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Entre Belfast y el euro

Andrés Ortega

Tony Blair está pasando por un mal trance. Por una parte, el revés en el proceso de paz de Irlanda del Norte le debilita políticamente en su país, e incluso en Europa. Por otra, las perspectivas de entrar en la moneda única se han alejado con los desastrosos resultados para su Gobierno de las elecciones europeas del 13 de junio. Éstas se convirtieron en una manifestación masiva de los británicos contra Europa, no tanto por los votos expresados, que han dado nuevas alas a la oposición conservadora, sino por una abstención de un 76%, cuando justamente el europeo es uno de los grandes temas de debate en el Reino Unido. A Blair, que ha prometido convocar un referéndum sobre el euro, se le va a hacer muy cuesta arriba convencer a su electorado. Requerirá todas sus dotes. Hay mucho en juego para Londres en el euro. Incluso para Irlanda del Norte. Y para una Tercera Vía que, tarde o temprano, tendrá que pasar también por Bruselas.La idea era convocar la consulta sobre la moneda europea inmediatamente después de las próximas elecciones generales, en el 2001 o 2002, que Blair quiere se concentren en sus logros reformistas, los de la Tercera Vía británica, para evitar que esos comicios giren en torno a un solo tema: Europa. Pero en política basta que uno quiera escapar a una cuestión para que ésta le persiga obsesivamente. Especialmente cuando los conservadores van a hacer del No al euro su bandera y a esta campaña se suman incluso algunos supuestos europeístas, como David Owen. Blair quiere diseñar una nueva campaña pro Europa, y cuenta para ello con su mano derecha y muñidor de la Tercera Vía, Peter Mandelson, ministro que tuvo que dimitir por un escándalo personal. Si no tiene éxito, el ingreso británico en la Unión Monetaria puede no plantearse hasta mediados de la próxima década, aun cuando la economía británica se acompase antes a la del continente.

Ese alejamiento del horizonte puede cambiar muchas cosas. El canciller alemán, Gerhard Schröder, ha cuidado a Blair estos meses: un documento conjunto sobre la Tercera Vía / Nuevo Centro, que no les ha reportado ningún beneficio político a ninguno de ellos, aunque Schröder apueste por este camino modernizador de las estructuras alemanas; el mantenimiento del cheque británico en las negociaciones sobre la financiación de la UE para los próximos siete años, o la decisión de no agitar el espectro de una armonización fiscal europea que levanta ampollas entre los británicos. Pero, tras el 13 de junio, y pese a la petición de lealtad de Blair a sus socios para contribuir a convencer a los británicos de las bondades de la Unión Monetaria, Schröder y otros pueden haberse cansado de tener que esperar al rezagado por voluntad propia. Un primer aviso ha sido la pérdida, plenamente apoyada por los socialdemócratas alemanes, de la presidencia del Grupo Socialista en el Parlamento Europeo por la laborista Pauline Green en favor del infatigable español Enrique Barón.

Algunos proyectos europeos de Blair, como el impulso a una Identidad Europea de Defensa, pierden parte de su sentido si Londres no entra en el euro. El renuncio ante la moneda única llevaría al Reino Unido a perder la influencia en Europa que ha recuperado gracias, justamente, a su nuevo discurso europeo y a la perspectiva de ingresar en el euro, en particular cuando el eje París-Berlín chirría. Internamente, la no pertenencia a la Unión Monetaria podría afectar a procesos de devolución o autonomía, como el de Escocia, o al de paz en el Ulster, en el que la dimensión europea tiene un papel importante. No es lo mismo, visto desde una Irlanda que pertenece a la eurozona, que el Norte entre en la moneda única a que no lo haga. Esto último beneficiaría a los unionistas protestantes.

Oficialmente, nada ha cambiado. Realmente, mucho. ¿Se atreverá Blair, que ha dudado demasiado, a apostar pronto y abiertamente por el euro? El problema es que entre Belfast y el euro, Blair está muy solo.

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