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FERIA DE SAN ISIDRO

El rabo es largo y ajeno

A uno siempre le ha llamado la atención lo desapercibidos que son algunos toros para sus rabos. Los tienen largos y los utilizan a manera de látigo para sacudirse las moscas y las garrapatas, pero si les da por caerse, se les quedan morcillones. Suele acontecer con los toros que se caen durante la lidia.El cuarto toro se cayó durante la lidia y parecía que el rabo le era ajeno. Cosa rara en un toro: llegó un peón, se puso a tirarle del rabo con todas sus fuerzas, y ni se inmutaba.

A buenas horas un toro, llamémosle normal, se iba a quedar indiferente si va un peón y se pone a tirarle del rabo. Ni muerto permitiría semejante humillación.

El toro estuvo un buen rato sedente, el peón venga darle tirones. Y en vez de revolverse iracundo se quedaba atónito mirando a lontananza. Finalmente se levantó. Esto ocurrió cuando le dio la real gana.

Bohórquez / Cepeda, Elvira, Ferrera

Toros de Fermín Bohórquez, bien presentados y con romana, inválidos y amodorrados.Fernando Cepeda: dos pinchazos bajos y estocada corta ladeada (silencio); pinchazo, otro hondo y descabello (silencio). Alberto Elvira: media estocada caída perdiendo la muleta, rueda de peones, descabello y se echa el toro (pitos); media estocada caída y descabello (silencio). Antonio Ferrera: infamante metisaca en los bajos (pitos); pinchazo y otro hondo escandalosamente bajo (silencio). Plaza de Las Ventas, 23 de mayo. 15ª corrida de feria. Lleno.

Más información
Antonio Ferrera: "Los toros no servían ni para estofado"

Los toros de los tiempos modernos hacen cosas muy extrañas. Primero a lo mejor derriban con estrépito a la acorazada de picar -esto sucedió par de veces- y después deambulan por allí, modorros y amuermados.

El muermo es voz tan moderna como el concepto a la que se aplica. El vocabulario taurino requiere una profunda revisión. Por ejemplo, bravura deberá sustituirse por "se deja". El término lo emplean habitualmente los taurinos de la nueva ola: "El toro se dejaba". Y, si no se dejaba, es que no valía un duro.

Los toros bravos de toda la vida no se dejaban de ninguna de las maneras. No es que se acularan en las tablas (eso lo hacían los mansos) o se tiraran al bulto (eso lo hacían los pregonaos). Sino que embestían con recrecida codicia y ahí el torero debía demostrar su valor para aguantar las furibundas arrancadas, para templar las veloces acometidas.

Si aguantaba, y templaba, y acababa sometiendo al toro (no hacía falta que le diera derechazos ni naturales), la afición enardecida elevaba al torero a la categoría de figura. Vivimos distintos tiempos, claro. En la época actual un torero no da ni una, el toro le engancha la muleta todas las veces, se la arrebata otras cuantas y la manda a tomar por saco, le achucha, le desborda y dicen que ésa es una hazaña épica. Lógicamente el malo es el toro: por embestir.

Con semejantes precedentes los toros de Bohórquez debieran ser considerados maravillosos. O sea, que no embestían. Salvo el segundo, que "se dejaba" -vale decir también "servía"- y tomó las tandas de derechazos despegados que le dio sin demasiada templanza Alberto Elvira, a los demás eso de embestir debía parecerles una ordinariez. Preferían tirarse al suelo. Según ciertos expertos eso les pasaba porque estaban inválidos. Según otros les pasaba porque estaba amuermados y modorros. Ellos sabrán -los toros golfos- qué habían estado haciendo de vísperas. Se recuerda, de cuando los toros embistieron algo, unas finas verónicas de Fernando Cepeda, que no pudieron tener continuación estética en sus turnos de muleta pues no había dónde. O las tenaces e inútiles porfías de Alberto Elvira para despertar al quinto de la siesta. O el banderilleo a borrego pasado de Antonio Ferrera, que bulló en el tercio, y luego se le diluía el ánimo al comprobar que con la muleta ni le venían ideas ni los toros servían. En cambio para escabecharlos sí se dio mano: al sexto lo liquidó atacándole la paletilla; al tercero lo reventó por el costado mediante un siniestro metisaca.

Para carne valían únicamente los gordinflones toros de Bohórquez, comentaba la afición. Quizá. Pero un servidor no la probaría, por si acaso. Y menos aún esos rabos morcillones e inermes, pues sabe Dios qué llevarían dentro.

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