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EL CAMINO HACIA LA PAZ El despliegue militar

La OTAN entra, pero no ocupa Pristina

La capital de Kosovo era anoche un vacío de poder, compartido por militares aliados, rusos y serbios

Xavier Vidal-Folch

La avanzadilla de las fuerzas del general británico Michael Jackson, jefe de las tropas aliadas, encontró ayer el aeropuerto de Pristina ocupado por los soldados de Moscú que habían llegado de la vecina Bosnia pocas horas antes. La inesperada llegada de las tropas rusas a la capital de Kosovo trastocó los planes elaborados por la OTAN. Pese a todo, el despliegue de las tropas de la Alianza se inició sin incidentes, a pesar de los momentos de tensión que surgieron ante una unidad serbia en el aeropuerto de Pristina, que se convirtió en tierra de nadie y desde donde surgían anoche todo tipo de rumores. Desde Washington se intentaba quitar importancia al enfrentamiento.

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Esta operación está necesitando un fórceps tras otro. El objetivo de la Alianza Atlántica era haber instalado plenamente su cuartel general y su poder político-militar en Pristina. Pero a las ocho de la tarde sólo pisaban la ciudad seis soldados de la OTAN, noruegos. El grueso de la Cuarta Brigada británica se repartió entre el aeropuerto, donde los rusos asentaban ya sus reales desde la madrugada -en número de 200, según los occidentales, 800, para otras fuentes- y los numerosos puestos de control que dejó junto a la carretera principal, desde Blace, frontera con Macedonia. La confusión era casi general. Por todo Kosovo los serbios se retiraban. Unos, militares, con sus blindados, prodigando gestos de soberbia -pero escasos inciden- tes- ante las tropas aliadas. Otros, paramilitares, conduciendo, con semblante humillado, tractores de dudosa procedencia con la casa a cuestas. Algunas viviendas albanesas todavía humeaban junto a la carretera principal. Pero las fuerzas de Belgrado aún imperaban parcialmente en Pristina: dos controles impidieron a los periodistas occidentales llegados por tierra asistir a la conferencia de prensa del general Jackson. Sólo los que acudieron en helicóptero desde Skopje llegaron al aeropuerto. Al inicio de la operación, las cinco de la mañana, los militares aliados mostraban en privado su "indignación" porque Rusia había incumplido su compromiso de la víspera, la promesa de no entrar en Pristina, lo que les aguó su entrada triunfal, robándoles cámara. Los mandos aliados optaron por "no humillar a los rusos", pese a que les preocupa "esta ocurrencia militar". Dispuestos a tratarles con guante de seda, destacaban el "valor simbólico de que hayan ido a Pristina y no se hayan quedado en el Norte", lo que prefiguraría un nuevo Berlín de postguerra, la partición del país. El aparato militar de la OTAN avanza, no como un elefante en una cacharrería, sino más bien como un gigante a medio gas, pero irreversible. A las cinco de la mañana empieza la operación Guardia Conjunta. La columna principal, la británica, estaba concentrada en Blace, la frontera macedonia de infausto recuerdo para los refugiados. Los primeros helicópteros de la Quinta Brigada Aerotransportada descuelgan paracaidistas en las cimas de las colinas, para certificar la ausencia de emboscados. Seiscientos gurkas nepalíes echan a andar, comprobando que la carretera está expedita de minas. "No hemos encontrado ni un sólo problema", comenta Bhadur Thappa, jovencito de 19 años, apostado a la entrada de la desierta General Jankovic. Sólo se registra una falsa alarma en un túnel. "Tanto el Ejército serbio como el ELK están cooperando", resume un oficial. Los nepalíes se despliegan tras la frontera a lo largo de los diez primeros kilómetros, la zona más peligrosa, escenario de duras batallas entre fuerzas serbias y el ELK. A las 9,30 horas, el primer tanque cruza la frontera. Le siguen centenares de blindados, tanquetas, camiones pontoneros... Un batallón británico aerotransportado. Tres gendarmes yugoslavos, sentados, fumando, lucen rictus indiferente. Los mismos que la víspera registraron el cruce del último refugiado. La carretera, estrecha. El ritmo, lento. Centenares de coches de periodistas se unen a la columna. También algunos grupitos de deportados: "Nosotros también vamos", gritan, emocionados. Son los pioneros del retorno a casa. Como Bajram, 78 años, que camina y camina en busca de sus tres hijos desaparecidos, y al final se encarama en un vehículo. General Jankovic aparece como Famagusta, la ciudad chipriota fantasma, deshabitada. Sólo un silencio glacial responde al estruendoso ruido de los carros. Los cristales tiroteados, rotos. Las alacenas de los supermercados, vacías. Las garitas militares, vacías. Un tractor sin ruedas, coches despanzurrados y herrumbrosos, casas quemadas, sin techo. Ni una sola alma. Las primeras surgen tras el desfiladero de Kacanik. Cuatro guerrilleros del ELK, sin exhibir armas. "Buena suerte", desean. Las estaciones de servicio, también descalabradas, van siendo ocupadas, uno o dos blindados se quedan en cada una de ellas. Así, hasta mitad de camino, Urosevac. Hierba segada. Primeros síntomas de vida en esta ciudad, de las más castigadas. Un enjambre de niños y mujeres se abalanza sobre los tanques, con el lema de siempre. "Sois nuestros salvadores", espeta Naim Behluli, antiguo funcionario expulsado por los serbios. Los manifestantes -de mayoría musulmana- echan flores a los blindados, como ocurrió un 25 de abril en Lisboa. La máxima explosión de alegría se registra en Lugagi, cuando faltan poco más de 20 kilómetros para el destino. "Hasta ahora no podíamos ni dormir", cuenta el anciano Daut Reqica. "Sólo vosotros podíais areglar esto", les dice su vecino a los británicos, los ojos fijos en el asfalto, como si pudieran entenderlo. Los chavales dificultan el trasiego de blindados. "No hay lugar en este país para los serbios que tengan las manos manchadas de sangre", espeta otro vecino. "Pero sí para los demás". La caravana se encamina al aeropuerto de Pristina. Parte se queda en el camino. Muy poca en el último tramo, donde proliferan las tanquetas y tractores serbios en retirada. Y sólo seis soldados, seis, entran en el céntrico casco de la capital.

