El imposible vencido
Que inspectores fiscales famosos por su rigor con los contribuyentes resulten unos defraudadores es digno de figurar en el Catálogo Buendía de imposibles acontecidos. Con el tiempo, algunos de los sucesos recogidos en ese registro han perdido el carácter sorprendente que tuvieron: la elección de un Papa polaco parecía en los 70 una hipótesis novelesca. Pero más inverosímil resultaba imaginar al secretario general del Partido Comunista de la Unión Soviética declarando el comunismo fuera de la ley, y ya lo hemos visto. Claro que poco antes una avioneta tripulada por un joven alemán de 19 años había aterrizado en plena Plaza Roja de Moscú, burlando todas las medidas de seguridad, lo que ya dio una pista de lo que venía.Que José Luis Corcuera, electricista de Altos Hornos cuando murió Franco, fuera a convertirse años después en ministro del Interior se habría considerado un pronóstico arriesgado; pero no tanto como el de que veríamos a Solana de secretario general de la OTAN. O a Jesús Aguirre casado con la duquesa de Alba. Hay otros hechos ocurridos en los 90 que siguen pareciendo increíbles: que un paseante por la sierra madrileña derribase de una pedrada un helicóptero del Ejército valorado en 100 millones; que se dictara orden de búsqueda y captura contra el director general de la Guardia Civil, un tal Roldán; que el viejo cupón de los ciegos fuera a convertirse en un imperio financiero que maneja miles de millones como quien lava. Gil y Gil. Que a Josu Ternera le nombraran miembro de la Comisión de Derechos Humanos del Parlamento vasco. Que Fraga saliera a pescar con Fidel Castro, y que Arzalluz se fotografiase sonriente en la sede del PP con su amigo Aznar. Que Aznar vaya a Moscú para hablar por teléfono con Yeltsin (a quien el doctor Piqué había diagnosticado bronquitis).
Lo de Borrell también es bastante increíble. Como nadie le reprochaba un comportamiento ilegal, su renuncia se ha explicado por la responsabilidad política contraída al nombrar a dos futuros presuntos delincuentes. La responsabilidad política fue inventada por los anglosajones como fórmula para evitar que la única alternativa al poder fuera el cadalso. Pero se aplicaba únicamente a los gobernantes, y su efecto consistía en dejar de serlo. Con Solchaga ya se desbordó ese marco: no era ministro, sino portavoz parlamentario del partido en el Gobierno, cuando dimitió a cuenta del caso Rubio. Borrell ni siquiera pertenece al partido actualmente gobernante, luego se trata de un nuevo paso en la expansión de la doctrina de la responsabilidad política. Por eso se dice que ha colocado el listón muy alto, pero lo cierto es que su retirada se justifica, más que por responsabilidades específicas, por el contraste entre la imagen que había esculpido de sí mismo y la que proyectan sus amistades. No sólo su antigua imagen de riguroso recaudador, sino la de jefe de la oposición especialista en denunciar irregularidades fiscales como las de Piqué.
A lo dicho sobre ese asunto tal vez podría añadirse esto: que al hacer de la denuncia de los comportamientos corruptos o irregulares de altos y bajos cargos del PP el eje de su política de oposición, el PSOE sigue aplazando la que parecía su prioridad hace un año: renovar el discurso y el personal político sin graves quiebras internas. Sobre todo, construir una alternativa socialdemócrata adaptada a las nuevas circunstancias: cuando se conocen los negativos efectos sobre el empleo de una política de expansión del Estado del bienestar a costa del crecimiento del gasto público y del endeudamiento. Es lógico denunciar los escándalos del PP, aunque sería deseable modular la indignación: no es lo mismo la gomina que las comisiones millonarias. Y esa denuncia no es todavía una política alternativa.
La coartada es que fueron los populares, dispuestos a cargarse a González a cualquier precio, quienes rompieron las reglas del juego. Es cierto, pero reducir la política a lo vindicativo, y dejar que los ciudadanos piensen que en eso consiste la oposición, es algo que perjudica sobre todo al PSOE: con tanto ruido, no hay audiencia para políticas alternativas en los terrenos en que la derecha es más vulnerable: sanidad, educación, autonomías.
(Hay que reconocer, con todo, que lo de Huguet y Aguiar es muy fuerte: casi como que a un cardenal francés le dé un infarto en el lecho de una prostituta. Pero ese caso ya estaba registrado en el Catálogo Buendía de imposibles).
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