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La dignidad de la copia bien hecha

Entre la nostalgia y el kitsch, sin olvidar una vinculación no buscada con el anti-copyright de las últimas vanguardias artísticas más iconoclastas, el Museo de Reproducciones Artísticas de Bilbao ofrece al visitante un recorrido por las mejores joyas del arte clásico, sin que se note la diferencia con el original y como si estuviera entre las paredes del Louvre, el British Museum o el Vaticano al mismo tiempo, pero a la orilla de la ría bilbaína, en el popular barrio de San Francisco. El que durante muchos años fuera el garbanzo negro, el tercer museo de la capital vizcaína (los otros dos eran el de Bellas Artes y el Histórico-Arqueológico) se presenta ahora como una excepción en la museística española y hasta mundial. Por razones que los propios impulsores de este museo nunca podrían imaginar, al poco de inaugurarse, la misma idea de la reproducción de una obra de arte cae en el más cruel de los desprecios. Aunque la idea de reproducir a igual tamaño en escayola (u otro material) una escultura o un friso especialmente apreciados no era nueva, sí es cierto que fue a finales del siglo pasado cuando se comienzan a establecer salas completas dedicadas a mostrar obras de arte de la antigüedad grecolatina y el Renacimiento. Y esta moda llega a principios de este siglo a aquel Bilbao boyante, industrioso, con una burguesía que quería mostrar la categoría de su ciudad. Para ello, qué mejor que emprender una política museística que muestre obras de arte al estilo de lo que ocurría en Londres, Roma o París. Así, entre 1907 y 1927 se ponen en marcha cinco museos: el de Bellas Artes, el de Arte Moderno (museo didáctico que luego se fusionará con el anterior), el Museo Arqueológico, el Etnográfico vasco (ambos también se convertirán en uno) y el de Reproducciones Artísticas. Este fue el último en fundarse, cuando ya en Europa comenzaba a difundirse cierta indiferencia hacia las copias y a valorar las obras de arte por su carácter de pieza original. Escuelas de Berástegui La idea de crear este museo parece ser que partió de Manuel Ramírez Escudero, quien lo propuso a la Junta de Cultura Vasca, que lo acogió con satisfacción. Al poco tiempo se constituye el patronato con la colaboración de los principales prohombres de la capital vizcaína (Isidoro de Guinea, Ángel Larroque, Higinio Basterra, Ricardo Bastida y Manuel Smith, entre otros), lo que da idea de la importancia que se le daba a este tipo de colecciones artísticas, representación de lo que se consideraba como el principal canon artístico universal. Inmediatamente, el patronato comienza a encargar las copias de las obras. Dinero, al parecer, no falta porque en lugar de pedir las copias a los talleres de reproducciones de Madrid, como el de Bartolozzi, se encargan directamente a cada museo. Así, comienzan a llegar copias desde la Academia de Florencia o los museos Vaticano, Británico, del Louvre o de Berlín: la Victoria de Samotracia, la Venus de Milo, el Laoconte, el Altar de Zeus, el Moisés de Miguel Ángel... Algunas como el altar de Pérgamo, tardan tres años en realizarse y alcanzan la importante cantidad en la época de 3.000 pesetas. Todas estas copias eran únicas y casi lo siguen siendo hoy día, cuando los museos ya no permiten que se manipulen de ningún modo sus esculturas. Una vez completadas las colecciones, las piezas se ubicaron en los bajos de las Escuelas de Berástegui, en unas salas decoradas ad hoc con motivos clásicos en sus paredes y techos, como si fueran las habitaciones de un palacio del Renacimiento italiano. Pronto llegó la Guerra Civil, más tarde la segunda contienda mundial, y las reproducciones pasaron a ser sólo interés de alumnos de Bellas Artes en su asignatura de dibujo. La copia había pasado de moda: los numerosos museos de reproducciones repartidos por las ciudades española cierran sus puertas hasta que sólo queden abiertos el de Bilbao y el de Madrid. Fue esta progresiva indiferencia la que motivó que el museo se trasladara a un edificio municipal del barrio de San Francisco, mientras su anterior ubicación pasaba a ser sede del Palacio de Justicia. Las copias de aquellas obras que habían emocionado durante siglos comenzaron a coger polvo y a ser motivo de interés únicamente para los aprendices de dibujantes y los arquitectos que tenían que pasar en su carrera una asignatura de dibujo clásico. El museo languidece, hasta que en 1990 se nombra como directora a Inmaculada Gangoiti, con quien estas salas olvidadas por los bilbaínos volverán a retomar su presencia como lugar imprescindible para los amantes del arte clásico. Así ya no parecerá que cuando se acude a este edificio de la calle conde Mirasol se entra en una especie de túnel del tiempo tenebroso, salpicado de estatuas tristes que esperan salir de un sueño de siglos. Las figuras del Museo de Reproducciones comienzan a cobrar vida gracias a la promoción del museo en colegios y escuelas y al impulso de las clases de dibujo entre toda la ciudadanía de Bilbao. El resultado es sorprendente: en 1990 los visitantes no llegaban al millar; cuatro años más tarde, son 30.000 las personas que acuden hasta el barrio de San Francisco para recrearse en la contemplación, aunque sean cuidadas imitaciones, de las mejores piezas del arte mesopotámico, egipcio, griego, romano y renacentista. Caballetes y carboncillo Buena muestra de este éxito es una de las imágenes más identificativas del Museo: decenas de caballetes repartidos entre las piezas, ocupados durante todo el día por aficionados deseosos de mejorar su dibujo. Entre ellos el profesor Manuel Balsa imparte sus reconocidos conocimientos a un alumnado que va de los siete a los 96 años y de todas las condiciones sociales. El Museo de Reproducciones Artísticas se ha rebelado así contra la tiranía de la obra original, de los grandes museos repletos de cuadros y esculturas millonarias. Desde uno de los barrios más populares de Bilbao, lo que en principio eran copias han cobrado vida propia para servir de aprendizaje sin salir de casa a estudiantes y aficionados al dibujo y al arte clásico.IMPRESCINDIBLE