La OTAN entra, pero no ocupa Pristina

Viene de la primera página Esta operación está necesitando un fórceps tras otro. El objetivo de la Alianza Atlántica era haber instalado plenamente su cuartel general y su poder político-militar en Pristina. Pero a las ocho de la tarde sólo pisaban la ciudad seis soldados de la OTAN, noruegos. El grueso de la Cuarta Brigada británica se repartió entre el aeropuerto, donde los rusos asentaban ya sus reales desde la madrugada -en número de 200, según los occidentales, 800, para otras fuentes- y los numerosos puestos de control que dejó junto a la carretera principal, desde Blace, frontera con Macedonia.

La confusión era casi general. Por todo Kosovo los serbios se retiraban. Unos, militares, con sus blindados, prodigando gestos de soberbia -pero escasos inciden- tes- ante las tropas aliadas. Otros, paramilitares, conduciendo, con semblante humillado, tractores de dudosa procedencia con la casa a cuestas. Algunas viviendas albanesas todavía humeaban junto a la carretera principal. Pero las fuerzas de Belgrado aún imperaban parcialmente en Pristina: dos controles impidieron a los periodistas occidentales llegados por tierra asistir a la conferencia de prensa del general Jackson. Sólo los que acudieron en helicóptero desde Skopje llegaron al aeropuerto.

