La ciudad y sus límites XAVIER MORET
En estos días de verano, cuando el sol aprieta tan fuerte que parece que nos coloca a todos una boina de plomo virtual, está más que comprobado que el mar ejerce una atracción muy especial. Hasta aquí, nada nuevo: hace calor, la gente se sofoca, habla de que hace calor y acude a las playas para saturarse de sol, para comentar que hace calor y para zambullirse de vez en cuando en el mar y comentar a la salida que vaya calor que hace. Dentro de este ritual veraniego, cuesta acostumbrarse en las playas de Barcelona a la curiosa mezcla de mar y ciudad. Quizá porque durante siglos Barcelona cometió el pecado de vivir de espaldas al mar y pensó que no podía aspirar, como la envidiada Río de Janeiro, a playas urbanas como las de Copacabana o Ipanema. La revolución del 92, por suerte, contribuyó a deshacer el entuerto y, con la excusa de los Juegos Olímpicos (cualquier excusa es válida), la ciudad ganó de una sola tacada un puerto olímpico, un barrio adyacente con árboles de metal y de madera, playas a las que se llega en metro y un grupo de veleros que suele mecerse en primera línea de mar como en los anuncios de colonia. Todo tan bonito que cuesta imaginar cómo era Barcelona antes de los Juegos. Pues bien, si uno cede a la comprensible tentación de tumbarse en la arena de las playas olímpicas, o de refrescarse en alguno de sus bares, no tardará en comprobar que su mirada se deja cautivar por alguna de las tres torres que ejercen en la costa barcelonesa de faro posmoderno. Son tres torres iguales, aunque con nombres distintos. Se llaman Acuario, Tauro y Piscis. Su creador, el diseñador Antoni Roselló, las plantó allí en 1992, ese año en el que los historiadores del futuro dirán que todo, o casi todo, pasó en Barcelona. Las torres, de 42 metros de altura, están hechas de hierro y de acero corten y, según cuenta Roselló, fueron concebidas para subrayar un lugar que ejerce de límite de la ciudad. "El papel de la escultura urbana ha cambiado mucho en los últimos años", reflexiona Roselló en su estudio de Sant Cugat. "Antes se hacían monumentos para conmemorar o para honrar a personalidades, pero la sociedad moderna ha atentado contra el concepto de monumento y se ha cargado la escultura de pedestal. La norma se ha roto y ahora se hacen caprichos". Tras la pérdida de la civilización del pedestal y el adiós consiguiente a las repetidas personalidades a caballo, Antoni Roselló imaginó sus torres esculturas como algo integrado en la ciudad. "Cuando haces una escultura urbana hay que crear de fuera para dentro", dice. "Hay que observar primero el entorno. En este caso tuve presente la situación del lugar como límite. La ciudad acaba aquí porque está el mar y el orden del Eixample de Cerdà choca con el desorden de las olas, con algo imposible de urbanizar. Por eso diseñé las torres con dos frentes muy distintos. La fachada que da a la ciudad es brillante y ordenada, mientras que la otra, la que da al mar, es oxidada y desordenada". Hay quien ve alusiones marineras en las torres -¿es un barco?, ¿es un faro?-, mientras que otros las ven como un edificio más, como un rascacielos en miniatura que, cuando llega la noche, se ilumina desde dentro. "También era mi intención", admite Roselló. "Quería hacer unas torres que se prestaran a interpretaciones distintas. Antes se iluminaban las esculturas con un foco exterior, pero también esto ha cambiado y por eso insistí en una iluminación desde dentro, como un edificio más que cuando llega la noche cobra vida interior". ¿Por qué llevan las tres torres nombre de signo del Zodiaco? "Lo hice para diferenciarlas entre sí", explica Roselló. "Las tres son iguales, pero una es Tauro, otra es Acuario y la tercera es Piscis". ¿Por qué precisamente esos tres signos? "Son un pequeño homenaje. Mi mujer es Tauro, como la torre central, y mis hijas son Piscis y Acuario". "Por cierto", sonríe Roselló al recordarlo, "recuerdo que cuando las instalamos mi hija Georgina, que es Piscis, se quejó porque decía que la suya era la que quedaba más lejos del centro de Barcelona. Le expliqué que Barcelona era Acuario, por lo menos eso me dijeron, y de ahí que la torre de su hermana Claudia estuviera donde estaba". En la ciudad hay otras torres firmadas por Antoni Roselló. En la Via Júlia, por ejemplo, está la torre Favència. En Gavà, el monumento al general Moragues (sin pedestal, por supuesto), y en Sant Cugat, la torre Gaudí. También hay por Barcelona bancos, fuentes y otras piezas de mobiliario urbano firmadas por Roselló. "La ciudad", insiste el artista, "condiciona las esculturas que se puedan instalar en ella. En los últimos años se han puesto muchas esculturas urbanas en Barcelona, pero creo que en algunos casos no se ha tenido en cuenta el entorno. El Ayuntamiento puede tener una colección de esculturas, pero no puede actuar nunca como un coleccionista privado. El entorno condiciona y da la impresión de que a veces el criterio sea como el de las cajas de galletas variadas: que haya mucho y de todo. La ciudad es la que manda".
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