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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Ruleta rusa

El defenestrado primer ministro ruso, Serguéi Stepashin, declaraba hace unos días a Izvestia que "convertirse en la mayor república bananera del mundo no es una perspectiva halagüeña". Los hechos apoyan su temor. Hace tiempo que Rusia dejó de ser un Estado fiable, en el sentido que las relaciones internacionales otorgan a las predicciones de los asuntos públicos en un país determinado; que en este caso fue además gran potencia y estuvo claramente vertebrado. Por eso, la destitución de Stepashin es sólo una sorpresa relativa, aunque sí lo sea que la sucesión haya recaído en Vladímir Putin. La caída de Stephasin ya se rumoreaba desde hace semanas. Es, ni más ni menos, que la cuarta vez en año y medio que el todopoderoso y perpetuo enfermo presidente ruso cambia de primer ministro. La condición de jefe de Gobierno en Moscú es hoy el cargo interino por antonomasia. Aun así, la cosa no tendría mayor relevancia si fuera el argumento de una opereta o sucediera en un lugar que no se encuentra en los mapas. Pero ocurre que Rusia, miembro destacado del Consejo de Seguridad, es todavía un formidable arsenal nuclear, y que su acusada caída libre (estremecen los datos sobre la penuria de sus ciudadanos y el rotundo descenso en su esperanza de vida) afecta no sólo al propio gigante euroasiático, sino a la estabilidad de medio mundo. El país evita la bancarrota gracias a la obstinación del FMI por seguir arrojando dólares a un pozo sin fondo; pese a lo cual, como se acaba de conocer detalladamente, se ha utilizado el dinero de la comunidad internacional, manejado a través de paraísos fiscales, para el mayor enriquecimiento de algunos oligarcas de los que mueven los hilos del poder. El nuevo golpe de efecto de Yeltsin se produce, además, en un escenario crispado por la creciente agitación de Daguestán, en el inestable Cáucaso Norte, donde la guerrilla íslámica independentista amenaza con desencadenar una nueva Chechenia. Stepashin fue designado en mayo pasado en medio de una gran confusión. Algo parecido sucedió ayer con el nombramiento de Putin, otro leal, 46 años, aunque esta vez el errático jefe del Estado le ha investido como su candidato a las elecciones presidenciales del año próximo, el verdadero punto de inflexión en Rusia, dados los poderes que concentra el cargo. El ex espía del KGB, si es confirmado por la Duma -dominada por los comunistas y a la que Yeltsin ya humilló hace tres meses-, deberá gestionar antes los comicios generales de diciembre, cuya sombra planea sobre el tobogán de intrigas moscovita. La nueva voltereta no es ajena a las grandes maniobras preelectorales. El finado Stepashin no ha sabido impedir la eclosión de una alianza entre el alcalde de Moscú, Yuri Luhzkov, y un influyente grupo de gobernadores regionales para intentar hacerse con el control del Parlamento. Y de la presidencia. Se les podría unir como estandarte el ex primer ministro Yevgueni Primakov, otro ex espía y el hombre más popular de Rusia tres meses después de haber sido despedido por Yeltsin. La flamante coalición amenaza los planes de futuro del Kremlin y del poderoso clan de intereses en torno al presidente, al que se conoce como la Familia y cuya eminencia gris pasa por ser el magnate Borís Berezovski. Todo sugiere, pues, que la malherida Rusia traspasará el siglo en el ojo del huracán.

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