¿Inmovilismo?
Si hay un reproche machaconamente repetido desde el nacionalismo vasco (en todos los tonos: lamento, indignación, denuncia, etcétera) contra el gobierno y los partidos constitucionales es el de inmovilismo. Suele complementarse con una demanda en son de desafío: si no quieren Lizarra, entonces ¿qué proponen? Incluso gente que no pertenece al ámbito nacionalista se va haciendo eco de queja tan generalizada. A mi juicio -siento no poder ofrecerles opinión mejor respaldada- tanto el gobierno como el PP y el PSOE hacen muy bien en no moverse en el sentido reclamado por los nacionalistas pero hacen mal en no moverse. Dedicaré las siguientes líneas a aclarar esta perspectiva.¿Por qué los partidarios de la constitución y el estatuto de Gernika hacen muy bien en no moverse hacia Lizarra, es decir, hacia las posturas nacionalistas? Porque quizá ya otros se han movido demasiado aprisa en esa dirección y es bueno que algunos conserven un sentido de la realidad política de la CAV -por no hablar de Navarra o Iparralde- menos ideológicamente virtual que tales entusiastas. Puede que el pacto de Lizarra no tenga la intención de excluir a nadie, pero no todo el mundo se ve obligado a hacer las mismas concesiones para entrar en él. Aceptar como punto de partida establecido, no como proyecto o al menos como cuestión de hecho a determinar, que los ciudadanos de la CAV (y de otros lugares, por razones étnicas) forman una comunidad de decisión política separada e impermeable frente al resto del estado español o francés de los que ahora (y no precisamente de modo accidental) forman parte no es una verdad democrática elemental, sino el núcleo mismo de la reivindicación nacionalista. Asumirla para empezar a discutir luego todo lo demás es conceder desde el principio al nacionalismo lo que habría de ser el contenido esencial de la discusión posterior. Tal como Anatole France dijo que la igualdad ante la ley significa que tanto los ricos como los pobres disfrutan del mismo derecho a dormir bajo los puentes, la igualdad para todos propuesta por Lizarra es que deben olvidarse de la constitución y el estatuto lo mismo quienes las atacan que quienes las defienden. Como enseñó Orwell, así todos seremos iguales aunque unos más iguales que otros.
En efecto, el PNV y EA se han "movido" mucho últimamente. Hasta el punto de que, aunque les moleste escucharlo, parecen haberse convertido en parte del refuerzo político de una ETA demasiado acosada social y policialmente para permitirse de momento otra estrategia. Como ya dijo Lenin, con perdón, la esterilidad revolucionaria del terrorismo proviene de que es "un puño sin brazo". Pues bien, el terrorismo etarra cuenta por fin con un brazo políticamente presentable, aunque compuesto con pedazos mal ensamblados y algo cadavéricos, como el de Frankenstein: pero un puño con su brazo, por muy democrático que sea éste, nunca podrá confundirse con una mano tendida. Según Arzallus y otros, Lizarra es la pista de aterrizaje ofrecida a ETA para que descienda desde la violencia a la política. Pero ¿qué política es ésa, de la que han desaparecido -"ni condiciones previas, ni límites, ni imposiciones"- todas las normativas constitucionales y estatutarias que hasta ahora representan el consenso democrático? ¿Se ofrece a ETA un lugar donde aterrizar o más bien otra base estratégica desde donde partir para bombardear las instituciones que hemos defendido contra ella?
