Esperanza en Argelia
Buteflika parece haber iniciado un camino irreversible hacia la pacificación de Argelia. Pero ese camino sigue empedrado de dificultades. Como lo muestra el hecho de que, después de indultar a un número todavía no precisado de integristas islámicos no envueltos directamente en delitos de sangre o violaciones, el presidente argelino eludiera anunciar anoche, como todos esperaban en Argel, el final del estado de excepción que rige en su país desde 1992 y que ha limitado drásticamente las libertades. En una guerra civil no declarada -surgida de un golpe militar para evitar la llegada al poder del Frente Islámico de Salvación (FIS), vencedor en las urnas-, la sangría argelina se ha llevado por delante las vidas de 100.000 personas, otras 3.000 están desaparecidas -según Amnistía Internacional- y cientos de miles de campesinos han tenido que abandonar sus hogares. Candidato de los militares y llegado en abril a la jefatura del Estado en circunstancias dudosas (sus contrincantes se retiraron de las elecciones entre acusaciones de masivo fraude gubernamental), Buteflika ha asegurado reiteradamente que su objetivo prácticamente único es la pacificación de Argelia. Sus próximos y lógicos pasos en esta estrategia deberían ser la anulación definitiva del estado de excepción, la liberación del jefe histórico del FIS, Abasi Madani, hasta ahora en residencia vigilada, y la legalización de su todavía proscrito partido, que ha prometido cooperar con el Gobierno para que cese la violencia. La rama militar del FIS anunció el mes pasado su renuncia formal a la actividad armada, suspendida de hecho desde finales de 1997. El presidente intenta asociar a esta dinámica reconciliadora al Grupo Islámico Armado (GIA), el más despiadado conglomerado integrista, que rechaza por ahora cualquier diálogo que no se pliegue a sus imposibles condiciones.
Con ser de pesadilla, la situación del país norteafricano es menos mala que hace unos pocos años, en el apogeo de un terrorismo ahora diezmado. Pero sin un horizonte de paz resulta ilusorio pretender poner en marcha una economía hundida por el bajo precio del petróleo y el desempleo masivo.
Con las excarcelaciones, la Ley de Concordia Civil en el Parlamento y el apoyo de los militares más dialogantes, que creen imprescindible incorporar a los islamistas moderados al juego político, Abdelaziz Buteflika, un presidente civil, tiene por delante una oportunidad histórica para sacar a Argelia del abismo. No debería malograrse por falta de magnanimidad.
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