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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Una emotiva versión de "La coronación de Popea" se estrena en Aix-en-Provence

Marc Minkovski dirige la ópera de Claudio Monteverdi en la inauguración del festival

ENVIADO ESPECIALMonteverdi comparte con Mozart el protagonismo de la nueva época del Festival de Aix-en-Provence. La segunda temporada con Stéphane Lissner de director artístico se inauguró anteayer con La coronación de Popea, de Monteverdi, y continúa a partir del domingo con un espectáculo escenificado basado en los libros séptimo, y especialmente octavo, de madrigales del compositor italiano que abrió los caminos de la ópera. Uno y otro son dirigidos por Marc Minkovski al frente del prestigioso grupo Les Musiciens du Louvre de Grenoble.

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La consolidación de un estilo

No son hechos aislados en Aix las dos propuestas monteverdianas. El año pasado se presentó Orfeo con René Jacobs y Trisha Brown, y el próximo está previsto El retorno de Ulises a la patria. La firme reivindicación de Monteverdi es, en cualquier caso, una declaración de intenciones. La intimidad de la ópera se impone, y también la paradójica vuelta a los orígenes en busca de una modernidad. Lissner ha apostado fuerte, pero no se ha tirado al vacío. Marc Minkovski parte de la búsqueda de una sonoridad de época que arrope con calor unas voces que se integran a las mil maravillas en la filosofía de los afectos. Importan, por encima de todo, los conflictos humanos, y es por ello por lo que los sonidos orquestales acentúan, enfatizan, recrean o conmueven, pero en ningún caso se otorgan a sí mismos un protagonismo que no les pertenece. No es la lectura de Minkovski tan impulsiva como las que suele realizar de las óperas de Gluck, Mozart e incluso Haendel. Le preocupa fundamentalmente la transmisión de los sentimientos, el lado más próximo de los ecos de la tragedia clásica. Su versión de La coronación de Popea es un modelo de equilibrio, de serenidad. No deja caer en ningún momento la tensión, pero la supedita siempre a la que crean las voces.

Las voces, Mireille Delunsch (Popea), Anne Sofie von Otter (Nerón) y Lorraine Hunt (Octavia), encarnan en los tiempos actuales la cúspide de tres maneras distintas de acercarse al barroco. Hacen otras cosas, sobre todo las dos últimas, pero el barroco es su refugio íntimo. Minkovski mima a Delunsch. No es una voz especialmente atractiva, pero su composición del personaje de Popea es formidable. En sus ambivalencias, en su ambición, en el control de cada una de las situaciones, en el fraseo, en la teatralidad. Anne Sofie von Otter hace un Nerón autoritario y, a la vez, sin excesivo carácter. Se recrea en los lamentos y también en una cierta ambigüedad. Matiza con precisión, y su canto adquiere tintes de enorme belleza, una belleza que se mueve en el filo de la navaja de la afectación, pero que cuando se concentra interiormente es deslumbrante. Así, el dúo final Por ti miro, por ti gozo, de Popea y Nerón, fue irresistible por su abandono a una melodía envolvente y seductora.

Los aplausos más fuertes de la noche fueron, en cualquier caso, para Lorraine Hunt, seguramente por ser la cantante del reparto más cálida en su vena dramática, con mayores dosis de intensidad, de pasión al viejo estilo. Su Adiós a Roma fue de escalofrío por el clima de desnudez expresiva. Aquí, en Aix-en-Provence, en otras Octavia, en 1961 y 1964 brilló con luz propia Teresa Berganza. Hunt tiene otro tipo de grandeza, de majestad se podría decir, más en función del dolor que del sentimiento. Emocionó. Fue un grato descubrimiento el Séneca de Denis Sedov, profundamente humano, con entidad moral y acentos de nobleza. Encontraron una ocasión inmejorable de lucimiento Anna Larsson (Otón), por su bello fraseo, y Nicole Heaston (Drusila), por su vitalidad. Muy conseguida vocalmente la escena de los amigos de Séneca previa a la muerte del filósofo.

Sobresale con Klaus Michael Grüber el teatro puro, y sobresale, por supuesto, la plástica. Los retratos que consigue de Popea, Octavia, Drusila o Séneca son extraordinarios. En realidad son, sencillamente, teatrales de pura ley. Más discutible es el de Nerón y, también, los de los personajes secundarios, por una tendencia exagerada a la caricatura. No me refiero al de Arnalta (Jean-Paul Fouchécourt) por su comicidad en clave de travestismo, sino a otros de presencia menos destacada. La escenografía de Gilles Aillaud se mueve entre la recreación poética y el hiperrealismo pictórico. Muy conseguida la escena de la pared en rosas fuertes con ventanas cuyas cortinas mueve el viento, o la de los limoneros para la muerte de Séneca, o la de los árboles de fondo con un juego de bolos en primer plano. Grüber sitúa a sus personajes como dentro de un cuadro para recrearse en sus evoluciones sentimentales y dramáticas.

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