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Poética del espacio

En el Museo Guggenheim de Bilbao se muestra la trayectoria artística de Eduardo Chillida en cincuenta años de vida creadora. Chillida: 1948-1998. Para entender la obra de Chillida es primordial analizar con suma atención las esculturas primeras. Las de los inicios de los cincuenta. Las llamadas Música callada, Ilarik, Yunque de sueños, Rumor de límites, Ikaraundi, Elogio del fuego, entre otras. Es el período donde su mente y cuerpo entero está buscando su lugar en el espacio. Algo semejante a lo que el poeta Noël Arnaud afirmara: "Yo soy el espacio donde estoy". Trabaja el acero hasta dominar la materia, y lucha contra el peso de esa materia. Traza formas que se escapan, pero que el escultor retiene compulsivamente. Modula el espacio. Tiene ante sí la dualidad que tuvieron todos los escultores anteriores a él, esto es, lo lleno y lo vacío. Sabe que el vacío posee una preexistencia propia. Es anterior a todo. No así lo lleno, que irrumpe en el vacío no para poblarlo, sino para consolidar la idea de vacío. Gana en experiencia. Acierta y logra imprimir todas sus energías, sus dudas, sus audacias y miedos en cada nueva acción. En ese caminar entre lo lleno y lo vacío encuentra lo que será la luz que lo guiará siempre. Encuentra una manera de habitar dentro de la emoción poética. Es su marca. La emoción poética es la señal del conocimiento alcanzado. A partir de esos inicios, el escultor sigue su vocación irrenunciable. Todo lo que vendrá vive de esa marca y señal. Prueba nuevos materiales. Se atreve con las grandes dimensiones y los pesos descomunales. Se rebela contra la gravedad. Es fácil señalar en palabras el proceso que Chillida ha seguido a lo largo de esos cincuenta años. Sin embargo, sólo sabe él la carga que ha tenido que soportar al vivir en permanente continuum por dejar de ser limitado, aspiración que mueve a los poetas. Mas por ser imposible lograrlo, desde esa imposibilidad aprendió a constatar que el límite es el verdadero protagonista del espacio. Los visitantes de la muestra de Chillida saltarán de unas obras hechas en acero a otras en madera, y más lejos otras en piedra y en alabastro. Verán grabados, dibujos, telas de lino colgadas. De golpe se les ofrece un universo variado, ejecutado todo ello con exquisita y férrea mano laborante. De todos modos, aquello que para algunos es la variación personificada, para otros la variación no lo será tanto, porque buscarán fundadas afinidades entre unas y otras obras. ¿Tiene alguna explicación esta simultaneidad de pareceres? Tal vez lo podamos entender a través del tiempo, que es uno de los soportes inherentes al hecho estético. Toda obra de arte es, entre otras cosas, tiempo reconstruido. Quiere decirse que no hay repetición en una obra de Chillida, porque un instante no tiene repetición posible. Otra cosa es que haya una intención consciente por repetir lo ya hecho. Puede ocurrir que lo que nos parece repetición, lo es por la percepción de la marca que este artista posee. Naturalmente que eso está asumido. Nada ni nadie se lo puede arrebatar. Alguien tan autorizado como el filósofo francés Gaston Bachelard -guía en la carrera artística de Chillida- lo expresó con rotundidad: "Aunque un poeta mire por el microscopio o por el telescopio, ve siempre la misma cosa". La obra ya se ha colocado a la vista de todos. Antes de esa circunstancia, antes existió el camino hacia lo desconocido. Para el artista lo desconocido es un mapa de posibilidades y fracasos. Cada obra de las que se exhiben en esta muestra ha vivido en ese mapa irredento. Para decirlo con palabras de un poeta de gran afinidad con Chillida, como es el egipcio Edmond Jabès, con quien colaboró en un libro, "toda creación es cumplimiento de semejanza; el acto por el cual corre el riesgo de afirmarse". En relación con el montaje de la exposición, me parecen poco adecuados dos pasajes. En una sala -la que suele alojar en permancia las obras de Kiefer- se han dispuesto unas luces medio en penumbra que resultan en exceso teatralizantes. En arte ya se sabe que cuando se echa mano de la teatralización aparece la banalización. Otro pasaje infeliz acaece en la sala de los dibujos. En un extremo se ha montado una especie de carpa, con una escultura de acero al modo de altar sacrificante. La obra de Chillida no necesita esos aditamentos extemporáneos, ni siquiera para atraer a un mayor número de público. La gran poesía precisa de la más amplia gama de luz. Para Keats, ni siquiera el gran ojo del sol ve con lo que el propio Keats veía.

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La luz y la penumbra

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