Reconstrucción balcánica
Va a ser difícil porque allí, en los Balcanes, y en Kosovo especialmente ahora, todos se acuerdan de todo y piensan que jamás podrán vivir sin definir sus conductas por lo que ha sucedido. Porque ha sido demasiado lo que ha pasado. Son muchos los que están identificando a sus seres queridos por los empastes molares y por algún objeto medianamente duro en cuerpos pestilentes sin signos de identidad. Quien ahora se aterrorice por las crueldades que albanokosovares están cometiendo, en gran parte delincuentes comunes, crímenes intolerables, debiera recordar lo que ha pasado en los últimos años. Los muertos de las últimas semanas son, sin duda, demasiados. Y los detenidos por estas atrocidades, muy pocos. Pero resulta procaz comparar la violencia de las últimas semanas desde que las fuerzas internacionales de la Kfor están en Kosovo con la violencia organizada, genocida y bestial de los meses anteriores. Los muertos en los Balcanes no son sólo los últimos, tan trágicos como los primeros. Los muertos, todos, incluidos los 14 serbios de Gracko, son el terrible testimonio del curso político en el que los Balcanes quedaron sumidos a partir del momento históricamente tremendo que fue la caída de los regímenes comunistas. Centroeuropa tuvo éxito.
Los Balcanes pueden tenerlo también. No hay ninguna perspectiva más nefasta y menos justa que la que condena a la región a la guerra y la tragedia indefinida. Ahora, en Sarajevo, símbolo de la resistencia y también de la perversión nacionalista agresiva, se han reunido los jefes de Estado de los países que vieron que la tragedia balcánica estaba muy cerca de comprometer todo el futuro europeo en el umbral del siglo XXI.
Críticas justificadas
Miserias, críticas perfectamente justificadas y ataques ideológicos aparte, está claro que Europa se ha jugado y juega su propia estabilidad y prosperidad en una zona tan ninguneada y pertinazmente incómoda como son los Balcanes.
Por eso precisamente, hasta los más desasistidos en su perspectiva histórica entre los dirigentes occidentales reunidos en Sarajevo saben que la intervención militar sólo fue un primer paso hacia la estabilidad de la región.
El futuro en la zona está más abierto que nunca. Podemos incorporar a la región a la bonita, aunque dura, aventura de integración europea. Podemos dejar también que los Balcanes se vuelvan a pudrir como los cadáveres que todos los días se encuentran entre los maizales de aquellos preciosos valles. Es lo que está en juego.
Sin un efecto muy rápido en el bienestar, los Balcanes volverían a estallar. Ni los albaneses ni sus vecinos han estudiado en Eton ni conocen a Isaiha Berlin ni a san Ignacio de Loyola. Si no hacemos nosotros que funcionen las cosas, ellos aplicarán su implacable lógica del menesteroso.
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