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Aguas turbias

JOSÉ RAMÓN GINER La pasada semana, la ministra Isabel Tocino fue paseada en rogativa por las calles de Orihuela, en una brillante ceremonia organizada por el Partido Popular. La procesión cívica -lo han contado los diarios- estuvo muy concurrida por las autoridades, pero despertó escaso fervor entre los oriolanos. Los esfuerzos realizados por don Eduardo Zaplana y el presidente de la Comunidad de Murcia resultaron insuficientes para atraer al público. El público, en Orihuela, anda muy esquivo y la rogativa, contra lo que pudiera pensarse, no buscaba un alivio para la terrible contaminación que padece el río Segura, sino evitar que los ciudadanos de la Vega Baja se presenten en Madrid, el próximo domingo, a recordarle al Gobierno que no está haciendo cuanto debe para impedir la muerte del río. Ciertamente, habría hecho falta mucha mano y un encanto del que la señora Tocino carece para que a los oriolanos no se les torciera el gesto, como ocurre cada vez que aparece por sus tierras algún político ofreciendo soluciones. La historia del Segura, en estos años, es una serie de promesas y actuaciones improvisadas de las autoridades sin otro fin que acallar las protestas de los ciudadanos ante la contaminación del río. En esta sucesión de espectáculos, el punto culminante lo marca, sin duda, la reciente actuación de la Comisión del Agua, reunida para desacreditar los informes del profesor Nieves que advertían sobre la existencia de cadmio en el río. Jamás había tenido yo ocasión de ver, hasta ese momento, un auto de fe contemporáneo. ¡Que cosa tan extraordinaria! Nieto, Mataix y España resultaron unos inquisidores excelentes. Condenaron sin paliativos al profesor Nieves, lo desacreditaron, lo vejaron para que los ciudadanos no tuviésemos ninguna duda de las males artes de este hombre y volviésemos a comer las lechugas de la Vega Baja con tranquilidad. A esta brillante actuación, yo sólo le vi un defecto: no logró convencer a nadie. Y es que, a estas alturas, el público ya no cree absolutamente nada de lo que las autoridades puedan decir sobre el río Segura. Han mentido tantas veces, han ignorado tan repetidamente las peticiones de los ciudadanos, que han arruinado su crédito. Con una pequeña parte de la voluntad que los inquisidores Nieto, Mataix y España pusieron en desautorizar al profesor Nieves y demostrar que la contaminación del Segura no es peligrosa, se podían haber tomado hace ya mucho tiempo las medidas necesarias para el saneamiento integral del río. Pero, si he de serles sincero, les confesaré que en estos sucesos del Segura, más que la insidia del tribunal que condena a Nieves o que la desvergüenza de la ministra Tocino, paseando por las calles de Orihuela, me ha preocupado la conducta del rector de la universidad Miguel Hernández. El servilismo mostrado por el profesor Rodriguez Marín, en este asunto, es impresionante. Yo no recordaba, desde los tiempos de la dictadura del general Franco, una actuación similar por parte de un rector de la universidad española. No había visto, en todo estos años de democracia, un sometimiento tan absoluto de la autoridad académica al poder político. La urgencia de Rodríguez Marín por dar explicaciones que nadie le había pedido ha dejado a este rector, no elegido democráticamente, en el más temible de los ridículos y nos ha mostrado el lado más inquietante de la sociedad que don Eduardo Zaplana aspira a crear.

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