Se hizo una luz
De repente se hizo una luz. Uno ya está mayorcito para creer en las casualidades y, sin embargo, aún no ha madurado lo suficiente como para perder la fe en los símbolos. Ni siquiera en la magia. A veces uno saca la nariz bajo el capuchón del chubasquero, un ojo también, y lo que ve le parece mágico. Y así será.Una luz que se hizo salió de la muleta torera de Ponce. La otra luz la trajo el mismísimo Dios y la puso un instante sobre la andanada. Un símbolo detrás de otro. ¿No es esto magia?
La luz que se hizo en la muleta torera de Ponce centelleó cuando dio en ligar los pases. No es que fueran muchos: par de ellos cada vez y aun con reservas. Pero bastó eso para que se calentara la plaza, los aficionados le corearan olés y uno de los conspicuos le gritara incluso: "Sí señor, así se viene a Madrid". Estaba el artista en días de vísperas con que la afición de Madrid le tiene manía, le incomoda y le encocora. Es decir, que padecía el síndrome de la incomprensión. Y estas cosas pasaron mientras le pegaba pases -fuera cacho, sin ligar ninguno- a un victorino mansurrón, inocente e impresentable. El victorino por un lado, el torero por otro, ni casaban ni hacían toreo. Y la afición insistía en que menos pico y pare usted de correr; y el torero, que posiblemente no entendía nada, andaba por allí cariacontecido y anodadado.
Varias / Litri, Ponce, Mora
Toros (13 fueron rechazados en el reconocimiento) de diversas ganaderías: 1º. Teófilo Segura, encastado; 2º. Victorino Martín, manso, noble; 3º. Alcurrucén, con casta; 4º. Javier Pérez Tabernero, manejable; 5º. María Agustina López Flores, poca casta, pastueño. 6º Victoriano del Río, inválido, pastueño. Todos bien presentados, excepto el de Victorino, sin trapío ni pitones, impresentable. Litri: estocada -aviso- y dobla el toro (silencio); media trasera (silencio). Enrique Ponce: estocada trasera, rueda insistente de peones -aviso- y dobla el toro (ovación y también protestas cuando saluda); estocada corta (oreja). Eugenio de Mora: cuatro pinchazos, dos de ellos perdiendo la muleta, rueda de peones -aviso-, tres descabellos, pinchazo y descabello (silencio); pinchazo y estocada perdiendo la muleta (oreja). Asistió el Rey, acompañado de Jesús de la Serna, presidente de la Asociación de la Prensa, y del matador de toros retirado Pedrés.Plaza de Las Ventas, 31 de mayo. Corrida de la Prensa. 23ª de feria (fuera de abono). Lleno.
Correr... Son los modos emblemáticos de la tauromaquia contemporánea. Ejecuta el torero un pase y para emprender el siguiente ha de darse un carrerón. De tal guisa toreó Eugenio de Mora, pues no se iba a salir de la norma. A su primero, sin tino lidiador para someter el genio del encastado animal, ni tampoco estoqueador para darle muerte digna; a su segundo, sin el mimo que requería su invalidez y sin la reunión que demandaba su boyantía. De manera que Eugenio de Mora hizo esta segunda faena, siempre aplaudida y oleada -que decían los antiguos revisteros- a la moderna usanza: comienzo de rodillas que acabó con el toro y el torero arrodillados, lo cual es desairada composición; muchos muletazos, naturales los imprescindibles, derechazos a manta, un circular de espaldas, los pases de pecho largos... Y, entre suertes, mucho correr, vuelta a empezar.
La verdad es que, si se trata de correr, uno prefiere a Ponce. A fin de cuentas en el pagapasismo itinerante ha alcanzado la perfección. La experiencia es la madre de la sabiduría. Con una sola salvedad en el mundo: Litri. Litri, cuanto más torea, más desastrado es su torear. Litri le pegó unos cuantos trapazos a su primer toro y en su siguiente turno obró el prodigio de pasarse tres minutos de reloj delante del toro sin darle ninguno. Entiéndase: estuvieron tres minutos uno delante del otro, guardando las distancias y mirándose de refilón. Hasta que el toro se cansó de esperar, dio una arrancada, Litri pegó un trapazo y en esa acción montaraz tuvo la faena el principio del fin.
Llovía.
Y en pleno aguacero llegó Ponce y toreó por templados derechazos de aislada factura, e instrumentó naturales algunos ligados, y continuó la ligazón con nuevos redondos aunque remataba metiéndose en el costillar, indicio de inquietud personal y ganas de escurrir el bulto.
El toro cornalón cantó su mansedumbre, se aculó a tablas, allí le retó Ponce ofreciendo el pecho a centímetros de aquellos pitonazos impresionantes y, hecho el alarde, cobró la estocada en lo alto de efecto fulminante, que le valió la oreja y los parabienes de la afición.
Y fue entonces cuando en la tarde tétrica, en la noche que tempraneó para soltar agua misericordia, bajo el negro espesor de las nubes, tiró el sol un rayo de luz que puso a refulgir los rojos tejadillos y le dio a la andanada un tono broncíneo; como si Goya la hubiera pintado a pastel, como si de repente acabara de llegar allá el dorado otoño. Duró poco pues el rayo de luz era fugaz. Y con su huida se desvanecieron los símbolos y la magia. Una pena porque la vida real no es tan bonita.
Babelia
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