Aburrirse sin remisión
Nada más aparecer el primer novillo se tuvo la impresión de que aquello iba a resultar un aburrimiento. Tampoco hacía falta ser demasiado perspicaz: apareció y ya nos estábamos aburriendo.Son esas tardes de toros, tan abundantes hogaño, en las que el aburrimiento se presenta sin remisión. Con los elementos que se barajaban, o una pegaba la hebra con el vecino de localidad o procuraba solazarse contemplando el trapío de la rubia (eso en el caso del espectador pues, si espectadora, la alternativa era admirar el trapío de un servidor), o no había tu tía. Los novillos se caían de puro inválidos; los novilleros echaban para atrás de puro plúmbeos.
Sería justo exceptuar al valenciano Sergio Navarro, que irrumpió decidido y alegre. Lanceó bien a la verónica, pasó al natural con cierta ligazón, y si los novillos no embestían, embestía él, dicho sea con todos los respetos.
Segura / Coelho, Vilariño, Navarro
Novillos de Teófilo Segura, con peso y cuerpo, pero muy cómodos de cabeza, en general gachos brochos y escasos de pitones, inválidos totales la mayoría de ellos, borregos; 5º, sobrero del mismo hierro, en sustitución de un inválido, de más presentable cabeza, flojo, noble.Mario Coelho: estocada trasera (aplausos y salida al tercio); estocada atravesada baja que asoma (silencio). David Vilariño: media estocada y rueda de peones (silencio); estocada y rueda de peones (palmas y sale al tercio). Sergio Navarro: estocada baja y rueda de peones (escasa petición, aplausos y salida al tercio); estocada corta ladeada (escasa petición y vuelta). Plaza de Valencia, 21 de julio. 4ª corrida de feria. Media entrada.
El sexto novillo fue el que menos embistió. Primero sí y Navarro pudo enjaretarle unas verónicas desde la verticalidad y la donosura; con la muleta darle el cambio por la espalda seguido de unos ayudados, y luego de unos redondos de no muy acertada concepción. Lo tomó después de izquierdas y ya el novillo no quería otra cosa que morir en paz, mejor a la sombra de una encina.
Buscaba el animal la encina y no la encontraba. Dios no era misericordioso con el novillo; Sergio Navarro tampoco. El novillo, tronado, moribundo, sólo habría querido que le dejaran en paz (o que le trajeran la encina) y sin embargo Sergio Navarro le citaba, le mostraba la muleta con insistente porfía, hasta se puso de rodillas en plan provocador. Tres veces repitió la bravuconada. Y el novillo, resignado, agonizante, soportando aquello pegado a las tablas.
No se crea que semejantes desmanes entusiasmaron al público. El público, salvo unos cuantos partidarios y los orejistas empedernidos, miraba el reloj.. Dos horas y media largas iban de función y aquello rebasaba lo que puede soportar un ser humano normalmente constituido. Los buenos derechazos y los mejores naturales de Sergio Navarro a su primer borrego quedaban lejos, seguramente sumidos en el olvido. Naturales y derechazos a un borrego no causan impacto.
El resto de las dos horas y media transcurrió en un inmenso bostezo contemplando los novillos que se caían, que se despanzurraban, que pegaban la voltereta. Tres pegaron la voltereta por el concocido procedimiento de irse de morro, apalancar los cuernos en la arena para no partirse el belfo y girar en el aire el corpachón, que acababa pegándose la gran costalada.
Los seis novillos se cayeron. Puestos a analizar, la caída más estrepitosa la dio el primer novillo durante el tercio de banderillas. Corría detrás de Mario Coehlo y se desplomó. Se repordujeron entonces las imágenes propias de la neotauromaquia: los banderilleros y el matador convertidos en cuadrilla-grúa, tirando de los cuernos y del rabo con todas sus ganas.
Las acciones banderilleras de Mario Coehlo no resultaron brillantes. Sus intentos de parear por los adentros se reducían a pasadas en falso; reunía bien los cuarteos mas los palos quedaban desiguales. Emprendió el faenar muletero y no lo dotaba ni de mando ni de templanza.
La vulgaridad más espantosa había hecho presa en la tarde de autos. David Vilariño, que se empleaba fuera-cacho, que metía pico, que parecía incapaz de templar las aborregadas acometidas, que no ligaba ningún pase, que rectificaba terrenos, empeoró la situación. Durante sus faenas, algún grupito acá, otro acullá, un histrión que se llevó de claque y cuanto hacía lo coreaba con un sonoro ¡óle!, pedían música maestro. Pero no procedía. La única música que cuadra con esta fiesta de los toros inválidos y los pegapases pelmazos es la Patética. Y el maestro se había dejado la partitura encima del televisor.
La corrida de hoy, 5ª de la Feria de Julio: toros de Samuel Flores para Espartaco, Enrique Ponce y Vicente Barrera. A las siete de la tarde.
Babelia
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