El "inmovilismo" de los partidos constitucionales no ofrece, según la desfachatez de HB y de quienes han decidido apoyar sus burradas, más que "guerra, represión y sufrimiento para los vascos". ¡Y eso lo dicen en la celebración pacífica del Aberri Eguna, respetada significativamente por sus "chicos de la gasolina" y que constitucionalmente nadie más podría turbar! Porque lo que defendemos los "inmovilistas" es el derecho de Arzallus, Garaikoetxea, Otegi, etcétera, a reunirse con sus partidarios y a arengarlos con toda libertad, incluyendo a veces lo que sin duda son insultos a personas por lo menos tan respetables como ellos y lo que probablemente suponen veladas amenazas a los demás, el derecho a que proclamen que carecen de libertades y están perseguidos tras veinte años de minucioso ejercicio del poder desde el nacionalismo, el derecho a que los equipos vascos paseen por el campo de juego una ikurriña que nadie quiere rechazar -¿hubiera sido recibida con la misma tolerancia la bandera española constitucional, tan propia de los ciudadanos vascos como la otra?- aunque hace poco se negaron a mostrar repudio contra un atentado para no "politizar" su noble deporte, el derecho a que canten ditirambos a favor de asesinos fanáticos de la misma piara que los secuaces de Milosevic mientras se proclama enemigo público número uno de los contribuyentes por él protegidos al ministro del Interior, etcétera.
Pero por lo visto defender las leyes democráticas que amparan tales derechos es "inmovilismo", espíritu bélico y ausencia de alternativas. Pues bien, ¿cuáles son las propuestas concretas políticas que ofertan quienes con tanta agilidad se mueven en el nacionalismo? Aparte de acercar los presos etarras al País Vasco, excarcelarlos luego y condecorarlos un poco después en los ayuntamientos, ¿qué demandas políticamente inteligibles han articulado? Cuando Arzallus proclama que son mayoría, ¿puede especificar exactamente mayoría para qué, como no sea para gobernar de acuerdo con la constitución gracias a la cual disfrutan de sus votos? Está seguro de que tienen mayoría para el estado vasco del que según Egibar gozaremos en el 2004 y de cuyo apoyo democrático, territorio, leyes o viabilidad no sabemos más que lo que vociferan unos cuantos descerebrados a la hora del txakoli? ¿Qué pasos han dado ellos, los que tanto y tan deprisa se mueven, para que sepamos exactamente lo que piden y proponen, primer paso verdadero para poder discutirlo? ¿Estamos los demás quietos o es que ellos se van despeñando?
Y sin embargo, es cierto que en otro sentido los partidos políticos constitucionales pecan de inmovilismo. Mientras los nacionalistas no cesan de manifestarse, concentrarse y promover paros de protesta -por cierto, ¿notará alguien que el lehendakari Ibarretxe va a parar otros cinco minutos?- el PP y el PSOE tienen un santo temor a convocar a la población para la mínima demostración cívica. Salvo si hay atentados -¡y aun así!- no se da a la población vasca la oportunidad de exteriorizar su apoyo a las pautas de convivencia ahora vigentes. Peligroso inmovilismo porque, como ya señaló Rivarol, en los conflictos civiles ganan siempre los dispuestos a salir a la calle frente a los que se quedan en su casa. ¿Para cuándo una manifestación contra las injerencias de ETA en la política vasca, bajo el acertado lema "¡que nos dejen en paz!"? ¿Para cuándo otras a favor de la constitución o del estatuto? Y tanta prudencia responde sólo no al temor de caer en el frentismo, sino al de responder al ya existente. O a pecar de "españolismo", imagínense. ¡Como si la única alternativa a la España de "charanga y pandereta" tuviese que ser la Euskadi "de txapela y metralleta", según bien ha escrito Iñaki Ezquerra!
¿Contarían con poco público tales demostraciones cívicas? ¡Quién sabe! Las concentraciones convocadas por Gesto por la Paz tras las muertes y secuestros comenzaron siendo de una docena de personas y al final había que pedir hora para encontrar sitio, como en el dentista. Quizá también en estas otras iniciativas acabarían sumándose más votantes nacionalistas de lo que ahora se cree porque hay más gente en el cielo y en la tierra del País Vasco de lo que supone la filosofía de Deia. En lugar de quejarnos tanto de lo malos que son los malos, ¿por qué no intentar llamar a los buenos para que tengan ocasión de dejarse ver?
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