Carta desde el corazón de Kosovo
La superiora de un convento ortodoxo encarna la profunda desconfianza de los serbios con sus vecinos albaneses
Pocos lugares hay en Kosovo tan próximos al corazón de la guerra como el convento de la hermana Anastasia Biljic. El cinco veces centenario convento -hasta 1947 un monasterio para monjes al que todo el mundo se refiere como el monasterio de Devic- se levanta entre las accidentadas y boscosas colinas de Drenica. La región de Drenica fue la cuna y antaño la base del Ejército de Liberación de Kosovo (ELK), la guerrilla secesionista albanesa.Durante varios meses y hasta marzo de 1998, los bosques de la zona fueron territorio del ELK y las nueve monjas de Devic dicen que llevaban una vida de temor, acoso e incertidumbre. Pero se quedaron, en vez de huir, cuidando del ganado y cultivando la huerta para sobrevivir en su aislamiento. En Serbia todo el mundo parece conocer la historia de las monjas de Devic. Para los serbios, su resistencia es un ejemplo, y el acoso del que se quejan, una fuente de ira.
Ahora, con la horrendamente efectiva limpieza llevada a cabo por la policía serbia y con los soldados estacionados en las colinas, ha vuelto una especie de paz al monasterio. Sólo el rumor de los aviones de la OTAN y las explosiones de las bombas en el valle compiten con el cucú de los cuclillos y los mugidos de las vacas.
Quizás es que es muy pronto, pero las monjas no piensan todavía en poner la otra mejilla. Sí es tiempo, en cambio, de tomar partido, y Anastasia Biljic cree que los albaneses son los responsables de la imagen de destrucción que se ve desde la carretera. "Como cristiana, yo no iría a la guerra. Pero si la otra parte empieza, qué vamos a hacer", dice con toda tranquilidad. "El ELK nos decía constantemente que o nos marchábamos o moriríamos. Juré ante Dios que me quedaría, así que elegí morir".
Biljic, con su mirada triste y su hábito negro, es la superiora. Llegó en 1968, con 12 años, en respuesta a una llamada que le decía que "el hombre está en la tierra para algo más que para comer o beber o, como se ve ahora, para luchar".
Como muchos serbios, guarda mucho resentimiento para con los albaneses, que ella cree que querían expulsar a su gente de Kosovo. El año pasado, en los meses previos al estallido de las hostilidades, los albaneses le retiraron el saludo, dice. Otros tiraban de vez en cuando piedras al Volkswagen de las monjas cuando bajaban a sus trigales de Srbica, el pueblo vecino. Hubo una vez en que al coche le rozó una bala. Un cura de Mitrovica tenía tanto miedo a subir que las monjas tuvieron que ir a recogerle a Srbica y le obligaron a decir misa en el monasterio. "Ahora vivimos con libertad, pero no estoy segura de que todo haya acabado", dice Biljic.
La caridad es otra víctima de la guerra. Biljic, con una ambigüedad muy común entre los serbios de Kosovo, tiene dudas sobre el retorno de sus vecinos albaneses: "Pueden venir si se comportan comos seres humanos. Pero no les queremos con un fusil en las manos". ¿Cree que todos los expulsados tenían un fusil en la mano? "No, y esos son los que pueden volver".
El monaterio de Devic está a unos kilómetros al suroeste de Srbica, o lo que queda de ella. Srebica es hoy un lugar medio destruido, en donde casi no quedan albaneses. Todo el que vive en el pueblo, sea serbio o albanés, vive en condiciones primitivas, sin agua ni electricidad. La llegada de forasteros es recibida con miradas desconfiadas. La policía se relaja un poco cuando se le dice que los extraños quieren visitar el monaterio, lo más parecido a una atracción turística que puede presentar Srbica.
La accidentada carretera que llega hasta las tapias del monasterio atraviesa pueblos albanses abandonados, en algunos de los cuales se ven las marcas de disparos de la campaña serbia contra la guerrilla. En una aldea parece que ha sido destruido parte del minarete. Llama la atención porque, a pesar de la tremeda destrucción de Kosovo, parece escaso el daño a las mezquitas.
Sucesivas operaciones de limpieza han hecho posible que los serbios vayan a lugares como Srbica, donde antes no se atrevían a pisar. Pero la policía pide a los viajeros que tengan cuidado con posibles francotiradores del ELK.
Biljic suspira por el día en que los peregrinos ortodoxos vuelvan a visitar el monasterio. Antes del año pasado, unos cincuenta subían cada día en verano y muchos más en domingos y festivos. La actual falta de teléfono y electricidad le preocupa menos que la falta de fieles. Pero este domigo han llegado media docena de policías, con sus armas preparadas.
Biljic les acompaña a una pequeña capilla decorada con antiguos frescos, restos de otra fuente de resentimiento. Asaltantes albaneses quemaron en 1941 el monasterio primitivo, dice Biljic. "Algunos de los que lo hicieron volvieron y se quedaron a vivir en Srbica. Ya no están aquí", dice con tranquilidad, mientras la campana llama para la oración vespertina.
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