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FERIA DE SAN FERMÍN

Lances de todas las marcas

Los tres novilleros estuvieron a punto de ofrecer la antología del toreo de capa. Poco les faltó, pues iban desgranando lances de todas las marcas y además en reñida competencia. Esta resurrección del toreo de capa, que andaba mustio y relegado al olvido, se les debe a El Juli y a Miguel Abellán, las cosas como son. Dos novilleros -entonces eran novilleros-, lo que habrá de merecer un tomo del Cossío y suscitará, al leerlo, el asombro de las generaciones del tercer milenio.

Salieron, novilleros, Miguel Abellán y El Juli, y maravillaban con sus variados lances de capa, algunos rescatados de la noche de los tiempos, otros de ignoto origen y difícil clasificación. El éxito de ambos, en especial de El Juli -que, ya matador, sigue arrebatando multitudes-, prendió en las nuevas promociones y ahí está el resultado.

Novillos de Miranda de Pericalvo, bien presentados, flojos -varios inválidos-, encastados y nobles; 2º, con poder; 6º, incierto

Francisco Marcos: pinchazo, bajonazo descarado y rueda de peones (oreja); estocada corta, rueda de peones y descabello (ovación y salida al tercio). Juan Bautista: metisaca bajo, bajonazo y rueda de peones (oreja); estocada recibiendo -aviso- y dobla el novillo tras tres minutos de agonía (aplausos y salida al tercio). El Fandi: estocada corta perpendicular trasera y rueda de peones (dos orejas); estocada (silencio); salió a hombros por la puerta grande. Plaza de Pamplona, 5 de julio. 1ª corrida de feria. Dos tercios de entrada.

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Ciertos aficionados de la nueva ola, los taurinos en su mayoría -un colectivo de indocumentados con muchas ínfulas y pocas luces-, entendían el inesperado fenómeno capoteril como el cuento de la buena pipa; un circo concebido para la galería. Lo suyo son los derechazos, evidentemente. Sin embargo, la verdad manda, y ésta es una verdad histórica: el toreo de capa, la creatividad que en él volcaron los artistas de todos los tiempos, la técnica que le imprimieron los maestros en tauromaquia, constituyeron uno de los fundamentos del engrandecimiento de la fiesta, elevada a la categoría de arte.

El único problema estriba en que el meollo de lo fundamental, que en el repertorio capotero es el lance a la verónica, estamos donde estábamos. Se arrancan estas jóvenes promociones por chicuelinas, por burjasotinas, por tafalleras, por gaoneras, por faroles, por tijerillas y sus derivados y, en cambio, les falta hondura -les falta autenticidad, así de sencillo- para el toreo a la verónica.

Acaso sea porque prima otra corriente que es la verónica corrida que determinada figura tiene convertida en verónica galopante. Va la figura aludida, se pone de un bonito subido para marcar la verónica y apenas ha esbozado al remate ya está corriendo hacia el lado opuesto al de la salida del toro. Y vuelta a empezar.

La influencia de las figuras es total, en su espejo se miran los toreros que empiezan, y si advierten que esas verónicas a todo correr son aplaudidas, hasta elogiadas, se dan a la imitación. Y así nos va... Así queda relegado a la teoría, que muchos creen sueño utópico, el toreo a la verónica verdadero en el que también hay que parar, templar y mandar; adelantar el capotillo y traerse al toro toreado mientras se carga la suerte, vaciar y ligar el siguiente lance con ganancia de terrenos... El toreo, en suma; cuya esencia es igual para el capote que para la muleta y, en definitiva, para el arte de lidiar reses bravas. Decía un antiguo tratadista que hasta para picar es necesario parar, templar... y cargar la suerte.

El Fandi fue el triunfador. Hechos cantan: apoteosis en banderillas, emoción en diversos pasajes de su primera faena, dos orejas, salida a hombros por la puerta grande. No obstante, tuvo mayor consistencia la actuación de Francisco Marcos, exuberante, a veces desagradara, empleándose en los lances de todas las marcas pero también manejando el capote con eficacia bregadora que no desdecía el gusto interpretativo. Y por contrarrestar el alarde de El Fandi, que había recibido al tercer novillo a porta gayola con dos largas cambiadas, hizo lo propio en el segundo de su lote. Y, de rodillas, la emprendó a largas cambiadas también, luego convertidas en faroles, y quizá se ganó un registro en el Guinness, pues dio media docena.

Bajó algo la profundidad muletera de Marcos -les pasa a casi todos los novilleros-, si bien pudo apreciarse en sus faenas, principalmente la primera, que mientras en el derechazo era un vulgar pegapases, al natural era gente e instrumentó varias tandas de esta suerte básica con empaque y acabada ligazón.

Juan Bautista demostró su bien aprendido oficio en el segundo novillo, que salió hecho un vendaval; romaneó y derribó estrepitosamente, tomaba recrecido los engaños; hasta que, ahormado, desarrolló una pastueña embestida que Juan Bautista embarcó derrochando torería y templanza. En cambio, no pudo con la casta del quinto novillo y le salió una faena deslavazada, interminable y plúmbea.

Como un terremoto irrumpió El Fandi, banderilleó seguro, y cuando prendió un par en la modalidad del violín se armó en el sobresaltado público un verdadero alboroto. Su muleteo estuvo falto de calidad, pero lo suplió ciñendo los muletazos, más aún los pases de pecho, solos o empalmados, y los molinetes girando entre los pitones. Y el éxito -clamororo, sin reservas- fue suyo. El sexto novillo, de casta agresiva, necesitaba mano maestra que no pareció tener El Fandi. Pues el animal, ya avisado, acometía incierto; el torero, achucheado repetidas veces, optó por aliñar y abreviar.

No pasó nada. Sólo que le sacaron a hombros por la puerta grande, mientras el público abandonaba el coso contento e impresionado porque había visto torear; torear de capa, nada menos.

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