Música en las afueras
A punto de concluir la década que ha visto su eclosión y florecimiento en nuestro país, ese fenómeno genuinamente juvenil que son los macrofestivales de rock da muestras de un cierto titubeo que denota inestabilidad. La inseguridad de los apoyos institucionales, siempre a merced de vaivenes electoralistas, y la escasez de patrocinadores; la dificultad de cerrar un cartel de artistas lo suficientemente atractivo como para que un chaval de clase media decida gastarse alrededor de 8.000 pesetas y correr con las consiguientes e inherentes incomodidades para disfrutarlo; las lógicas competencias -por público y artistas- entre los diferentes macroconciertos que se hacen en España...Por no hablar de la desagradable sensación de que a las manifestaciones culturales de inequívoco aire y contenido juvenil son sistemáticamente reducidas al exilio del extrarradio o directamente a las afueras de las grandes ciudades, como si quisiera disponer de éstas para otra clase de ciudadanos.
La historia de las diversas corrientes de música popular del siglo que termina, que han sido enarboladas por las diferentes juventudes que las hicieron importantes en fama o ventas, siempre han tenido la ciudad de fondo. Necesitan del entorno urbano para desarrollarse y provocar encuentros que enriquezcan las numerosas tendencias estéticas y artísticas que confluyen en ella. Parecen la única manera de que la rueda de la música joven no se pare, ya que, si lo hace, se terminará copiando o comprando lo de fuera. Ya hay que hablar -y con todo respeto- de festivales en las afueras de Jerez, Móstoles, el Pirineo... ¿Qué hay de Madrid, Barcelona, Granada...?
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