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CUMBRE SOCIALISTA EN BUENOS AIRES

Tres vías nacionales para un solo socialismo europeo

Blair, Jospin y Schröder encarnan los desafíos de la nueva socialdemocracia

La reunión de la Internacional Socialista en Buenos Aires se produce en un momento clave en la historia de los partidos socialdemócratas europeos, que viene definido por tres hechos principales: 13 de ellos ocupan el Gobierno en los 15 países de la Unión Europea; sus líderes acaban de ganar un guerra en Yugoslavia librada por razones "humanitarias" y no por intereses económicos, inaugurando al tiempo un nuevo concepto en las relaciones internacionales, y todos se enfrentan al desafío de reformar el Estado de bienestar, cuya creación fue su santo y seña política durante décadas. La respuesta a los retos del nuevo siglo sin perder las señas de identidad ha sido resumida en los países más poderosos de Europa con tres fórmulas políticas: en el Reino Unido, Tony Blair y su third way (tercera vía); en Alemania, el neue mitte (nuevo centro) de Gerhard Schröeder; y en Francia, la gauche plurielle (izquierda plural) de Lionel Jospin. Tres prácticas de poder, hijas de procesos sociales distintos, que encierran un mismo debate: estatalismo frente a competitividad, protección social frente a ries-go empresarial.

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El pasado 8 de junio, Tony Blair y Gerhard Schröder daban un nuevo paso en el ideario socialista. Ambos firmaron en Londres un manifiesto para la modernización de la izquierda europea, que inmediatamente fue interpretado como una proclama en favor del "social-liberalismo".

Una máxima presidía el manifiesto, significativamente titulado Europa: la tercera vía, el nuevo centro: "Menos regulación y más flexibilidad. La regulación es el enemigo de nuestro éxito". El documento era una llamada urgente a abandonar los viejos dogmas socialistas. "Necesitamos más empresarios y más riesgo, no menos", afirmó Blair, quien se pronunció sin ambages a favor de una drástica reducción del papel del Estado.

El manifiesto argumenta que "el gasto público en proporción a los ingresos nacionales ha alcanzado, más o menos, los límites aceptables", y promueve la necesidad de "un nuevo espíritu empresarial en todos los ámbitos de la sociedad". En cuanto a la política de empleo se resumía en una frase -"los mercados flexibles deben convertirse en un objetivo de la socialdemocracia"- en las antípodas políticas del dimitido ex ministro de Finanzas alemán y ex presidente del SPD, Oskar Lafontaine.

El manifiesto no gustó a Jospin, que no quiso firmarlo pese a recoger expresamente uno de sus mensajes políticos: "Economía de mercado, sí; sociedad de mercado, no".

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Tan sólo cinco días después, con motivo de las elecciones europeas del día 13, el líder socialista francés pudo tomarse una pequeña revancha a su marginación en Londres. El efecto movilizador del manifiesto fue escaso entre los electores de izquierda en el Reino Unido y en Alemania, que se abstuvieron en masa, mientras que los comicios ratificaron al PS como el primer partido de Francia. Jospin no dejó pasar la oportunidad, y declaró: "Dentro de la familia socialdemócrata, somos los que salimos mejor parados. Otros que querían darnos lecciones no han obtenido el resultado que esperaban".

Las diferencias entre los tres líderes no son sólo ideológicas. A Jospin, hombre de aparato, de cabello completamente blanco, protestante, eternamente encorbatado y que sabe de su escaso carisma, le inquieta la imagen de presentadores televisivos de Blair y Schröder, máxime cuando éstos, por razones distintas cada uno, tienden a tratarle como una antigualla.

¿Son realmente tan distintos los socialdemócratas alemanes y los laboristas británicos de sus homólogos franceses? Una diferencia importante viene dada por la forma de sus accesos al poder. Blair logró una victoria electoral aplastante en 1997 que puso fin a 18 años de gobiernos conservadores, los mismos que el cancilller Kohl en Alemania. Tradiciones nacionales aparte, su política encuentra por una parte el terreno abonado por las reformas liberales heredadas del tándem Thatcher-Major, mientras que por otra le permite introducir novedades como el salario mínimo por hora y la semana laboral de no más de 48 horas, dos conquistas sociales ya viejas en el continente.

La amplia victoria de Schröder, en otoño de 1998, necesitó, sin embargo, la participación de los Verdes para formar Gobierno. El nuevo canciller tuvo unos comienzos titubeantes a los que pondría término con la dimisión de Lafontaine en marzo pasado y el ascenso del teórico del nuevo centro, Bodo Hombach. En este tiempo Schröder ha restablecido el pago del ciento por ciento del salario en caso de enfermedad y de un porcentaje más alto de los medicamentos, dos medidas correctoras de los ahorros sociales intentados por Kohl.

Los socialistas franceses llegaron al poder haciendo bandera de la lucha contra el paro. El programa electoral de Jospin de 1997 estaba concebido para recuperar votos, pero sin soñar en ocupar el poder. Pero la desastrosa gestión del capital de popularidad logrado dos años antes por Jacques Chirac y Alain Juppé convirtió a los socialistas y su promesa de 35 horas semanales en inesperados ganadores de los comicios. No obstante, Jospin, que formó Gobierno con el apoyo de los comunistas, y ha privatizado en dos años más empresas que los dos ex primeros ministros conservadores Juppé y Balladur en cuatro, no quiere ni oír hablar de flexibilidad laboral, un término que en Francia se asocia al despido libre.

Los socialistas franceses se han apresurado a crear empleos subvencionados para jóvenes menores de 25 años -una iniciativa idéntica a la adoptada también por Blair y Schröder-, han aumentado las ayudas a las familias -Schröder lo ha hecho en un 13%- y, sobre todo, han puesto en pie una primera ley sobre la reducción del tiempo de trabajo, medida ya aplicada en Alemania. También han reducido las rigideces del mercado laboral y creado más de 200.000 puestos de trabajo, logrando que el paro baje del 12,8% al 11,4%.

Por su parte, el nuevo laborismo de Blair ha puesto en pie en el Reino Unido la idea de la regionalización, que ha sido sobre todo obra de la izquierda en Francia e Italia.

Son ejemplos de tres líneas de la actuación socialdemócrata que se juntan y se separan en un camino inédito hacia el siglo XXI, cuando ya no es posible el pleno empleo y el marco de acción política ha dejado de ser nacional. Nuevos retos están ya en el horizonte de los socialdemócratas europeos, como pueden ser la reforma de las pensiones o la progresiva armonización fiscal, tanto del impuesto sobre sociedades como de las tasas que penalizan el empleo. La reunión de Buenos Aires es una buena ocasión para discutir y renovar un ideario centenario, en el mundo de incertidumbres que abrió la caída del muro de Berlín.

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