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Retorno a Europa del Este

Pasé el mes de mayo viajando en coche por Eslovaquia, el sur de Polonia y Alemania del Este. Muchas de las ciudades, pueblos y granjas eran los mismos que había visto en 1984, cuando los gobiernos comunista parecían permanentes, y en 1992, cuando todo parecía impredecible inmediatamente después de la pacífica disolución del imperio soviético. No conozco ninguna lengua eslava y, por tanto, mis observaciones e interpretaciones se veían poderosamente condicionadas por el conocimiento de la historia europea adquirido a través de la lectura y por mi comunicación con aquellos que podían hablar conmigo en inglés, alemán, francés o español, con ese orden de frecuencia. Las inmensas diferencias entre 1984 y 1999 se pueden resumir en dos palabras (relacionadas): libertad y variedad. En el primer año, todos los escaparates, periódicos, mobiliario de restaurantes y hoteles, modelos de autobuses y camiones y el atuendo personal eran depresivamente monótonos. Había diversas clases de policía dondequiera que uno fuese. En toda clase de situación pública, la gente evitaba hablar con un extranjero. Incluso en 1992, la gente todavía vacilaba a la hora de que se la viese hablar con extranjeros, pero este año nadie temía que alguien le mirase fijamente a los ojos, ni que hiciese grandes esfuerzos por conversar.

Aunque me es imposible conocer en detalle las circunstancias de personas cuyos idiomas no puedo hablar, volví con la fuerte impresión de que la vida está mejorando claramente en Europa Central y del Este. En todas las ciudades grandes y pequeñas había señales de una nueva iniciativa empresarial independiente. La gente construía casas con estilos de su elección, las pintaba con variedad de colores y plantaba árboles y flores que reflejaban sus gustos personales. Parece existir un auténtico furor por las persianas venecianas, un apropiado sustituto de las cortinas del viejo estilo y que no resulta caro ni difícil de instalar. Y por los brillantes sanitarios de porcelana para el cuarto de baño, también instalados por los orgullosos propietarios-constructores artesanos. En todas las ciudades de cualquier tamaño hay ahora tiendas de juguetes, tiendas de ordenadores, empresas de reparación de automóviles, estilistas del cabello, variedad de tiendas de ropa y restaurantes.

Una combinación de iniciativas privadas y públicas, a veces subvencionadas por bancos o corporaciones extranjeras, restauran edificios históricos por todas partes. En 1984 me impresionó el hecho de que, a menudo, los únicos edificios bien conservados eran las iglesias, una silenciosa forma de protesta tanto en el área católica como en la ortodoxa. Ahora se enorgullecen de restaurar y mantener toda clase de edificios públicos.

Uno de los grandes patrimonios estéticos de Europa del Este son los palacios erigidos por los príncipes polacos entre los siglos XVI y XVIII, y los numerosos y atractivos ayuntamientos, mercados cubiertos y edificios administrativos erigidos por los gobernantes Habsburgo de Austria-Hungría, en su mayor parte en los siglos XVIII y XIX. La belleza de estos edificios contrasta poderosamente con la absoluta falta de imaginación estética de los edificios construidos en el siglo XX por los gobiernos autoritarios industriales y conservadores antes de 1945 y por los gobiernos comunistas entre 1945 y 1990. Estos bellos edificios reflejan una era en que todos los recursos estaban controlados por los acaudalados gobiernos monárquicos. Una combinación de buen gusto en cuestiones arquitectónicas y la fácil disponibilidad, a bajo precio, del trabajo cualificado de sus súbditos hizo posible la existencia de estos bonitos edificios, que en la actualidad, por fin, se han convertido en el patrimonio común de las sociedades democráticas en ciernes.

Como ejemplo de la variedad y exuberancia de las que fui testigo en muchas ciudades, permítanme describir la escena que tuvo lugar el sábado 8 de mayo en Kosice, capital provincial de la sección más oriental de Eslovaquia, habitada por una mezcla de eslovacos, magiares y ucranios. El corazón arquitectónico de la ciudad, de forma más o menos oblonga, contiene una catedral católica romana barroca, una bonita iglesia jesuita con fachada de yeso decorado, una iglesia franciscana de piedra gris sin decorar, un teatro de la ópera del siglo XIX, varios palacios antiguos ocupados ahora por oficinas de empresas y hoteles, varias elegantes fuentes y una gran área pavimentada al aire libre delante del teatro que era utilizada para los puestos del mercado durante el día y para un concierto de rock a última hora de la tarde.

Por casualidad, hacia las cinco de la tarde se celebraban una boda y varias confirmaciones en la catedral. La entrada estaba llena de familias ataviadas con sus mejores galas y el sonido del órgano se podía oír en los aledaños de las puertas de la catedral. Simultáneamente, a unos doscientos metros de distancia, el grupo de rock estaba afinando, lo suficientemente alto como para que se le pudiera oír muy claramente cerca de la catedral y para ser ligeramente audible en el interior del edificio. Adultos con atuendo formal conversaban con los diversos sacerdotes mientras sus hijos se reían de los admiradores del grupo de rock que llegaban con sus pendientes, sus cabezas afeitadas, sus camisetas, sus tatuajes, etcétera. Los vendedores ofrecían, además de helado y algodón de azúcar, anuncios con dibujos para clases de inglés, cupones para un sorteo de un viaje a Bratislava y paseos en una máquina de vapor de un solo vagón que utilizaba el medio kilómetro de vía restante de una época anterior.

Muy normal, podría uno decir, para una tarde de sábado de un país libre, pero la palabra clave aquí es "libre". En ningún momento bajo los Habsburgo o bajo los dictadores casi fascistas de los años veinte y treinta podría haber existido el equivalente a un grupo de rock rivalizando con ceremonias religiosas por la atención del público presente. Durante la era soviética habría habido música coral de alta calidad y bien organizada, dirigida por directores políticamente correctos y acompañada por banderines y eslóganes políticamente correctos. Pero no habría podido existir la espontaneidad y la diversidad de las que yo fui testigo el mes pasado.

Todo esto no es para insinuar que la utopía ha llegado a Europa del Este. Muchas personas, sobre todo de la genera-

ción anterior, y madres jóvenes de familias de clase trabajadora, lamentan la pérdida de la completa cobertura médica gratuita de la que disfrutaban (al menos en teoría) bajo los regímenes comunistas. En Alemania del Este, las peores industrias contaminantes han sido cuidadosamente controladas o cerradas, pero en Polonia y Eslovaquia los lugares de vacaciones y las ciudades siguen estando muy contaminados. Y por todas partes se ven más alcohólicos que en Europa occidental. Los antiguos satélites soviéticos experimentan aún más dificultades que Occidente para encontrar un equilibrio justo entre eficacia económica y justicia social. Una nueva forma de corrección política me dejó con una sensación agridulce. Los edificios públicos y los comedores de los hoteles están llenos de cuadros de escenas rurales judías. Indudablemente, se debería conceder algún mérito a un deseo de sustituir los estereotipos negativos históricos de la vida judía previa al holocausto. Pero, para mí, tiene el carácter parcialmente falso de nuestra celebración estadounidense de la cultura india (de los nativos estadounidenses) un siglo después de que extermináramos prácticamente a los indios. Aun así, lo más importante es que la situación cotidiana de la mayoría de Europa del Este es inmensamente mejor que hace 10 años. Hay independencia personal, una decidida actividad económica y un renovado orgullo cultural evidentes por todas partes. Y el factor que ha hecho posible estos progresos es de igual manera evidente: la libertad política y económica.

Gabriel Jackon es historiador.

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