El arte de hilar fino
Para ser bordador religioso hay que hilar fino. Se trata de un oficio que requiere años, devoción y paciencia. Como si esto fuera poco, es un arte que rara vez se compagina con otro. "El bordador de Semana Santa normalmente no hace trabajos que no sean cofrades". Lo dice Manuel Mendoza y lo sabe. En los 20 años que lleva al frente de su taller de Málaga ha plasmado su arte en túnicas, palios y sayas pero sólo en una capa de un torero: la del diestro Joselito. A pesar de la exclusividad, no les sobra tiempo. Juan Rosén, uno de los maestros con más solera de la ciudad, sólo recibe encargos con dos años de antelación. El proceso es siempre el mismo porque, como ocurre con todo lo que rodea a la Semana Santa, este oficio "vive del pasado" y es muy reacio al cambio. "Desde el Barroco el bordado apenas ha evolucionado", comenta Mendoza. El material: hilo de plata de bañado en oro con matizaciones en seda. Los motivos, basados en el estilo barroco cofrade: florales y vegetales. El proceso: diseñar sobre papel, sacar los diferentes motivos de la composición "al igual que se deshace un puzzle", recortarlos en fieltro y, sobre un bastidor, comienza el proceso. Cuando están acabadas las piezas se recortan y se montan sobre terciopelo, tisú, raso o damasco. Como todo oficio también este tiene sus trucos: el hilo tiene que estar encerado "para que quede tenso" y una vez finalizado el bordado "se unta en la parte de atrás con almidón para fijar los hilos". El primer bordador del que se tiene constancia en Málaga, Miguel Hernández Tirado, data de 1517. En Sevilla, según dice Rosén, "debieron de surgir con la primera cofradía, la del Silencio", que nació en 1340. "Como todos estos oficios ha tenido sus más y sus menos". Desde mediados del siglo pasado y hasta de este el bordado estuvo en manos de las monjas, encerrado en los conventos. "Si las hermandades no se hubieran hecho con el oficio se habría perdido", dice Mendoza. Y los datos le dan la razón. En los años sesenta, el taller de Rodríguez Sanz, una tienda de artículos religiosos, rescató el bordado de los conventos. Hoy en día sólo queda uno en Málaga que se dedique a tales menesteres, el de las Adoratrices. Rosén llegó una década más tarde y ahora, para asegurarse que nadie va a perder el hilo, dirige la única escuela de bordadores que existe en la provincia: la de la Asociación Lupus. "No te puedes hacer una idea de lo emocionante que es ver a una imagen vestida con una túnica tuya, ver cómo la gente se queda con la boca abierta", asegura Mendoza. Eso y también ver como es capaz de hacer -con sus manos y una aguja- que el hilo parezca sobre la tela una pieza labrada de oro.
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