A la sombra del Txindoki
Entre las cimas del País Vasco hay algunas míticas por su altura, su ubicación o su particular aspecto. A bote pronto, cualquier interlocutor respondería Kolitxa, Gorbea, Anboto, Aitzgorri, Ernio o Txindoki. Ésta última, aunque es una de las cumbres más impresionantes de Guipúzcoa, no habría entrado con ese nombre hace 70 años. Entonces, era nombrado Ñañarri o Larrunarri, pero se ve que el nombre de la chabola de pastores más cercana a la cima tenía más gancho porque, en pocos años, Txindoki se ha convertido en el nombre exclusivo del monte más conocido de la sierra de Aralar. La ascensión al Txindoki se hace así inevitable para el aficionado al monte, sin que sean precisas especiales cualidades alpinistas para llegar a sus 1.346 metros de altura, que dominan la frontera con Navarra y buena parte de los caminos en otro tiempo frecuentados por peregrinos que acudían a Santiago. Los pueblos de la zona dan buena muestra de este tráfico: Abaltzisketa, cuyas primeras noticias proceden del siglo XIV, cuenta con el pórtico de la iglesia (una de las mejores muestras del Románico guipuzcoano) construido dos centurias antes; o la ermita de San Martín de Tours de Amezketa, advocación francesa que indica la importancia del camino adyacente. A su lado pasa una de las viejas rutas que daban entrada a la sierra de Aralar por el paraje de Larrondo. La advocación de la ermita de Larraitz, sin embargo, es Nuestra Señora de los Remedios. Este templo es el que ve el montañero antes de iniciar el ascenso al monte. La Andra Mari de Larraitz es especialmente venerada por los pastores de Aralar, además de por los vecinos de Abaltzisketa, Amezketa, Zaldibia y los otros pueblos de alrededores. Esta devoción procede de los numerosos milagros que, según se cuenta, hizo la Virgen, cuya imagen actual, gótica, procede de la parroquia de Bidegoian, donde unos trabajadores que reparaban la techumbre encontraron la talla. Desde aquí, poco menos de mil metros quedan hasta la cima. Las leyendas salpican los principales hitos del ascenso al Txindoki desde la salida en Larraitz. En Neskarri se cuenta que existía una fuente a la que acudían los vecinos de los caseríos cercanos, hasta que un día, mientras una joven llenaba su cántaro, le cayó una piedra encima (la misma que hoy se ve) y la aplastó, perdiéndose el rastro tanto de la chica como de la fuente y dando origen a la denominación del paraje. Sigue el ascenso por Urzabal-goikoa, Arlepo, Mallaki..., mientras se perfila cada vez más impresionante la figura del Txindoki. Tras pasar dos derruidas bordas de pastores se llega al valle de Muitze, majada pastoril desde donde se enfila el último tramo del ascenso, aunque antes haya que visitar la cueva de Marizulo. Como cima mítica que es la del Larrunarri -como Murumendi, Udalaitz, Aizkorri o Anboto- también contó con una residencia para la diosa Mari. Para quienes no hayan quedado satisfechos con la subida, la sierra de Aralar ofrece otras cumbres, destacando el Auza Gaztelu, menos llamativo que el Larrunarri, pero con el atractivo de las ruinas de un castillo en su cima, uno de los que entregó Guipúzcoa en el siglo XIII a Castilla, cuando dejó de pertenecer a Navarra. Es un fuerte circular, de unos tres metros de diámetro, que controlaba este paso de montaña de la gran calzada de Oidui. El lugar no se salva de la mitología popular y es conocido también como Gentilen sukaldie, la cocina de los gentiles, esos gigantes de las montañas y de los que proviene el mito del Olentzero. Los encantos de la zona no se quedan en el Txindoki y el resto de la sierra de Aralar. Para los que no gusten de subidas, los pueblos a la sombra del Larrunarri ofrecen atractivos arquitectónicos, aunque sobre todo paisajísticos y gastronómicos. Abaltzisketa, como los otros, cuenta con una excelente vista del Txindoki, que se puede hacer sin moverse mucho del pórtico de su iglesia. En Amezketa, cuna natal del bertsolari y escritor Fernando Bengoechea, Pernando Amezketarra (1764-1823), se conservan edificios con solera, como la casa Jauregui o la iglesia parroquial de San Bartolomé. E incluso el poco aficionado a caminar puede disfrutar de las campas de San Martin o de las de Larrondo, a las que es posible acceder en automóvil. Pero lo que no se puede perder nadie que acuda a Amezketa, si puede, es la degustación de los mondejus, morcillas típicas de esta villa que también se pueden degustar en Zaldibia,ya en el Goierri -Abatzisketa y Amezketa forman parte de la comarca de Tolosa-. Así, aunque la fama se la lleven su perfil alpino y su costosa ascensión de algo más de dos horas, el Txindoki, Larrunarri o Ñañarri se muestra como una excelente excusa para visitar algunas de las villas más interesantes de Guipúzcoa.
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