Las características de un museo como el de Reproducciones Artísticas hacen que cada pieza tenga un valor singular y una historia propia, ya que en su mayor parte son copias tomadas de las obras originales que se pueden contemplar en los grandes museos de Europa. Con todo, se puede hacer una relación de las que resultan más populares entre los visitantes y los miles de alumnos que han pasado por sus clases de dibujo. La Victoria de Samotracia, aunque no esté ubicada en un lugar preferente, es una de las preferidas por el público que acude al museo. El original se encuentra en el del Louvre, adonde llegó en 1863 después de que fuera hallada rota en varios fragmentos. Realizada en torno al año 190 antes de Cristo, probablemente constituye un exvoto por la victoria naval de los rodios sobre Antíoco III. La copia que se encuentra en Bilbao fue realizada directamente del original en París y llegó al museo en 1932. El altar de Pérgamo, que muestra a Atenea luchando contra los gigantes, costó 3.000 pesetas de las de entonces y tardó en realizarse tres años. En él se puede ver cómo la diosa protectora de Atenas avanza hacia la derecha, agarra a su alado enemigo por el cabello y se dispone a derribarlo sin piedad. No podía faltar en un museo de reproducciones que se precie alguna obra de Miguel Ángel quien, por cierto también perfeccionó su arte con la realización de reproducciones de originales clásicos en el jardín de los Medicis de Florencia. De él se recoge el famoso Moisés, en el que el profeta mira retador al mundo, lleno de ira por la mezquindad de los hombres. Otra de las piezas imprescindibles es el Laooconte, perfecta copia de aquella pieza helenística que se encontró enterrada en unos jardines romanos en el siglo XVI. También es imprescindible la Venus de Milo que, como otros desnudos, fue objeto de debate en los años treinta entre los miembros del patronato del museo. Al final se decidió, a pesar de admitirse que atacaba la moralidad, no cubrir sus pechos.

DATOS PRÁCTICOS

Dirección: Conde de Mirasol, s/n. Bilbao. Teléfono: 94 4157673. Horario de visitas. De lunes a viernes: de 9,30 a 13,30 horas y de 16 a 19 horas. Domingo: de 11 a 14 horas. Sábados y festivos: cerrado. Precio de la entrada: normal, 200 pesetas; jubilados, parados y estudiantes, 100 pesetas; grupo, 1.000 pesetas; familias: 400 pesetas. Año de inauguración: 1927, con sede en las antiguas Escuelas de Berástegui (actual Palacio de Justicia); en 1957 se traslada a la actual ubicación.

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