Atrapados en el aeropuerto
Crónica de histerias y carreras en tres días de viaje por los pasillos de las terminales españolas
Martes 20 de abril. Aeropuerto de Barajas. Sinda Melio Martínez, de 31 años, camarera desde hace cinco años en un restaurante alemán, aparece con lágrimas ante la azafata de tierra de Iberia y pregunta cuándo puede despegar hacia Vigo. Le sugieren que coma algo con un bono que le dan y que vuelva después a preguntar por un vuelo que sale a las 18.35. En el restaurante sólo se pide un café. El día anterior su vuelo de Francfort a Barcelona salió con dos horas de retraso "a causa del mal tiempo", según el comandante. "Yo no veía ese mal tiempo", dice Sinda, "pero habrá que creérselo". La cuestión es que por culpa de esa demora perdió el avión que la iba a llevar desde Barcelona a Santiago. Por cuestiones laborales no venía a España desde hacía dos años, y esta vez disponía sólo de siete días para ver a su hermana, de 15, enferma con un tumor en la pierna. Había agotado ya más de 24 horas sin salir de aeropuertos.
El vuelo hacia Santiago salió a la mañana siguiente de Barcelona, pero allí, por culpa de la niebla no se pudo aterrizar. De Santiago les llevaron a Vigo. Tampoco se pudo. Y de Vigo hacia A Coruña. Imposible tomar tierra. Así que el comandante del vuelo les aseguró que lo idóneo sería regresar a Barcelona, pero, por falta de combustible, irían a Madrid. A la una de la tarde llegaron. Había que recoger el equipaje para embarcarlo en otro vuelo que partiría no hacia Santiago, donde le esperaba por segunda vez en 24 horas su familia, sino a Vigo.
Había dos vuelos a Vigo, uno a las 16.00 y otro a las 18.30 horas. Quien se pusiera antes en la cola antes llegaría. Empujones, codazos, protestas... y al final a ella le tocó el último avión.
Cuando llega para tomar el café al restaurante El Trébol el encargado, José Herráiz, 31 años de servicio en los bares de Barajas, le recibe con suma cortesía y una sonrisa que no le cabe en la cara. No es para menos. En los últimos 20 días le han llegado más de 1.200 clientes con sus correspondientes vales. Dice que no ha librado en las últimas tres semanas, pero jamás se hizo tanto negocio ahí como ahora. Cuatro horas después, el panorama se va animando en la cafetería.
Llegan, por ejemplo, Antonio Rodríguez Baz, desde Dakar con su esposa. De Dakar a las Palmas salieron con retraso. Y en Las Palmas les dijeron que los pilotos que les correspondía para llegar a Madrid estaban descansando. En total, cuatro horas de retraso cuando llegaron a Madrid, suficientes para perder el avión que salía hacia Vigo a las 20.00. Dos horitas más en Barajas. La cafetería se va llenando a primeras horas de la noche con decenas de casos semejantes. Es el momento de tomar el vuelo de Iberia a Bilbao que despega, con 45 minutos de retraso, a las diez y media de la noche. El comandante no pide disculpas por la demora ni explica su causa.
A la mañana siguiente, aquéllo de "a quien madruga Dios le ayuda", se ve que no goza de mucho predicamento en Iberia. Los pasajeros que llegaron al aeropuerto de Bilbao a las ocho de la mañana para salir a las nueve menos veinte hacia Madrid se pasaron tres horas esperando.
Esa mañana ya se conocían en España las medidas que presentó el ministro de Fomento, Rafael Arias Salgado, para paliar el caos: suspender 16.368 vuelos entre junio y diciembre. Un taxista vizcaíno, de camino al aeropuerto, no pudo reprimir esa mañana su opinión: "Con soluciones de ésas soy ministro yo también. Es como si para quitar los atascos y los accidentes de coches se prohibiera conducir".
A las 14.25 informaban en Bilbao de que el vuelo con destino a Madrid se encontraba retrasado por causas técnicas. 45 minutos después, ya en el avión, no hubo ni disculpas ni explicación alguna por parte del piloto.
Para evitarse molestias semejantes una docena de trabajadores gallegos de la empresa Citröen había regresado esa misma mañana de la feria de Sevilla en el AVE. "Porque al menos devuelven el dinero si no sale a su hora", decían. "Claro", arguyen en Iberia, "es que Renfe es la dueña de las vías, los trenes y las estaciones. Y nosotros sólo respondemos de los aviones".