Al inicio de la operación, las cinco de la mañana, los militares aliados mostraban en privado su "indignación" porque Rusia había incumplido su compromiso de la víspera, la promesa de no entrar en Pristina, lo que les aguó su entrada triunfal, robándoles cámara. Los mandos aliados optaron por "no humillar a los rusos", pese a que les preocupa "esta ocurrencia militar". Dispuestos a tratarles con guante de seda, destacaban el "valor simbólico de que hayan ido a Pristina y no se hayan quedado en el Norte", lo que prefiguraría un nuevo Berlín de postguerra, la partición del país.

El aparato militar de la OTAN avanza, no como un elefante en una cacharrería, sino más bien como un gigante a medio gas, pero irreversible.

A las cinco de la mañana empieza la operación Guardia Conjunta. La columna principal, la británica, estaba concentrada en Blace, la frontera macedonia de infausto recuerdo para los refugiados. Los primeros helicópteros de la Quinta Brigada Aerotransportada descuelgan paracaidistas en las cimas de las colinas, para certificar la ausencia de emboscados. Seiscientos gurkas nepalíes echan a andar, comprobando que la carretera está expedita de minas. "No hemos encontrado ni un sólo problema", comenta Bhadur Thappa, jovencito de 19 años, apostado a la entrada de la desierta General Jankovic. Sólo se registra una falsa alarma en un túnel. "Tanto el Ejército serbio como el ELK están cooperando", resume un oficial. Los nepalíes se despliegan tras la frontera a lo largo de los diez primeros kilómetros, la zona más peligrosa, escenario de duras batallas entre fuerzas serbias y el ELK.

A las 9,30 horas, el primer tanque cruza la frontera. Le siguen centenares de blindados, tanquetas, camiones pontoneros... Un batallón británico aerotransportado. Tres gendarmes yugoslavos, sentados, fumando, lucen rictus indiferente. Los mismos que la víspera registraron el cruce del último refugiado. La carretera, estrecha. El ritmo, lento. Centenares de coches de periodistas se unen a la columna. También algunos grupitos de deportados: "Nosotros también vamos", gritan, emocionados. Son los pioneros del retorno a casa. Como Bajram, 78 años, que camina y camina en busca de sus tres hijos desaparecidos, y al final se encarama en un vehículo.

General Jankovic aparece como Famagusta, la ciudad chipriota fantasma, deshabitada. Sólo un silencio glacial responde al estruendoso ruido de los carros. Los cristales tiroteados, rotos. Las alacenas de los supermercados, vacías. Las garitas militares, vacías. Un tractor sin ruedas, coches despanzurrados y herrumbrosos, casas quemadas, sin techo. Ni una sola alma.

Las primeras surgen tras el desfiladero de Kacanik. Cuatro guerrilleros del ELK, sin exhibir armas. "Buena suerte", desean. Las estaciones de servicio, también descalabradas, van siendo ocupadas, uno o dos blindados se quedan en cada una de ellas. Así, hasta mitad de camino, Urosevac. Hierba segada. Primeros síntomas de vida en esta ciudad, de las más castigadas. Un enjambre de niños y mujeres se abalanza sobre los tanques, con el lema de siempre. "Sois nuestros salvadores", espeta Naim Behluli, antiguo funcionario expulsado por los serbios. Los manifestantes -de mayoría musulmana- echan flores a los blindados, como ocurrió un 25 de abril en Lisboa.

La máxima explosión de alegría se registra en Lugagi, cuando faltan poco más de 20 kilómetros para el destino. "Hasta ahora no podíamos ni dormir", cuenta el anciano Daut Reqica. "Sólo vosotros podíais areglar esto", les dice su vecino a los británicos, los ojos fijos en el asfalto, como si pudieran entenderlo. Los chavales dificultan el trasiego de blindados. "No hay lugar en este país para los serbios que tengan las manos manchadas de sangre", espeta otro vecino. "Pero sí para los demás". La caravana se encamina al aeropuerto de Pristina. Parte se queda en el camino. Muy poca en el último tramo, donde proliferan las tanquetas y tractores serbios en retirada. Y sólo seis soldados, seis, entran en el céntrico casco de la capital.

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