si aún queda alguno ahí debajo", explicaba un bombero, "así fue como rescatamos a una mujer en Yalova". Salieron tan deprisa de Barcelona que algunos se olvidaron del pasaporte. Pero los aduaneros del aeropuerto de Estambul hicieron la vista gorda y les franquearon la entrada al país. En total, hay más de 110 expertos en rescate españoles actuando en Turquía. Además del equipo catalán y de los bomberos de Huelva que operan en Sakarya, 40 kilómetros al este de Izmit, hay grupos de rescate de Protección Civil de Madrid, Asturias y Granada. Un equipo de Médicos Sin Fronteras, según fuentes del consulado español en Estambul, se prepara también para desplazarse en las próximas horas a Turquía.

El silencio que reina en la calle de Saglam, en Golcuk, sólo es roto de tanto en tanto por el estrépito de los radiotransmisores o por la sirena de alguna ambulancia. Una hilera de cuatro edificios de cinco pisos se vino abajo nada más producirse el terremoto, mientras una explosión de gas desataba un incendio. "Está muerto; sus restos están quemados", certifica otro bombero de la Generalitat después de una operación de desescombro en el inmueble.

"La situación es caótica. Tenemos una lista de casas que hay que inspeccionar, pero los vecinos nos piden que acudamos a otras zonas. Lamentablemente, no podemos desviarnos de las prioridades que nos marcan los responsables turcos", explica el jefe de la unidad, el subinspector Bienvenido Angulo. En su opinión, todavía hay posibilidades de encontrar supervivientes en los próximos tres o cuatro días. "Todo depende del tipo de derrumbe que se haya producido. Por ejemplo, ayer rescatamos cerca de Yalova a una mujer de 72 años que se había quedado atrapada en su dormitorio. Salió hablando después de siete horas de trabajo de desescombro. La habitación, de dos metros y medio de altura, se había quedado aplastada hasta dejar una cámara de aire de unos treinta centímetros. Le tocó la lotería", relata el subinspector.

Los miembros del equipo enviado por la cooperación internacional española aseguran que han trabajado 40 horas en apenas dos días, mientras se instalan sobre el polvo en el estadio de fútbol de Golcuk. "No tenemos mucha agua para lavarnos, pero la gente nos da las gracias por la calle", asegura uno de ellos, que considera que, a pesar de la precariedad de muchas edificaciones, la gran magnitud del terremoto fue la responsable de la devastación que ha sufrido el noroeste de Turquía.

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Durante el rezo islámico del mediodía del viernes, los imames llamaban ayer a la solidaridad. Los convoyes militares, de transporte de maquinaria pesada y de ayuda humanitaria recorren sin cesar la autopista que enlaza Estambul con la región de Izmit. Las autoridades civiles, desbordadas por las críticas a su ineficacia en los primeros momentos del siniestro, ordenan quemar la basura a las afueras de las ciudades y distribuyen mascarillas para cubrirse las vías respiratorias. Aún no se han desatado epidemias, pero ayer, varios miembros de una misma familia bebían agua de una cañería rota en medio de una calle de Golcuk. De vez en cuando, un helicóptero militar se posaba ayer sobre las colinas próximas a esta ciudad portuaria para evacuar enfermos hacia los hospitales de Ankara o Estambul. Desde esas alturas, en el epicentro del dolor, se divisaba cómo la refinería de Izmit lanzaba aún sus últimas humaredas tóxicas sobre una devastada región industrial construida sobre una cicatriz abierta en la corteza terrestre.

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Sobre la firma

Juan Carlos Sanz
Es el corresponsal para el Magreb. Antes lo fue en Jerusalén durante siete años y, previamente, ejerció como jefe de Internacional. En 20 años como enviado de EL PAÍS ha cubierto conflictos en los Balcanes, Irak y Turquía, entre otros destinos. Es licenciado en Derecho por la Universidad de Zaragoza y máster en Periodismo por la Autónoma de Madrid.

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