La casa del señor
Un palacio del siglo XVII de los Mendoza yace olvidado en la abrupta orilla norte del embalse de Puentes Viejas
Hablar de Buitrago es hablar de Pero González de Mendoza, su primer señor (1366), a1 que podemos imaginar, poco antes de perderse en Aljubarrota con la flor de Castilla, recostado en sus murallas a la vera del Lozoya escribiendo aquel sentido dezir: "Cómo dexaré la sierra / do ay ayre y truchas finas...". Es hablar de su nieto Íñigo López de Mendoza, marqués de Santillana, conde del Real de Manzanares, señor de Hita y Buitrago, quien reforzó los muros de la villa, hermoseó el alcázar, erigió la iglesia de Santa María del Castillo y fundó el desaparecido hospital de San Salvador... Y de todos los Mendoza que a lo largo de los siglos han sido. A esta estirpe de soldados y poetas debe Buitrago en gran medida su luenga historia de prosperidad y su bella estampa medieval. Una obra apenas conocida, casi secreta, de las muchas que acometieron los Mendoza en Buitrago es la casa del Bosque, un palacete construido entre 1596 y 1601 en la orilla contraria del Lozoya por el quinto duque del Infantado -nieto del nieto del marqués de Santillana- para solazarse los días de caza. La causa de este desconocimiento es que el río, al ser contenido en 1939 por la presa de Puentes Viejas, se tragó para siempre el puente de 1a Coracha, y con él, el camino directo a la casa del Bosque, dejando el palacete olvidado en la orilla norte del embalse, devorado por la imparable vegetación, y a una distancia tal de la villa por tierra firme que para un turista medio, reacio a caminar más de la cuenta, es como si estuviera al otro lado del Atlántico o en Plutón.
Si descartamos la travesía a nado del embalse -que puede ser muy divertida para una minoría selecta, pero tentar a Dios para el resto-, el acceso más directo al palacete consiste en acercarse en coche a la aldea de Gandullas, que queda en 1a orilla septentrional de Puentes Viejas, y retroceder a pie medio kilómetro por la carretera de Buitrago, dando vista a las cuatro enormes antenas parabólicas que Telefónica tiene instaladas en estas soledades pecuarias para que hablemos vía satétite con Nueva York, Buenos Aires, Pekín y otros lugares de esa Gandullas global en que se ha convertido el planeta. Medio centenar de metros antes de llegar a la verja que delimita el centro de comunicaciones surge a la izquierda una vieja cañada flanqueada por cercas de piedra que, dejando a mano derecha un pinarejo y a la contraria baldíos, nos va a permitir plantarnos como a media hora del inicio ante las aguas del embalse de Puentes Viejas, donde el río Lozoya presenta por efecto del represamiento una superficie equivalente a 600 campos de fútbol.
Bordeando la orilla de este dulce ponto serrano hacia la derecha, en una hora más veremos descollar sobre el bosque de encinas -pocas, aunque autóctonas- y pinos resineros -legión, todos de repoblación- la más alta ruina de la casa del Bosque: una torre circular de ladrillo aupada sobre un fuerte cubo de mampostería que, los que saben de arquitectura, dicen que en su día era un buen ejemplar del estilo manierista español, con influencias italianas de Palladio y Serlio. Y los que saben de historia, que fue honrada con la visita de FelipeIII entre el 12 y el 16 de mayo de 1601. Y los que no saben de nada, como este cronista, que detrás de la obra de todo gran hombre hay un flojo que la deja arruinarse.
Junto al palacete pasa una ancha pista de tierra que continúa orillando el embalse a mayor altura hasta extinguirse en un raso pedregoso -a media hora de las ruinas-, donde tomaremos a la izquierda por una senda descendente que, tras cruzar el arroyo de la Cigüeñuela por una pontecilla, desemboca en la antigua N-I junto a las puertas de Buitrago. A 1a derecha, la carretera nos devolverá en otra hora a Gandullas y sus antenas gigantes, que permiten comunicar en décimas con Japón mientras el palacete de los Mendoza se desmorona en un silencio atroz. Son las ruinas del progreso.
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