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Europa: ¿Un sujeto político global?

En la era de la globalización o se es un sujeto global o se vive subordinado o en la esfera de influencia de quien realmente lo es. Hoy por hoy sólo existe uno, a nivel político, que tenga todos los atributos y capacidades para ejercer como tal y son los EEUU. Hasta hace poco existía otro, en apariencia equivalente, que era la desaparecida URSS. Digo en apariencia porque si bien la URSS actuaba a nivel planetario sobre la base de su poder político-militar, económicamente era un gigante con pies de barro, como se ha comprobado recientemente. Existen, también, otros sujetos políticos que sin ser todavía globales aspiran a serlo, se mantienen independientes, y poseen las condiciones para llegar a ejercer de tales como es el caso de China y quizá de la India, aunque sólo sea porque entre ambos suman un tercio de la humanidad.El caso de Europa es singular. Durante siglos algunas de las naciones que la componen han ejercido la hegemonía en el mundo, ya fuese España en elXVI, Francia en elXVII yXVIII, Inglaterra en este último siglo y en elXIX. Pero esas hegemonías no eran las de un sujeto político global en el sentido moderno del término que yo pretendo darle sino a través del estado-nación más fuerte en cada momento de los periodos señalados. Eran, en consecuencia, sujetos políticos locales con capacidad de dominio sobre otros más débiles. Pero en la actualidad se trata de otra cosa.

La nueva situación se inicia a partir de la terminación de la IIªgran guerra y se ha acelerado en los últimos años. Los avances en la ciencia y la tecnología que ya estudiara en los años sesenta Radovan Richta en la obra colectiva La civilización en la encrucijada, el desarrollo espectacular del capitalismo financiero, la revolución en la información, la globalización creciente de todos los procesos productivos y de los mercados ha puesto en solfa a los estados-nación, creación de las burguesías en el sigloXIX. Estados-nación que eran -y pretenden seguir siendo- el espacio económico-político en el que se resolvían o no las contradicciones de nuestras sociedades. Pero en la actualidad esto ya no puede ser así. Las grandes cuestiones a las que se enfrentan nuestros países y no digamos la humanidad: la desigualdad creciente; enfermedades como el sida y otras; el crecimiento sostenible; la seguridad de las personas; la defensa e incluso el empleo no tienen solución en el estricto marco nacional. Y esto es así porque los problemas, como nudos de contradicciones que son, necesitan un espacio idóneo de resolución en función de la naturaleza y complejidad de los mismos.

Pues bien, una parte de Europa ha ido creando a lo largo de estos últimos 43 años una unidad monetaria y, en parte, económica, que le ha permitido transformarse en un auténtico sujeto económico global, cuyo eslabón más reciente ha sido la moneda única, el euro, con pretensión de competir con el dólar como moneda de reserva y de refugio. Nadie pone en duda que la UE es ya una potencia comercial, tecnológica, monetaria y hasta económica aunque no tenga un "gobierno de la economía". Pero no es desde luego un sujeto político global, ni tan siquiera un sujeto político a secas. Y ésta es, en mi opinión, la gran deficiencia de la UE y su gran riesgo. Porque no se puede ser durante toda la vida una potencia económica sin serlo políticamente y, desde luego, no se puede ser un sujeto económico global sin serlo política y militarmente. El euro, por ejemplo, dejará de ser a la larga una moneda independiente de referencia, y no podrá competir con el dólar, si la UE no se convierte en una potencia política. Por lo tanto, la UE se tiene que transformar en un sujeto político global, como los EE UU y en el futuro China y otros. Tiene el territorio la población, la fuerza económica, tecnológica y cultural para ello. Es, por lo tanto, una cuestión de voluntad política o mejor dicho de ser capaces de superar los obstáculos que se entrecruzan en este camino. Y el mayor de ellos es quizá la actitud de los actuales dirigentes políticos euopeos que se resisten a salir de la lógica del estado-nación -donde ellos creen tener un poder que no tienen- para pasar a la lógica del sujeto político global -en el que realmente tendrían poder aunque fuese compartido.

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Mientras nos movamos en esta lógica menor, los ciudadanos no mostrarán gran entusiasmo por la construcción europea. Lo hemos comprobado en las últimas elecciones al Parlamento de Estrasburgo. La abstención ha sido copiosa, en algunos casos escandalosa. Es muy difícil estimular al personal sólo con cuestiones económicas y monetarias. La gente necesita un proyecto, un discurso político y social europeo y autónomo, una idea de Europa atractiva para el próximo siglo y no este pragmatismo sin ideas que lo marchita todo. La UE no puede ser toda la vida un protectorado USA en materia de seguridad y defensa, no puede tener quince voces ante los múltiples retos exteriores a los que se enfrenta. Tiene que ir elaborando una política común sobre los Balcanes, Oriente Medio, el Mediterráneo, América Latina, Rusia, China, EEUU y así sucesivamente, construyendo un acervo común de política exterior independiente, financiando los medios de seguridad y defensa idóneos a ese objetivo. No se trata tanto de tener una identidad de defensa sino una capacidad de defensa.

Ahora bien, los problemas que plantea el nacimiento de un sujeto político global no se resuelven con un Mrs. Pesc, aunque esa figura suponga un paso adelante. Un sujeto-poder político democrático, con capacidad de decisión y ejecución en su ámbito competencial, tiene que ser emanación de los ciudadanos, de la voluntad popular de los europeos y su actuación debe de estar controlada por las asambleas legislativas elegidas por éstos. Éste es el paso que cuesta dar, que costará dar pero que habrá que dar si no queremos que el proceso de construcción europea entre en decadencia y se quede en un espacio económico-monetario con políticas más o menos coordinadas y sometidas, en lo esencial, a otros. No es ese, en mi modesta opinión, el destino al que aspiran los europeos.

Nicolás Sartorius es vicepresidente de la Fundación Alternativas.

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