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Crítica:CLÁSICA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El gran arte de Natola-Ginastera

Los conciertos dominicales del Real empiezan a tener un clima que recuerda mucho el de los matinales de la Sinfónica en el Monumental, y no sólo porque los protagonice una formación heredera del nombre y la historia de la de Arbós, sino por una actitud del público más abierta e interesada que la de quienes parecen estar de vuelta de todo aunque no hayan ido demasiado lejos. Así se hacen posibles programas como el de esta semana, en el que García Navarro propuso dos obras importantes de otros tantos grandes de la América de habla española antes de evocar el cincuentenario de Turina y cerrar con Stravinski. Alberto Ginastera (Buenos Aires, 1916-1983) ha sido quizá, con el brasileiro Villalobos, el nombre de mayor presencia y efectividad de Iberoamérica en Europa. Fue un músico de gran talento, fiel a sus orígenes pero nunca dispuesto a cercarlos con ningún vallado nacionalista. Perteneció Ginastera a una generación denominada intermedia o ecléctica, términos que apenas dicen nada. Es la de 1916, a la que pertenecen, por ejemplo, Montsalvatge, Lutoslawski, Britten o Bernstein, y se comportó siempre con espíritu liberal, sin adscripciones beatas ni rechazos cargantes. Ginastera fue él, hizo su obra y nos dejó un legado hermoso con creaciones como la del Concierto número 2 para violonchelo, imaginado para Aurora Natola-Ginastera, que ahora ha vuelto a protagonizarlo. Partitura que parece más espléndida a cada nueva audición y mejor interpretada por una virtuosa de categoría internacional, a la que García Navarro y los sinfónicos prestaron una colaboración de alto nivel.

Orquesta Sinfónica de Madrid

Director: García Navarro. Solista: A. Natola-Ginastera. Obras de Chávez, Ginastera, Turina y Stravinski. Teatro Real. Madrid. 18 y 19 de abril.

El triunfo fue grande, como antes había sido el de la Sinfonía india, ejemplo vivo de una voluntad indigenista expresada por un inquieto compositor de nuestro tiempo. Chávez (México 1899-1948) consigue en esta obra algo paralelo a lo hecho por Villalobos en su indigenismo brasileño.

Visto desde la distancia, a través de un tríptico tan popular como el de las Danzas fantásticas -nacionalismo imbricado en la literatura sevillanista de José Mas-, se advierte el error de unir demasiado, por razones de amistad y coetaneidad, al músico sevillano con su compadre Manuel de Falla. No se trata de medir categorías, sino de diferenciar propósitos, lenguaje y estilo. García Navarro hace una versión clara y encendida de la aragonesa, vasca y andaluza que vienen a ser las tres piezas. Explicó al final, con buen criterio -sobre todo, en sus pasajes de más delicada poesía- la suite de El pájaro de fuego. Largos aplausos rubricaron cada una de las interpretaciones y tuvieron especial calor para Aurora Natola: en ella y su concierto prolonga su presencia humana y musical un maestro admirado y querido: Alberto Ginastera.

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