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EL CAMINO HACIA LA PAZ Testimonios

Los albaneses quieren vivir con los "serbios buenos"

Los habitantes de Klina protegen a un profesor que les defendió de los ataques de los paramilitares.

Xavier Vidal-Folch

ENVIADO ESPECIALLos albanokosovares pugnan para que sus compatriotas de etnia serbia que se han comportado correctamente durante la guerra se queden en el país. "Por favor, no te vayas, te ayudaremos y te protejeran las tropas aliadas", le dice el periodista albanokosovar Krasniqi al profesor de gimnasia serbiokosovar Krasic Krasimir. El profesor es un emblema de solidaridad en la ciudad de Klina. Se enfrentó a las tropas yugoslavas para evitar el incendio de decenas de viviendas, entre ellas la del periodista que ahora le protege.

Evitar las venganzas y asegurar la pluralidad étnica del futuro Kosovo. Estos son los lemas de la mayoría de los albanokosovares, incluidos buena parte de los más radicales. Para ello es imprescindible convencer a los ciudadanos serbios que tienen las manos limpias de sangre de que ningún peligro les acecha tras la derrota.

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El profesor de gimnasia es una de las excepciones -no se sabe cuántas hay- a la animadversión de los serbios contra sus vecinos albaneses. "Te mataremos si vuelves a defenderles", le amenazaron los uniformados serbios, cuenta una vecina. "Ayudé a todos, católicos o musulmanes porque es mi deber", replicaba Krasic.

El encuentro entre el periodista albanokosovar -exiliado durante nueve años- y el profesor de gimnasia serbio, que ha protegido la vivienda de su familia durante los últimos meses es emocionante. Krasic está nervioso. Le dice a Ekrem que quiere irse a Belgrado, que teme "a los extremistas", que los soldados aliados "no llegan", y que se siente "sin protección".

A las siete de la mañana, una impresionante caravana de cuatro autobuses repletos y vehículos de toda ralea salieron de la ciudad rumbo a Belgrado. Entre ellos, el alcalde de la ciudad.

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Ekrem, tan emocionado por su retorno temporal al hogar como nervioso está su viejo amigo de la otra etnia; trata de calmarle y de convencerle para que se quede en su paisaje, porque también es suyo, aunque los teóricamente suyos hayan cometido innumerables atrocidades en la ciudad: asesinatos, incendios de casas, robos, deportaciones... "Tú nos has ayudado, tienes la conciencia tranquila y nosotros te ayudaremos", argumenta el periodista albanokosovar.

"Es verdad que deberíamos quedarnos los que la tenemos así, y que sólo deberían irse quienes tengan las manos manchadas de sangre", reconoce el profesor de gimnasia. Pero tiene miedo.

Ekrem insiste. Krasic se va tranquilizando. "Te aseguro que me lo pensaré, hasta el sábado, si para entonces han llegado los italianos, me quedo", promete. Donde hubo serbokosovares que se plantaron ante sus militares, las violencias se redujeron. Donde no los hubo, todo es destrucción y odio. Es indispensable que los Krasic se queden en su tierra. Y que los soldados aliados lleguen a tiempo. Por desgracia o por inercia, los españoles no podrán gozar de ese privilegio humanitario.

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