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De la Revolución de los Claveles

El 25 de abril hizo 25 años. Aquel día, en Portugal, florecieron los claveles y el tiempo de la historia negra pasó a ser conjugado en pasado. Cayó la dictadura cuando un grupo de jóvenes oficiales que quizá no había leído a Gil de Biedma decidió que era posible decir no "de una vez en la calle, por todas las veces en que no lo hicimos". Y buena parte de España se descubrió, de pronto, prendada de Lisboa, repitiendo un lema más que publicitario: "Portugal, qué bonito eres". Y también: "Portugal, tan cerca y tan lejos". Barcelona ha conmemorado estos días aquella fecha. La está rememorando, ayudada por exposiciones y por la presencia de algunos protagonistas del pasado y del presente. Importa, sin embargo, que la mirada hacia atrás no petrifique. Los organizadores de la serie de actos Perfil de Portugal han combinado el entonces y el ahora. O, para decirlo en los términos fotográficos de la exposición que puede verse en el Centro Internacional de Prensa, a Mario Soares (ex primer ministro y ex presidente) con la atleta Rosa Mora; a Luis Figo con la pianista Maria João Pires; a la cantante de fados Amália Rodrigues con la diseñadora de moda Ana Salazar. No podían faltar el premio Nobel de Literatura José Saramago, presente en espíritu a través de la representación de La noche, o el héroe derrotado: Otelo Saraiva de Carvalho, que participó en una mesa redonda evocadora. Saraiva explicaba, poco antes de su intervención, que la frase de Saramago según la cual sin el 25 de abril Portugal sería hoy la misma que es había sido mal interpretada. En su opinión, el escritor no pretendía aminorar el valor de aquella fecha, no quería restar protagonismo a una jornada de estallido popular, sino marcar que la evolución desde el final de la dictadura hacia formas de convivencia democrática era inevitable. Que aquello no había quien lo salvara. Saraiva de Carvalho no es un entusiasta de Saramago, al que define como un escritor autodidacta y comunista. Tampoco aprecia en exceso a Soares y sostiene que fue él quien, con el apoyo del embajador estadounidense, Frank Carducci, "bloqueó el proceso revolucionario" que tuvo la virtud de acelerar la llegada de la libertad a Portugal. Eso, la conquista de la libertad y de la dignidad, es algo que permanece en el país vecino desde hace 25 años, explica Saraiva de Carvalho, junto a otros objetivos conseguidos en aquella fecha: la democratización, el desarrollo y la posibilidad de un proceso racionalizado de descolonización. Otras cosas siguen pendientes, dice. Y enumera: hay profundas bolsas de pobreza, una alta tasa de mortalidad infantil, el trabajo de los niños, la falta de asistencia médica universal, las dificultades de acceso a la vivienda. Para no hablar, añade, de la frustrada reforma agraria: "La mayor parte de la tierra ha vuelto a sus antiguos propietarios". Pese a ello, el entonces comandante cree que la rememoración del 25 de abril no es una operación de pura nostalgia. Eso sí, cree "dramático" que haya una parte de la juventud que ignora lo que fue el régimen fascista portugués y para la cual la fecha es pura arqueología. Otra parte, en cambio, conoce bien lo que representó. Pudo comprobarlo hace unos días cuando fue a dar una charla al colegio donde estudia su nieta, una niña de nueve años, que nació mucho después de aquel 1974 desde el que han cambiado tantas cosas. Una muestra la ofrece la historia que narra La noche, de Saramago, representada el viernes en el Teatre Joventut, en L"Hospitalet del Llobregat, con lleno absoluto de público y aplausos. La acción transcurre en la noche del 24 al 25 de abril en la redacción de un diario lisboeta,una redacción dividida entre los que no quieren saber lo que pasa, y mucho menos que pase, y quienes quieren saberlo y publicarlo. Fue un voluntarioso montaje teatral en escenario único en el que algunas palabras sonaban ya lejanas e imprecisas: el plomo, los teclistas, los linotipistas, los telegramas. Palabras casi obsoletas, desaparecidas de las redacciones,olvidadas con tanta rapidez como se ha olvidado la ilusión de aquella noche y de tantas otras noches en las que, como otros querían, no pasó nada. La pieza terminó con el canto del grupo coral Os Camponeses de Pias. Voces fuertes, campesinas, procedentes del Bajo Alentejo, que entonaron Grandola Vila Morena mientras la platea se llenaba de claveles rojos llovidos de un cielo terrenal humano que se niega a cerrarse a la esperanza. Pero si Saramago no pasó esta vez por Barcelona, lo han hecho otros escritores quizá menos conocidos pero igualmente interesantes. En La Rambla, junto a la Virreina, un quiosco acogió a Agustina Bessa-Luis, Vasco Graça Moura, José Riço Direitinho y Jacinto Lucas Pires. Justo al lado de la exposición del caricaturista Antonio Antunes y no lejos de la Universidad de Barcelona, que acoge dos exhibiciones, Poema, un espacio de libertad y Palabras de la tierra, en las que Portugal aparece vista y retratada por sus escritores: Antero de Quental y Fernando Pessoa, entre otros. Han viajado a Barcelona otros personajes del presente: empresarios y periodistas que hablan del hoy y del mañana, de inversiones y proyectos, de lo que pasa y de lo que puede pasar si los acuerdos se alcanzan. De esto habló también el ministro de Economía de Portugal, Joaquim Pina Moura, que se sumó a la jornada sin coches y fue en metro a dar su conferencia en el Círculo de Economía. Pero todo ello es hoy posible porque el 25 de abril hizo 25 años de aquella revolución de los claveles, rojos, provocadores, que dejaron atrás el salazarismo y convirtieron en historia el anacrónico monóculo de Spinola.

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