Cuestión de matices
JOSÉ RAMÓN GINER En Madrid, un grupo de arquitectos se ha manifestado para protestar por el derribo de un edificio de Miguel Fisac. Tenía esta construcción de Fisac, la Pagoda, un carácter sobresaliente que la hacía muy valorada entre la profesión. En una muestra de arquitectura moderna, organizada, años atrás, por el Museo de Arte Moderno de Nueva York -el famoso MOMA-, la Pagoda fue la única representación española. Al Ayuntamiento de Madrid, sin embargo, no debieron parecerle suficientes estos méritos y ha autorizado la demolición del edificio que enseña, estos días, su esqueleto de hormigón a quien circula por las proximidades de la autopista de Barajas. A mí me parece que los arquitectos madrileños han hecho muy bien protestando por este atropello. No creo que su acción sirva para impedir la ruina del edificio de Miguel Fisac, pero quizá contribuya a crear una conciencia ante este tipo de desmanes. Si los arquitectos alicantinos se hubieran manifestado cada vez que nuestro Ayuntamiento ha consentido la demolición de algún edificio meritorio, no les habría quedado mucho tiempo para dedicarse a la profesión. Pero, hasta hace muy poco, los arquitectos alicantinos apenas se ocupaban de otra cosa que no fuera proyectar. Los asuntos de su ciudad no les inquietaban demasiado. Algunos, incluso, agradecían el río revuelto que habitualmente ha sido nuestro urbanismo. Por fortuna, la situación ha cambiado y hoy es frecuente leer sus opiniones en los periódicos o encontrarnos a alguno de ellos encabezando una campaña contra la ubicación de un palacio de congresos en el monte Benacantil. Para evitar que se produzcan nuevos casos como el ocurrido con la Pagoda, los arquitectos madrileños pretenden elaborar un inventario de edificios a proteger. Yo no se lo aconsejaría. Es más, si lo llevan a cabo, les aseguro que cometen un tremendo error. Hace algún tiempo, el Colegio de Arquitectos de Alicante produjo un catálogo similar que se ha convertido en una guía utilísima de edificios a derribar. Repasar hoy sus páginas es una elegía al Alicante que pudo ser. Por alguna razón incomprensible, los españoles tendemos a destrozar nuestro pasado. Los alicantinos, particularmente, nos hemos entregado con fruición, durante generaciones, a esta labor tan singular. El resultado es una ciudad absolutamente moderna, impersonal, sin historia urbana. Hay quien dice que estos desmanes se evitarían con una mejor educación de los alicantinos. Es una tarea complicada. Quizá fuera más sencillo educar a nuestros alcaldes. Alicante ha sido una ciudad de alcaldes poco cultos, deslumbrados por los cascabeles de la modernidad. Si cada vez que elegimos a un alcalde, se le obligara a hacer un viaje de estudios por algunas de esas ciudades que han sabido resolver su urbanismo, adelantaríamos mucho. Estoy convencido que un paseo del señor Díaz Alperi por las calles de Barcelona, puede hacer más por el futuro de Alicante que varias toneladas de teoría urbanística. Incluso es posible que a su regreso, hubiera desistido de su obsesión por embutir un palacio de congresos en el Benacantil. Me parece difícil. Sobre todo, porque no veo yo en el señor Díaz Alperi otra voluntad que no sea la de construir de cualquier forma. Cuando Maragall pensó hacer la Barcelona del siglo XXI, puso el urbanismo en manos de un hombre como Oriol Bohigas. Díaz lo ha dejado en las de Pepe Pamblanco. Cuestión de matices.
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