Los tesoros de Topkapi se muestran en Versalles
El 29 de mayo de 1453 los otomanos conquistan la antigua Bizancio, después Constantinopla, y la transforman en Estambul, capital de un imperio que en su momento de mayor expansión engloba, total o parcialmente, los territorios de las actuales Ucrania, Georgia, Armenia, Afganistán, Hungría, Rumania, Croacia, Bosnia, Serbia, Bulgaria, Albania, Macedonia, Grecia, Irán, Siria, Líbano, Jordania, Israel, Egipto, Libia, Argelia y Túnez, amén de Turquía. Todos esos dominios serán gobernados desde Topkapi, desde un gigantesco palacio cuyas murallas sirven, en el oeste, de acantilado sobre el mar de Mármara, y en el este, del mar Negro.Durante 500 años el palacio ha ido acumulando símbolos de poder, muchos de ellos secretos, invisibles a todo occidental, pues les estaba vetado el acceso al tercer y cuarto recintos de Topkapi, es decir, a la residencia propiamente dicha del sultán, y al harén, con su zona reservada a los eunucos negros, a las odaliscas, a la escuela de los príncipes, a la residencia de la sultana y de las demás mujeres.
Desde Versalles, Luis XIV, el Rey Sol, se interesó por los secretos de Topkapi, donde "la sospecha de una falta es castigada con el mismo rigor que la falta misma", según le explicaba uno de sus embajadores. Ahora, y hasta el 15 de agosto, Topkapi está en Versalles.
288 objetos
Doscientos ochenta y ocho objetos -pinturas, caftanes, tronos, joyas, cucharas, cerámicas, armas, etcétera- han viajado de una corte a otra, de Oriente a Occidente y nos hablan de una civilización distinta, que va cerrándose sobre sí misma, que se va alejando del mundo exterior. Los antiguos sultanes -ellos eran la sombra de Dios en la Tierra- recibían en audiencia, sentados en su trono de oro y piedras preciosas, y escuchaban a embajadores y altos dignatarios.Los turbantes con grandes esmeraldas, los platos chinos de cerámica supuestamente antiveneno -cambiaba de color si los manjares incluían pócimas tóxicas-, las cantimploras -mataras- de cristal de roca adornadas con rubíes, los fastuosos baldaquines, los sables con empuñadura de oro y turquesas, remiten a una imagen de la riqueza y el refinamiento que entra en contradicción con la rudimentaria arquitectura del lugar y de la organización social, heredada, la una y la otra, de unos orígenes nómadas, de simple sucesión de tiendas alrededor de un poder frágil y poco duradero.
El temible Imperio Otomano de Mehmed II, Selim I (1512-1520) y Sulimán el Magnífico (1520-1566) es el que permite la larga y dorada decadencia que se muestra en Versalles, referida a los Tesoros de la corte otomana de los siglos XVII y XVIII, es decir, cuando el fracaso del sitio de Viena -1683- y las catastróficas paces y tratados de Karlowitz (1699), Passarowitz (1718) y Kutchuk-Kaynardja (1774), certifican que Estambul y Topkapi ya sólo son el hermoso envoltorio de un poder que no es capaz de garantizarse el respeto más allá del enderun, la parte prohibida del palacio.
Babelia
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