Sevilla se inunda de sonidos mediterráneos en la segunda edición de Música de los Pueblos
Diez países del Mare Nostrum mostraron la variedad de sus expresiones creativas
El pasado año fueron las músicas de los pueblos celtas. En 1999 le ha tocado el turno a Territorios de la Mediterranía. Un título tal vez demasiado ambicioso, ya que el cartel de este festival urbano ofrecía la única presencia estelar de Khaled -el tan cacareado boom de las cantantes griegas todavía no se ha materializado- y cojeaba por la ausencia de representantes de Turquía, la gran potencia musical del Mediterráneo oriental. Aun así, los pasados viernes y sábado casi una veintena de artistas y agrupaciones musicales invadieron las plazas de Sevilla con su música.
La baza de Música de los Pueblos, festival organizado por el Área de Cultura del Ayuntamiento de Sevilla, es que la mayoría de los recitales se desarrollan en hermosas plazas del centro de la ciudad. Lo que provoca insólitos solapamientos de culturas: una procesión coincide en la plaza del Salvador con el efervescente recital de la Franfare Ciocarla y se funden metales y tambores sevillanos y balcánicos. Nadie se altera, excepto algún visitante que intenta captar con su grabadora esa cacofónica colisión de devoción y fiesta. Al día siguiente, en el mismo espacio irrumpe una aparatosa limusina mientras en el escenario se desencadena la irresistible música del argelino Tak Farinas: una novia llega a la iglesia y a su paso se desplaza mansamente la tribu de la litrona y el calimocho, observados por los nerviosos invitados en riguroso traje de etiqueta (está presente un piquete de guardias de seguridad, pero el público de la world music es tolerante incluso con los rituales más rancios).Mestizaje sonoro
Sevilla está inundada de propaganda electoral y también cuenta estos días con una notable programación institucional de conciertos de pop y rock. Ambas circunstancias contribuyen a que pase relativamente inadvertido un evento como Territorios de la Mediterranía, que también ofrecía actividades paralelas como un debate sobre el mestizaje sonoro o la pasmosa exposición de instrumentos norteafricanos de Eduardo Paniagua. El músico madrileño participó igualmente en el homenaje a Abdessadak Chekara, el desaparecido fundador de la Orquesta Andalusí de Tetuán, agrupación conocida en España por sus colaboraciones con El Lebrijano y Michael Nyman. David Broza, Ekova, los Tenores de Bitti, Dorantes, los Mau Mau y la pareja Silvia Comes-Lidia Pujol también se presentaron al aire libre.
Los espectáculos del Palacio de los Deportes sufrieron inconvenientes mayores que el barullo callejero o los actos religiosos. El primero, Voces por la Paz, un abrigarrado desfile de seis interpretes, se resintió de los interminables parones entre grupo y grupo: la veterana Rimitti concluyó su actuación a las cuatro y veinte de la madrugada. El sábado, los problemas fueron de otro tipo. Khaled viajó por Iberia y llegó minutos antes del comienzo. Eso explica que su sonido desmereciera ante el de la telonera, la egipcia Natacha Atlas. En directo, Khaled es un artista demasiado relajado que compensa su aparente desinterés con exhibiciones a cargo de su banda internacional. Triunfa, pero parece vivir de las rentas.
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