La movida de Felipe
Felipe González habla del nuevo mundo -de lectores, de oyentes, de espectadores- que se abre al español global con la misma convicción, el mismo fervor e idéntico entusiasmo con que a finales de los setenta Juan Cueto intentó persuadir a sus conciudadanos de que la televisión no es una caja tonta. Cueto ha terminado saliéndose con la suya -en España, en Italia, ahora en Francia, donde le acaban de nombrar para la dirección de Canal +, allí donde va-, pues el invento ya no se mira de reojo como si lo hubiera creado Franco, pero Felipe lo tiene más difícil con la cruzada -la movida, dijo él- que propuso para impulsar la fuerza de la creación iberoamericana: frente a su idea, que es noble y certera, como él mismo, se alza el innoble muro de la indiferencia, que él mismo habrá comprobado por la lateral respuesta que tuvo en los medios el encendido alegato con el que inició el otro día la clausura del foro de creadores iberoamericanos que organizó la SGAE en la Casa de América. Pero no fue sólo lo que dijo Felipe lo que cayó en el vacío: el propio foro ha pasado como un soplo por los medios, ni controversia ni datos, nadie parece entender que estamos pisando con desgana la hierba del porvenir.El foro, que tuvo como grandes estrellas a dos grandes escritores nuestros -iberoamericanos-, José Saramago -que rescató el espíritu de la tribu de la sensibilidad común- y Gabriel García Márquez -que leyó un hermoso relato de melancólico erotismo, con el que devolvió a la palabra su poder de caricia-, alcanzó, con el discurso del presidente González, el punto de inflexión en el caso de deber apoyar ahora el mundo creativo que se expresa en español y en portugués; habita en el Sur, y con su lenguaje y su imaginación pretende, y a veces logra, la conquista del Norte. Felipe González no habló como un visionario en esa clausura, sino como un hombre de acción, como le llamó el vicepresidente de la SGAE, Teddy Bautista. Y su discurso no fue el vacuo reto a que nos tienen acostumbrados los políticos; acaso por eso después del discurso ha venido el silencio, el olvido mediático de lo que supone el propio foro como lugar en el que quiso manifestarse la situación desamparada de la creación iberoamericana. Lo que propuso Felipe González parte de su experiencia como viajero apasionado a América Latina y como integrante de un país, España, que cuando se contrasta con Europa es europeo, pero que cuando dialoga con América y con Europa a la vez es iberoamericano. Ésa es nuestra sensibilidad, y en términos crudos ése es también nuestro porvenir y nuestro mercado. Sugirió González que ya que lo que tiene éxito en Estados Unidos lo tiene en todo el mundo, esa gran movida a favor de la sensibilidad común debe iniciarse en Los Ángeles y en Nueva York, y aconsejó, sobre todo a los jóvenes españoles, el viaje a América: "¡Vayan, aunque sea nadando!".
No es retórica. Las administraciones iberoamericanas -la española incluida, como es natural- viven de espaldas al poderoso porvenir que supone compartir una manera de dirigirse al mundo y de aprovecharse de la consecuencia económica de esa extraordinaria posibilidad comercial. Esta dejadez afecta colectivamente porque no es imputable sólo a los Gobiernos. Durante el foro de la SGAE -en el que el presidente de la entidad, Manuel Gutiérrez Aragón, hizo un balance de nuestra falta de competitividad con el mundo anglosajón- se sumaron datos significativos de nuestra dependencia cultural: el cineasta colombiano Sergio Cabrera dijo uno referido a su propio sector: "Estados Unidos nos vende el 99% de lo que produce y nos compra el 1% de lo que producimos nosotros".
Oyéndole lanzar su reto de alcance iberoamericano a Felipe González podíamos pensar hasta qué punto este país, tan mezquino y tan olvidadizo, tiene desaprovechada la fuerza de este líder político que podía ser perfectamente el patrocinador y el impulsor de esa gran movida iberoamericana que está tanto tiempo tardándose en producir.
A lo mejor se hace un día, y en otro idioma.
Babelia
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