Lecturas
El universo editorial crece, expande y se aleja como el otro, el de las galaxias. La producción no cesa y cada día es más lo que nos queda por leer y comprender, aunque nos dé la impresión de saber algo y las estanterías revienten con el peso de las muchas lecturas pendientes. Cada nuevo libro es polvo interestelar que contribuye a rellenar el vacío y silencioso cosmos de los no lectores. Los agujeros negros del olvido se tragan la mayor parte de esos casi 40.000 títulos que anualmente ven fugazmente la luz en España. O, para expresarlo de otra forma, parece como si la oferta excediera notablemente a la demanda, con lo que estaríamos ante una hermosa y aliviante transgresión a las leyes de esa otra enormidad llamada mercado. Dentro del campo de lo que tiene que ver con los campos, la ecología y la paz, la aparición de casi tres títulos diariamente no parece tampoco corresponderse con la preocupación y grado de apetencia de nuestra sociedad por lo que la rodea y sostiene. Sin embargo, ahí están, incesantes, los libros ecológicos, cada vez más rigurosos, atractivos y hasta comprometidos. Es más, algunos son pura contracorriente, cuando arrecia la dirección única para toda la humanidad.
Pero, sobre todo, explican y quieren ser leídos.
Por ejemplo, el escrito por Joaquín Fernández, El Ecologismo español, aborda por primera vez de forma periodística la complejidad de ese movimiento. Y nos acerca a la comprensión de los porqués de su contradictoria posición actual, es decir, a qué se debe el que, con estar más que reconocido, no alcance a mover palancas de poder, ni políticas ni mediáticas. El autor ha reconstruido los últimos 30 años de la lucha por defender paisajes y contaminar menos con una perspectiva muy coherente. La de guiarse por movilizaciones concretas, eludiendo nombres propios, siglas y firmas. Al final del libro descubrimos que lo ecológico también ha movido montañas por mucho que haya perdido la mayor parte de las batallas.
Una de las más actuales, por cierto, es la que se ha emprendido para que las exigencias, de más salud en el derredor y más calidad de vida en nuestra cotidianidad, se traduzcan en creación de empleo. El venero más caudaloso de nuevos puestos de trabajo es sin duda el relacionado con el medio ambiente. Y hay quien, además de contarlo en libros, antes lo ha llevado a la práctica. Es el caso de Juan Serna que acaba de publicar Empleo verde, donde recoge sus experiencias al frente de cooperativas de reciclado de aceites usados, quesos ecológicos y recuperación de especies ganaderas en peligro; por supuesto, alimentadas sin dioxinas.
Otro acontecimiento, al menos para todos los interesados en la dimensión ética de la conservación de la naturaleza, ha sido la edición, por primera vez en nuestro país, de un clásico del pensamiento ecológico, Peter Singer. Su obra Liberación Animal llega con un retraso de 25 años. Este ponerse del lado de lo agredido y despreciado -todas las cuestiones ecológicas lo intentan- alcanza la condición de imprescindible para quienes quieran reflexionar sobre nuestra conducta. Esa que no debe incluirnos sólo a nosotros mismos. No se pierdan la recesión de este libro que ha hecho Jorge Riechmann para la magnífica Revista de Libros, de Caja Madrid, dirigida por Álvaro Delgado-Gal.
La Historia de los bosques, de John Perlin, aborda con afable rigor el papel de las arboledas en nuestros avances culturales, técnicos y económicos. Y nos recuerda una vez más que somos lo que somos por los bosques. A los que, a cambio, solemos devolver su acabamiento.
Déjenme, ya que en nada se corresponde la producción editorial verde con su aparición en los medios de comunicación, que les recomiende finalmente un excelente diccionario de autor. El de socioecología, de Ramón Folch. Una refrescante y caprichosa inmersión en lo mucho que la ecología aporta para que el provenir no renuncie, cualquier día de éstos, a obsequiarnos con su presencia.
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