Pero los aviones les fallaron a los de Vigo cuando llegaron a Barajas. El vuelo de ellos partía de Madrid a las 15.55. Sin embargo, a ellos no les anunciaron que el vuelo se había cancelado hasta las 17.00 horas. Sólo les quedaba viajar en otro avión a las 18.45, pero... a Santiago de Compostela. Y después, en autobús hacia Vigo. Mientras tanto, a mirar hacia las pantallas y los paneles a ver si el vuelo siguiente no se cancela también. Pero los paneles no son de fiar. Un ejemplo: el vuelo de Iberia que salía de Madrid hacia Santander a las 18.10, una hora después sólo se anunciaba en esos paneles como retrasado. Dos horas más tarde no se indicaba la puerta, tan sólo que seguía retrasado. A las 20.30, la azafata de tierra de Iberia que se encontraba debajo de ese panel, dijo: "Como no lo coja usted en dos minutos en la puerta E79, lo pierde". La puerta quedaba a diez minutos de paso rápido y dos cintas mecánicas más allá. Los pasajeros tuvieron que correr y driblar a otros pasajeros como lo hacía Rivaldo en el anuncio de la selección brasileña para los últimos mundiales.
Lo único que evitó el desastre fue precisamente la impuntualidad que gobierna el aeropuerto estos días. A las 20.40 aún seguían embarcando a los clientes. Y fue a esa hora cuando dieron el único y "último aviso" por megafonía para embarcar. La pregunta que surge es: ¿A qué se debe esa descoordinación entre la información que tienen las azafatas en sus ordenadores y la que se ofrece en los paneles y pantallas de los pasillos?
Una fuente de Iberia consultada por este periódico al día siguiente reconoció: "La información de esos paneles es un desastre. Pero la lleva AENA (Aeropuertos Nacionales). Y ellos tienen acceso a nuestros ordenadores, así que no explico esta ineficacia. Yo mismo la he comprobado esta Semana Santa. Fui a recoger a un familiar que venía de Australia. Y en los paneles ponía que la hora prevista de llegada eran las 15.35. Pues bien: a mi hermano lo abracé ya en los pasillos del aeropuerto a la 13.30. Y ayer fui a recoger a un amigo que venía con la British Airways. Él llegaba por la mañana a Madrid. Y a las once de la mañana, la información horaria de AENA en su página de Internet era la referente a la tarde del día anterior".
El caso es que, después de recorrer los pasillos a toda carrera, una vez dentro del avión con destino a Santander, el piloto tuvo la deferencia de excusarse por el retraso y explicó las causas: "Pedimos disculpas por esta demora más que considerable por la llegada tarde del avión que venía de Barcelona. No sé lo que habrán notificado en tierra, imagino que habrá coincidido. Se debía a la falta de avión en este caso".
Pero volvamos a los paneles y a Internet. Si fallan lo uno y lo otro, la solución son las azafatas. Y en eso se dan dos tipos, dos modelos de trabajo.
A las cinco de la tarde, invariablemente, todos los días, dos vuelos de Air Europa que salían de Madrid hacia Alicante aparecían en la pantalla como retrasados. Cada vez que un pasajero se acercaba al mostrador de información de la azafata de Air Europa para preguntarle si se iba a cancelar el vuelo o se esperaba despegar en unos minutos, ésta se quedaba mirando su pantalla como si fuera una bola mágica de todo a cien y respondía: "No sé". Era el primer modelo de azafata, y los pasajeros asumían que ella no tenía culpa de nada.
El segundo modelo fue el que se encontró en Barajas la santanderina María Shell, de 52 años, treinta años de inmigrante en Salamanca, enfermera de profesión y antigua taxista durante tres años. Cuando apareció ante el mostrador de Pilar Lorente llegaba al borde de la histeria explicando su caso. De Santander llegó a Madrid con demoras por culpa de Iberia; y de Madrid a Francfort no podía volar ya en toda la noche. Su marido en Alemania, que se había cogido el día de libranza, recorrió 400 kilómetros hacia Francfort para recibirla. Pero todas esas molestias no habían impedido que Iberia le hiciese pagar 11.000 pesetas por ocho kilos de exceso de equipaje.
La azafata Lorente, de unos sesenta años, le dijo que no había derecho a eso. Así que salió de su mostrador y le pidió a una compañera que se le devolviese las 11.000 pesetas. "A partir de los 20 kilos de equipaje hay que pagar. Pero siempre hay un margen de cinco o diez kilos de cortesía para no cobrarlos", recuerda Lorente. Era el segundo modelo de azafata. Y no abundaba.
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