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Tribuna
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¿Hay alguien al volante?

Andrés Ortega

La guerra de Kosovo, el bombardeo de la Embajada china en Belgrado, la crisis en Rusia tras la destitución por decretazo de Yevgueni Primakov y algunos otros acontecimientos dan la sensación de que en esta época en que, como dice Julio María Sanguinetti, presidente de Uruguay, "se corre tan deprisa y se piensa tan despacio", el mundo avanza como un autobús sin conductor. La falta de liderazgo, tan a menudo denunciada, es patente. Esta generación de líderes, al menos en Occidente, los llamados "del sesenta y ocho", no están dirigiendo, sino haciendo surf sobre las olas de los acontecimientos.Algunas economías asiáticas empiezan a respirar. América Latina no se ha visto contaminada por los problemas de Brasil. Y así se abandonan los grandes planes de reforma financiera internacional. Sólo algunas instituciones, supuestamente de otra época, cumplen al menos su tarea. Pero la economía de Estados Unidos va bien, pese a que nadie sepa de verdad realmente por qué o hasta cuándo (y, si falla, la locomotora europea no tiene capacidad para tomar el relevo). La novedad no es que la práctica, en éste y otros campos, vaya por delante de la teoría. No. La novedad es que se desconoce si hemos cambiado no ya de teoría, sino de lógica. Y es en esos momentos cuando se requiere liderazgo como ha ocurrido varias veces en esta segunda mitad de siglo.

En Kosovo, por ejemplo, EE UU y los aliados parecen nadar en un mar de dudas. Unos días parecen rechazar la posibilidad de algún tipo de opción terrestre; otros, no. Clinton, que incluso físicamente, corporalmente, como señalaba un agudo observador, no está de lleno en esta guerra, se muestra cada vez más a la defensiva, como la pasada semana en su discurso ante ¡nada menos! que veteranos de guerra. Es lo que Felipe González, en la reunión en Washington del Círculo de Montevideo, un grupo de discusión informal promovido por Sanguinetti, calificó como el "sometimiento a lo inmediático", lo que lleva, como este caso, a "las decisiones que se toman no con el compromiso de llevarlas hasta el final, sino a medias". Mientras, crecen las críticas de los militares a la estrategia seguida por el comandante supremo de la OTAN en Europa, el general Wesley Clark.

La crisis de liderazgo en Europa esconde algo incluso más profundo y preocupante: el hecho de que no haya proyecto político europeo tras el euro. Los actuales componentes del Consejo Europeo, cada uno con su visión y sus problemas nacionales -especialmente Schröder con Los Verdes en Alemania-, no saben hacia dónde ir. Quizás uno de los pocos que tengan un proyecto sea Tony Blair, pero, más allá de hacer entrar a su país en la unión monetaria y recuperar el viejo proyecto británico de frenar la integración política europea -salvo la de Identidad Europea Defensa, dentro de la OTAN-, no llega.

Algunos responsables occidentales admiten ahora que ya no son capaces de influir, en lo poco que podían antes, en el devenir ruso. Confiesan su impotencia. Antes parecía servir el cebo de los créditos del FMI y de diversos países. La fulminante destitución de Primakov ha roto el pacto que hubo entre Borís Yelstin y Occidente para mantener al primer ministro y apoyarle para las presidenciales del 2000. Incluso si, en el mejor de los casos, su destitución se interpretara como un gesto "prooccidental" y contra Slobodan Milosevic de Yeltsin, se ha roto un pacto no escrito y se abre un nuevo periodo de incertidumbre y descontrol mientras se descubren los límites del poder financiero internacional frente a una mole como Rusia. Sanguinetti recordó un vaticinio que le hizo Deng Xiaoping sobre Mijaíl Gorbachov: fracasará, le dijo, por creer que se pueden hacer a la vez reformas económicas y políticas. "La política se come a la economía, y luego se come a sí misma". El caso es que, en unas semanas o unos meses, primero con las elecciones a la Duma y luego las presidenciales, Rusia le puede provocar muchos tormentos a Occidente. Deprisa, deprisa. Y sin nadie al volante.

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