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¿País Valenciano, todavía? JOSEP M. MUÑOZ

Pronto hará 40 años que, con su característico entusiasmo, Jaume Vicens Vives descubría el renacimiento cultural del País Valenciano. En un artículo publicado en Serra d"Or en la primavera de 1960, el historiador gerundense sostenía: "De València ens arriben bones noves, molt bones noves. Quelcom hi espurneja i ja fa prou claror perquè ho arribem a veure des d"aquesta banda de l"Ebre". El proceso de valencianización que Vicens detectaba, y que calificaba de auténtico "milagro", había hecho variar su perspectiva y le obligaba a cuestionarse el ámbito territorial de su escuela historiográfica de Barcelona, es decir, la Cataluña estricta. En este descubrimiento había influido, qué duda cabe, la personalidad de Joan Fuster. Vicens se mostraba receptivo a las indicaciones del intelectual valenciano, y afirmaba estar convencido de que "no se puede entender la dinámica de cualquiera de las tres porciones fundamentales de la catalanidad sin una previa definición de la evolución del conjunto" y también de que "el Principado, Mallorca y Valencia integran un mundo histórico homogéneo, con una sola vivencia de base y unas mismas líneas estructurales en los aspectos económico, social y mental". A pesar de ello, Vicens era consciente de que faltaba mucho todavía para poder construir una visión satisfactoria del pasado común de los catalanes, y volvía a reclamar -como ya había hecho en el prólogo a Notícia de Catalunya (1954)- la aportación de mallorquines y valencianos a esa síntesis de conjunto, al tiempo que apuntaba el eterno problema de la "cuestión de nombres" para referirse a los países catalanes. El artículo de Vicens fue replicado por el propio Fuster en un número que Serra d"Or dedicó unos meses más tarde a la memoria del historiador, fallecido aquel verano. Fuster matizaba el alcance del "milagro valenciano", prevenía de un exceso de euforia ante la "efervescencia" valenciana y, sobre todo, subrayaba que el renacimiento cultural del catalán en el País Valenciano "exigía" una correspondencia en Cataluña. Desde entonces, Fuster -y tras él otros muchos- no se ha cansado de reclamar la atención de Cataluña hacia los asuntos valencianos y, en definitiva, una corresponsabilización en ese esfuerzo de reconstrucción cultural. Fuster dio el primer paso, y se sumó a la llamada hecha por Vicens con un libro "apriorísticamente militante" como fue Nosaltres els valencians (1962). Un extraordinario libro de historia escrito por un historiador no profesional, y que puso las bases del valencianismo político de los años sesenta y setenta. Pero la correspondencia que exigía Fuster ha tenido, con excepciones singulares, un éxito perfectamente descriptible: en las dos últimas décadas, la intelectualidad y la clase política catalana han visto sucederse los acontecimientos del País Valenciano con una mezcla de ignorancia culpable y de mirada de perplejidad ante una realidad incómoda y conflictiva. En efecto, con la transición se impuso en Valencia -más en la calle que en las urnas- un anticatalanismo tan crispado como analfabeto, mientras desde Barcelona mirábamos hacia otro lado. El PSOE, hegemónico en el País Valenciano, no quiso apostar fuerte. Y perdió. La autodefenestración del alcalde de la capital Ricard Pérez Casado fue todo un símbolo de donde no quería llegar el PSOE. Y allí se inició un imparable proceso de deslizamiento electoral que, desde el 1995, ha puesto el País Valenciano en manos de la derecha más provinciana de las derechas españolas (que ya es decir). Tanto es así, que el PP ha conseguido dividir y absorber al partido del anticatalanismo irredento, la Unión Valenciana (UV), que en las recientes elecciones ha perdido toda representación en las Cortes regionales y en el Ayuntamiento de Valencia: de hecho, ya no les necesitan, en un País Valenciano dominado por un acelerado proceso de sustitución lingüística -particularmente en la capital- y de provincianización política y cultural. Ahora el País Valenciano es un feudo del PP donde sólo parecen subsistir algunos islotes de tolerancia y de esperanza. No todo está perdido, nos advertían no hace mucho en su presentación en Barcelona los responsables de L"Espill, una revista cultural fundada por Fuster y que ahora inicia una nueva etapa bajo los auspicios de la Universidad de Valencia. Pero sí se ha perdido mucho, sin despertar por ello de su apatía a los vecinos del norte. No hay duda de que la responsabilidad mayor en este proceso corresponde a los propios valencianos, pero desde Cataluña no puede seguir ignorándose esa realidad. Pla decía que su país es allí donde cuando dice "bon dia", le responden "bon dia". Existen, históricamente, muchas formas de definir una identidad y un país, y no todas ellas se reducen a la lengua. Pero no me cabe duda de que cada vez que la lengua catalana retrocede ante la presión uniformizadora del castellano, nuestro pequeño país se vuelve cada vez más pequeño. Y quien quiera suponer que ése no es su problema, ya sabe a qué se expone. Sólo hay que mirar más allá del sur del Ebro. O de La Sènia, para ser más precisos.

Josep M. Muñoz es historiador.

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