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EL CAMINO HACIA LA PAZTestimonios

"Sobrevivimos gracias al maíz"

Los kosovares desplazados a las montañas han vivido tres meses de odisea por la superviviencia

Xavier Vidal-Folch

ENVIADO ESPECIALA fe que es una odisea. Una digna y silenciosa gesta colectiva en busca de la supervivencia. Durante tres meses, los albanokosovares del campo se refugiaron en las montañas, huyendo del hostigamiento serbio. Pese a ello, sufrieron bombardeos desde las faldas de las colinas, que mataron a bastantes. Otros murieron de hambre. Los más han sobrevivido "gracias a las provisiones de maíz y las noticias de la radio". Todos los habitantes de Sedlane, 40 kilómetros al sur de la capital de Kosovo, se fueron juntos y volvieron juntos anteayer, con pocas bajas. Sus casas habían ardido. En las montañas, lejos de un médico, nació Donika. Duerme, con sus siete hermanos, en lo que queda del corral de las vacas. El descenso de las colinas sigue.

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Nazmi, Ymer y Fehmi Krapi, tres hermanos cuarentones del vecino pueblo de Nekovc, también volvieron el lunes. "Hemos estado tres meses allá arriba", apuntan con el dedo un húmedo paisaje como el de Asturias. "Huíamos de las matanzas; en nuestro pueblo mataron a ancianos y a niños", explican. "Sólo hemos regresado 10 familias de los 3.500 vecinos; los demás no se sienten aún seguros".

Han sobrevivido gracias a que molían maíz: "Con él hacíamos pan y buscábamos el agua en un riachuelo", recuerdan. Llevaron consigo muy pocos animales: los invasores se comieron casi todas sus vacas. Y también "gracias a la radio", la DeutscheWelle o la BBC, que les mantenía unidos al mundo, obsesión de este pueblo culto que cuenta con el parque más nutrido de antenas parabólicas, muchas de ellas ahora robadas por la gente del presidente yugoslavo, Slobodan Milosevic. "Por eso bajamos ayer, al saber que la OTAN ya entraba en Prístina".

Pese a ser civiles, y fugitivos, sufrieron morterazos de las fuerzas serbias. "Mataron a 12, y otros 14, sobre todo recién nacidos, murieron de hambre". Todos los nombres figuran en una libreta, con el lugar de su entierro: "El alcalde llevaba el registro". ¿El mejor momento? "El domingo, y ayer, que entramos en casa. Aunque la habían incendiado, es nuestra tierra". "Escriba, por favor, nuestras gracias a Clinton, a Solana, a Albright, a Fischer", insisten.

"Los niños corrían como gallinas sin rumbo, porque nos disparaban morteros por los dos lados de la montaña", explica entre lágrimas el anciano Ibrahim Kadriolli, 75 años, jefe de una tribu de 32 personas y patriarca de Sedlane. La huida del pueblo al completo se produjo el 3 de abril, cuando 500 soldados lo rodearon y empezaron a disparar. Ibrahim, que fue minero del carbón, explica que no "vivía" en la montaña: "Sólo sobrevivíamos con el pan que nos hacíamos". Previsores, se llevaron arriba alforjas de mazorcas. Y sacos de plástico, de los de la siembra. Y algunos fajos de mantas y ropa, que ahora cuelga, ya lavada, secándose. La primera jornada en casa ha servido para hacer la colada y empuñar las guadañas para limpiar el terruño. Por poco apoyo que reciban, esta tierra será gozosa en pocos años: son ellos los primeros en ayudarse

Los dos pisos superiores de la vivienda están quemados. La planta también huele a fuego. Los miembros del clan están ahora dale que te pego rascando las maderas carbonizadas de las ventanas, por ver qué salvan. O revocando las paredes interiores con restos de cemento. "No tenemos cemento suficiente, la casa se derrumbará en cualquier momento, hoy no tenemos de qué comer", llora el viejo, herido sobre todo en su dignidad. Pero acaban de llegar tres camiones de Cruz Roja con ayuda urgente, le dicen. Se calma.

Quienes no se calman son los niños de la familia Huxholli. Desde los morterazos y las bombas duermen mal, en lo que queda de la cuadra, eso sí, cubierta ya de moqueta y jarapas, que son musulmanes y andan descalzos. Sólo el pequeño Auron, nueves meses, descansa en la cuna-balancín, en el jardín -entre olores de chamuscado y de rosas-, en la misma tienda de campaña que improvisaron para la montaña, cuatro por dos metros, con un techo del sempiterno saco de plástico. "Los hombres comíamos una vez al día, para ahorrar provisiones", explica el abuelo Hassan, de 60 años. "Estuvimos cinco días caminando hasta un lugar seguro en la montaña; lo peor es que la fuente más próxima quedaba a una hora larga de camino", recuerda. Aquí al lado, los mozos de la casa siegan el campo, hacendosos. Huele a primavera tardía y empieza a llover.

Llueve sobre la frágil y oscura porqueriza de Musli Huxholli, hijo de Hassan, campesino. De su casa queda una pared. Su mujer, Mevlide, aprieta a Donika, de nueve días. La parió con éxito en las colinas, a la brava, el 6 de junio. No había médico ni comadrona. "Ya me costó subir, porque tenía un embarazo gordo, y el caballo lo necesitábamos para transportar maíz, ropa y enseres", narra en su pesebre. "Estaba débil, fue duro", musita. Y, además, los otros siete hijos -el mayor cuenta nueve años- revoloteaban. Bautizó a su hija con el nombre de la esposa del héroe nacional, Scardabeu, que liberó a los albaneses de la invasión turca en el siglo XV. Le ha colgado una bala del cuello, como medalla, para que recuerde, no para que odie. Los Huxholli dan al visitante lo que tienen, un manojo de rosas.

Saliendo del pueblo, otros bajan del refugio. Aghim Ademi, profesor de albanés en Mirena -250 habitantes-, acarrea una carretilla con una olla, un enorme colchón de gomaespuma, un azadón, una almohada. "Es todo lo que me llevé y me traigo de allí arriba; saquearon mis casa, me dejaron sin televisión ni libros", lamenta, aunque sonríe por la libertad recobrada. De pronto se le ensombrece la faz. "Mi hijo de 15 años, Qëeim Adem, ha desaparecido en las montañas. "Pregunte por él en Pristina, dé voces, que vuelva", impetra.

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