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OFENSIVA ALIADA CONTRA SERBIA

Un reportero entre los refugiados

La huida de un reportero italiano junto a miles de albanokosovares "expulsados sistemáticamente" de la capital de Kosovo

ENVIADO ESPECIAL"Se encaramaban al tren por las ventanillas, se aferraban a los estribos, enloquecían por marcharse. Si quieren una imagen de la estación de Pristina piensen en una película sobre la persecución nazi contra los judíos". Antonio Russo, de 39 años, reportero de la italiana Radio Radical, fumaba ansiosamente y daba largos tragos a una lata de refresco mientras relataba en Skopje su experiencia, la misma historia de horror que han sufrido miles de albanokosovares. Llegó a Kosovo una semana antes de que empezara el ataque de la OTAN. Y permaneció allí hasta el jueves, cuando abandonó el país junto a miles de refugiados.

Pasa a la página 7

Las opciones para un kosovar: "Rendición o muerte segura"

Viene de la primera páginaLos refugiados albanokosovares huyen en masa de la limpieza étnica, el pánico, la destrucción sistemática... Russo había sido testimonio de todo ello. "Hui porque pensé que mi vida estaba en peligro si continuaba en Pristina. Dejé allí mi ordenador, mis cámaras fotográficas y mi equipaje. Hui como todos los demás, sin otra cosa que lo puesto", explicó a EL PAÍS.

Una chaqueta sucia, unos zapatos polvorientos, una cabellera desgreñada y unos ojos hundidos. La larga marcha hacia la frontera iguala a todos los fugitivos. Antonio Russo, sentado en un sofá, encendía otro cigarrillo y daba otro trago: "La estrategia de los serbios es sistemática y tiene como objetivo el vaciado de Kosovo".

"Los serbios combinan la acción del Ejército, de las unidades especiales paramilitares y de la Policía. Nada se deja al azar ni es atribuible a la actuación de grupos incontrolados. Se trata de operaciones bien planificadas", subrayó el periodista italiano. El mecanismo de la limpieza étnica tiene tres fases. "Al principio, las fuerzas serbias rodean un barrio determinado de la ciudad y empiezan a bombardearlo, sin prisa, sin precipitación", prosiguió. "Los guerrilleros del Ejército para la Liberación de Kosovo, si los hay en el barrio, pueden resistir durante unos días. Pero el ataque serbio apunta a agotarlos poco a poco. Se turnan para bombardear por la mañana, por la tarde, por la noche, y estrechan lentamente el cerco. Sin agua, sin comida, bajo las granadas, cualquier resistencia termina por ceder".

Entonces se despliega la segunda fase. "Los tanques, los vehículos policiales, los temidos hombres de uniforme negro de Zeljko Raznatovic, Arkan, se aproximan a las viviendas. Grupos de gitanos colaboran con ellos como informadores. Con altavoces, conminan a los kosovares a salir de sus casas. Las alternativas que ofrecen son tajantes: o rendición, o muerte segura". "Yo", explicó Russo, "había cambiado varias veces de barrio en busca de seguridad. Pero al final, en la zona de Velania, quedé cercado. Y tuve que elegir la opción por la que tienen que inclinarse casi todos, la de entregarme con las personas que me acompañaban, un grupo de estudiantes de la universidad de Pristina". Tras la rendición, los serbios seleccionan. Unos pocos, cuidadosamente elegidos -generalmente vinculados con la guerrilla o con partidos políticos: la información de que disponen es buena-, son ejecutados sobre la marcha o apartados del resto del grupo. Después saquean las casas y, en muchos casos, las incendian. Los prisioneros son conducidos al estadio de fútbol de Pristina.

La aglomeración en el estadio da inicio a la tercera fase de la limpieza étnica. "Los vigilantes están en lo alto de las gradas, desde donde pueden masacrar fácilmente a los prisioneros si se produjera una revuelta", siguió el relato. Russo estuvo allí, junto a miles de kosovares. "Debajo del estadio tienen algún tipo de instalación, el cuartel general de alguna cosa, y los prisioneros son claramente utilizados como escudos humanos. Gradualmente, a medida que llegan nuevos contingentes de personas expulsadas de sus casas, sacan grupos del estadio y los conducen a la estación de ferrocarril o a las explanadas donde tienen preparados los autocares. Insultan y de vez en cuando disparan al aire, pero no suele haber violencia física", dijo el periodista, con otro cigarrillo en los labios.

"Estuve varias horas en la estación abarrotada. Todo el mundo intentó abordar el primer tren hacia la frontera y vi escenas terribles. Hacían cualquier cosa por conseguir una plaza", suspiró Russo. "Conseguí acceder al segundo convoy y, tras dos horas de espera, sin espacio, apretujados, el tren se puso en marcha. Al final de trayecto, cerca del paso fronterizo, nos hicieron bajar y seguir a pie. Caminamos y llegamos en masa, en un embotellamiento de personas, hasta el puesto de la policía macedonia. Dije quien era, el embajador italiano fue contactado y se interesó por mí, y aquí estoy ahora. Mis compañeros de viaje permanecen en los campos fronterizos, a la espera de que les trasladen hacia algún lugar". "Quisiera descansar un rato", terminó.

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