El huracán Van Morrison descarga maravillas
Era previsible: Van Morrison triunfó por todo lo alto en San Sebastián. Tenía que hacerlo muy mal el de Belfast para que el público que había sudado su entrada no se dejara arrastrar por el vendaval. Van Morrison no sólo no lo hizo mal, sino que arrasó con un concierto impecable, que cayó sobre la abarrotada plaza de la Trinidad con más contundencia todavía que la tormenta que la noche anterior había convertido la actuación de Shakti en un espectáculo de agua, luz y sonido. Un huracán pasó por la Trini, un huracán repleto a rebosar de jazz, blues, rhythm and blues y soul, es decir, todos los ingredientes que el público esperaba ansioso desde hacía tiempo. Las entradas se habían agotado el mismo día en que se pusieron a la venta y durante un par de meses todo San Sebastián parecía buscar una entrada. Esa misma tarde del martes se llegaron a pagar 20.000 pesetas por una localidad. El cielo de un gris amenazador no descargó su furia, los chubasqueros repartidos previsoriamente por la organización se convirtieron en un recuerdo del evento y un Clark Terry soberbio ofició de telonero de lujo. El veterano trompetista ofreció un concierto amable (el público no era precisamente jazzístico) y se metió a la concurrencia en el bolsillo con su buen humor y un swing vibrante, por el que tamizó, incluso, un celebrado Cielito lindo.
Hielo derretido
Van Morrison apareció, pasadas las nueve de la noche, totalmente vestido de negro, tocado con un amplio sombrero y con gafas de sol a pesar de la oscuridad. Comenzó algo frío y al público le costó un poco entrar en el concierto tal vez por una acumulación de baladas de tono jazzístico o por sus iniciales versiones, un tanto heterodoxas, de temas tan emblemáticos como Moondance. Hacia la mitad de la actuación el hielo se había derretido y la Trinidad vibraba como pocas veces. A partir de ahí todo fue un crescendo que abocó en un final apoteósico que, por supuesto (nobleza obliga), no fue coronado con ningún bis a pesar de la ovación inicial, convertida en bronca cuando la locutora de turno anunció el final del concierto.Morrison permaneció impávido ante el micro durante los 90 minutos de actuación. Sólo giró el cuerpo para beber de un vaso de cartón o coger su armónica, con la que hizo varios solos. Recuperó algunos estándares jazzísticos (especialmente, una penetrante Georgia on my mind), se paseó por sus propios éxitos, homenajeó a James Brown y permitió que en todo momento sus músicos se explayaran a placer. Ése fue, probablemente, el punto más débil de la velada, ya que no todos sus acompañantes actuales están a la altura de poder hacer solos en cada tema, y menos aún en un festival de jazz. La nueva banda de Morrison suena sólida, pero le falta la chispa que le otorgaban nombres de tanto calado como Georgie Fame o Pee Wee Ellis. Se nota su ausencia.
Salvando ese detalle, la propuesta de Van Morrison sigue siendo tan contundente como de costumbre. Su voz se rompe, una y otra vez, en un estremecimiento contagioso sobre un repertorio plagado de pequeñas maravillas. Sencillamente apasionante.
En San Sebastián, el huracán Morrison justificó plenamente la locura Morrison que le había precedido.
Babelia
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