El temor a estar preso en un "nuevo Auschwitz"
La sensación de encarcelamiento crece entre los refugiados que se hacinan en Macedonia
ENVIADO ESPECIAL"No permitiremos que nos encierren para siempre en este Auschwitz macedonio". Nueve hombres jóvenes fuman cigarrillos Boss en la penumbra de una tienda del sector G, el suburbio que se extiende hacia el sur dentro del campo de refugiados de Brazda-Stankovic. El que habla tiene ante sí un montón de diarios en lengua albanesa y una radio. "¿Cree que nos dejaremos maltratar por la policía macedonia como en Blace? ¿Que nos quedaremos aquí mientras los serbios borran Kosovo del mapa?", añade. La vida en Brazda-Stankovic, una ciudad de 38.000 almas nacida de la nada el pasado martes, empieza a estabilizarse. Según pasan los días crece el riesgo de desórdenes. La OTAN garantiza la paz, por el momento. Pero los soldados internacionales se irán pronto del campo.
El teniente general Mike Jackson, máximo oficial de los 12.000 soldados de la OTAN estacionados en Macedonia, lleva dos días negociando con el Gobierno local la situación jurídica de los campos de refugiados, especialmente el de Brazda-Stankovic, el más grande y de mayor conflictividad potencial. No ha habido resultado hasta ahora.
El Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) insiste en que una fuerza de la OTAN, por pequeña que sea, debe permanecer en el interior de los campos, aunque en los próximos días, según lo previsto, abandone la gestión de los mismos y regrese a sus acuartelamientos. La razón es clara: los refugiados albanokosovares no confían en la policía macedonia, por ser eslava -y en general de tendencia proserbia- y por su brutal comportamiento en la hondonada fronteriza de Blace.
Pero el Gobierno de Macedonia quiere mantener una soberanía completa sobre las parcelas de su territorio en que, a regañadientes y de forma provisional, ha aceptado el asentamiento de 45.000 refugiados, a los que se añaden unos 60.000 acogidos por familias locales de origen albanés. Dice que sólo permitirá que algunas patrullas a pie de la OTAN circulen de día por los campos, con armas cortas y bajo la supervisión de la policía macedonia.
El teniente general Jackson no considera, según fuentes militares, que sus soldados deban quedar como subalternos, escasamente protegidos y sin capacidad de intervención en caso de conflicto entre los refugiados. Los soldados de la OTAN se hicieron cargo de la construcción, la gestión y la vigilancia de los campos por razones de urgencia humanitaria, y no desean sufrir presiones de ningún tipo por parte de las autoridades macedonias.
Los refugiados están al corriente de la negociación sobre el futuro de los campos. Y su aversión contra los macedonios se incrementa día a día. Las entradas y salidas de Brazda-Stankovic están controladas por la policía local. El centinela de la OTAN es sólo una garantía provisional de que los insultos y los malos gestos no pasan a mayores. La alambrada que se extiende hacia ambos lados de la puerta principal es el símbolo gráfico del encarcelamiento efectivo en que se encuentran los refugiados.
Ellos no pueden salir, y quienes les visitan no pueden entrar. Eso, en una ciudad de tiendas de campaña con 38.000 habitantes, genera una enorme tensión. Visitantes y visitados deben conversar a través de la alambrada, y en un día festivo como el de ayer, Domingo de la Pascua ortodoxa, se forma una larguísima doble hilera a ambos lados de esa valla.
Un hombre discutía ayer por la mañana con uno de los policías macedonios a la entrada del campo. "Mi hermano está aquí dentro con su familia y quiero llevármelo. El viernes traje los certificados necesarios y me pidieron más. Volví por la tarde con más papeles y tampoco fueron suficientes. El lunes es festivo. El martes tendré que ir a la comisaría, pedir un certificado e intentarlo de nuevo: seguro que tampoco basta. Mi hermano, su esposa y sus hijos están encerrados en una cárcel; escríbalo, por favor". Belam Harifi, tintorero en Skopje, endomingado y con los zapatos cubiertos de polvo -hay que caminar cerca de un kilómetro por un sendero de tierra para acceder al campo desde la carretera-, se exaspera ante el periodista. "Escriba que esto es la mayor cárcel del mundo", repite una y otra vez, en un inglés rudimentario, ante la mirada impasible del policía macedonio.
Los hombres jóvenes que fuman en la tienda del sector G, a una media hora a pie de la entrada, insisten en la comparación con Auschwitz. Si se les responde que aquello fue diferente y que un campo de concentración, como es efectivamente Brazda-Stankovic, no es un campo de exterminio, y que un éxodo forzoso no es un genocidio, aseguran que la tragedia de los albanokosovares no ha hecho más que empezar. "Sólo una acción concertada del Ejército de Liberación de Kosovo [ELK] y de la OTAN puede resolver el problema", opina el joven que lleva la voz cantante en el grupo. ¿Estarían dispuestos a alistarse en el ELK para luchar en Kosovo? "No veo por qué no. Es nuestro deber. El ELK es el Ejército de nuestra patria", dice. Es imposible saber si bravuconean o expresan un propósito firme. Tampoco es posible confirmar su pronóstico: "Pronto entrarán armas para nosotros desde Struga [una ciudad en el extremo suroccidental de Macedonia, junto a la frontera con Albania]".
Un observador de la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE) que trabajó durante meses en Kosovo considera que "lo más probable" es que el ELK, la guerrilla convertida a raíz de la guerra en movimiento político hegemónico entre los albanokosovares, disponga ya de antenas en el interior de un campo como Brazda-Stankovic. "La población interna aún está poco organizada, pero eso es sólo cuestión de tiempo", indica el observador internacional.
Brazda-Stankovic es, oficialmente, un campo de tránsito. En teoría, todos sus residentes deberían partir hacia terceros países. Unas hojas de papel clavadas en postes de madera indicaban el programa de ayer, 11 de abril: a las 8.00, autobuses para Turquía; a las 10.00, autobuses para Alemania; a las 10.30, autobuses para Noruega. La evacuación aérea es actualmente voluntaria y relativamente ordenada. Los autocares que salen del campo indican el destino final del vuelo, y el tratamiento dispensado a los pasajeros en el aeropuerto de Petrovec no es violento ni humillante.
El puente aéreo, sin embargo, no ha reducido la población de Brazda-Stankovic. Al contrario, la población aumenta: era de 32.000 personas el viernes y ayer se contabilizaban casi 38.000. Los que se van son menos que los que llegan desde otros campos -debido, entre otras cosas, a la necesaria reunificación de familias- o desde la frontera, que desde el sábado está abierta a un flujo moderado pero constante de nuevos refugiados albanokosovares. Ahora, las condiciones de vida son peores que al principio: la basura se acumula en los rincones, pese al servicio de recogida; el polvo recubre las tiendas y la sensación de encarcelamiento agria el humor de los habitantes.
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