José Tomás, al natural
José Tomás toreó al natural. A lo mejor bastaría decir que toreó. Un aficionado, cuando se llevaban al torero por la puerta grande, comentaba: "Tomás no es de este mundo". Bueno, siempre se exagera. Pero sí es cierto que no pertenece a esta época, menos aún a este escalafón, donde apenas nadie torea así lo aspen. Unos cuantos toreros en edad de merecer se han encontrado alternando con José Tomás durante la pasada feria -en la Corrida de Beneficencia también lo hubo- e iban a por todas, competían en quites, a veces derrotaban al competidor; pero llegado el momento de mostrar cómo se hace el toreo ya era distinto asunto: se ponían a pegar pases. No es lo mismo pegar pases y torear. Dar un muletazo, quitarse de en medio y empezar el siguiente en distinto sitio: ésa es la técnica que emplea todo el escalafón. A Miguel Abellán, que con mayor o menor brillantez estuvo toreando de la consabida manera, se le pedía, hasta se le suplicaba, que hiciera el toreo verdadero; el de parar, templar y mandar. Y no hubo manera.
Pilar / Rincón, Tomás, Abellán; Hermoso
Cinco toros de El Pilar (uno rechazado en el reconocimiento, otro devuelto por inválido), bien presentados, dieron juego. 6º, de Victoriano del Río, con trapío y cornalón, inválido. 2º, sobrero, de Garcigrande, con trapío, bravo. César Rincón: aviso con retraso antes de matar, estocada tendida perdiendo la muleta, dos descabellos y se echa el toro (silencio); bajonazo descarado y rueda de peones (silencio). José Tomás: bajonazo (oreja con algunas protestas); estocada (dos orejas); salió a hombros por la puerta grande. Miguel Abellán: estocada corta atravesada descaradamente baja perdiendo la muleta, pinchazo perdiendo la muleta, pinchazo -aviso-, dos pinchazos y se echa el toro (silencio); dos pinchazos y estocada corta ladeada (aplausos). Un toro de Murube despuntado para rejoneo. Pablo Hermoso de Mendoza: dos pinchazos, otro hondo, rueda de peones y, pie a tierra, tres descabellos (ovación y salida al tercio). El Rey, acompañado por el presidente de la Comunidad de Madrid, presenció la corrida desde el palco real. Plaza de Las Ventas, 17 de junio. Corrida de Beneficencia. Lleno.
No hubo manera y eso que tenía el ejemplo bien cercano. Parar, templar y mandar ligando los pases: así toreaba José Tomás y ponía la plaza boca abajo. No por casualidad, ni por partidismo sino porque, efectivamente, toreaba, y el toreo siempre es emocionante, siempre arrebatador. Claro que el toreo verdadero requiere no sólo conocerlo sino asumir el riesgo de la cogida. Cuando un torero carga la suerte y liga los pases sabe lo que se juega. He aquí, pues, el busilis de la vaina: un peligroso albur al que no todos están dispuestos. En el actual escalafón, casi nadie.
Por eso José Tomás. Por eso tiraba de naturales y se producía en el tendido una conmoción. No es que lo hiciera todo perfecto. En los lances de recibo perdía el capote; un accidente al que parece predispuesto. Ciñó unas gaoneras y unas chicuelinas con demasiados enganchones y luego se las mejoró Abellán; hasta Rincón le dio cumplida respuesta por tijerillas. Y la primera de sus faenas de muleta tampoco resultó de altos vuelos.
La primera faena de José Tomás a un bravo sobrero de Garcigrande constituyó un alarde pues la hizo entera sobre la izquierda, si bien los naturales le salían aleatorios: unos con la suerte cargada, descargada otros; en acabada ligazón o según y cómo. Mató además de un bajonazo y devaluó la oreja que le regalaron.
La segunda faena, en cambio, tuvo hondura y torería a raudales. Ahí sí. En esa faena el toreo al natural lo iba desgranando con una pureza irreprochable y al sufrir un acosón enderezó el desaire cuajando tres ayudados a dos manos que fueron otros tantos carteles de toros. Y vino entonces la emoción, el clamor, los gritos de "torero", la plaza en pie, ¡el delirio!
Rincón, espeso y torpísimo pese a los arrebatos de casta que sin duda atesora, aburrió en sendos trasteos interminables. Abellán naufragó con su primer toro y se habría podido desquitar en el sexto, pues se le veía animoso, pero le faltó esa sublime decisión que caracteriza a los toreros auténticos para jugársela; y optó por el unipase que -¿se ha dicho alguna vez?- es no torear.
El toreo verdadero arrebata hasta en los quites. Le hizo uno memorable a cuerpo limpio el peón Luis Carlos Aranda a Abellán, que había caído en la cara del toro. Arrebata hasta a caballo. Pablo Hermoso de Mendoza toreó con una valentía y una templamza rayanas en lo inverosímil, su actuación constituyó un fastuoso espectáculo que asimismo habría terminado en triunfo si llega a matar bien. Pero mató mal. Algunos aficionados juraban que, jinete de sus maravillosas cabalgaduras, le habían visto dar naturales. Seguro que sí. Dos toreros de una pieza, Pablo Hermoso y José Tomás, habían hecho historia de la Corrida de Beneficencia elevando el toreo a la categoría de grandeza. Al natural.
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