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Católico de izquierdas, buscador de consenso

En un breve discurso pronunciado en la plaza romana del Campidoglio el 3 de mayo de 1998, al calor de la admisión de Italia en el euro, Romano Prodi dijo una breve frase que había de resultar profética a la vista de la decisión tomada ayer por los jefes de Estado de los Quince: "Una vez integrada Italia en Europa, ahora traemos Europa a Italia". Eran días eufóricos para este economista, profesor de la Facultad de Ciencias Políticas de Bolonia, convertido en un político popularísimo por obra y gracia de Europa, esa diosa prodigiosa que venera Italia como ningún otro país del Viejo Continente.Días grandes para Romano Prodi, el tímido profesor que hizo carrera política a la sombra del frondoso e inextricable árbol de la Democracia Cristiana, después de haber conseguido todos los títulos, todos los diplomas internacionales pertinentes. Licenciado en económicas por la Universidad Católica de Milán, profesor más tarde en la de Bolonia, capital de la región de Emilia Romaña, donde nació el 9 de agosto de 1939, en la localidad de Scandiano, no le faltó a Prodi la pertinente licenciatura de posgrado en la London School of Economics, un curso como investigador en la Universidad de Stanford y otro como profesor invitado en la Universidad de Harvard. En Italia, sus actividades económico-intelectuales le llevaron a presidir la editorial Il Mulino y la prestigiosa revista de geopolítica Limes.

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Su carrera política también es amplia. Prodi fue viceministro de Industria entre noviembre de 1978 y marzo de 1979, y presidente del IRI (el Istituto per la Riconstruzione Industriale), además de consejero de la comisión para el proyecto del tren de alta velocidad en 1992. La experiencia en relaciones internacionales (especialmente con Estados Unidos) de Romano Prodi es considerable, y son conocidos sus lazos con el Aspen Institute y los servicios prestados por este hombre en las grandes bancas internacionales. Políticos de la vieja escuela, como el ex presidente de la República Francesco Cossiga, uno de los principales enemigos de Prodi, le han reprochado su pasado de consultor para la banca americana Goldman Sachs.

Poco importan las opiniones de Cossiga, porque Romano Prodi, casado con Flavia Franzori, está acostumbrado a ganar, como él mismo ha dicho más de una vez. Los triunfos en su larga carrera los ha cosechado más con el esfuerzo del corredor de fondo -es conocida su afición al ciclismo, un deporte que exige, sobre todo, resistencia- que con la arrolladora fuerza del carisma. La primera sorpresa la dio en abril de 1996, cuando su rostro sonriente, engañosamente bonachón, le cayó tan simpático a los italianos que se apuntó el triunfo de la coalición el Olivo en las elecciones generales. Las guerras sempiternas en la arena política italiana decidieron a los ex comunistas a apoyar a este profesor, bien visto por los católicos y de apariencia dócil. Resultó, sin embargo, que el profesor se reveló como un tipo nada dócil. Un católico de izquierdas decidido a cantarle las cuarenta a la Iglesia en temas espinosos como la financiación a la escuela católica o la ley de fecundación in vitro.

Prodi resultó ser un hábil político capaz de pulsar con elegancia las distintas cuerdas políticas del centro-izquierda. Así que cuando Italia fue admitida, finalmente, en el exclusivo club del euro, la principal medalla por el éxito de la operación se la colgó el sonriente Prodi en la solapa. Lo que no sabía entonces el profesor boloñés es que la fiesta en la plaza del Campidoglio del 3 de mayo de 1998 venía a marcar el cenit y el ocaso de su presidencia.

El resistente escalador, el habilísimo sacristán, como era representado a menudo por los caricaturistas, hizo mal todos los cálculos (hay quien asegura que fue engañado) y se estrelló definitivamente un día contra la roca del Partido de Refundación Comunista, que había amenazado al Gobierno del Olivo desde su constitución. En octubre de 1998, el entonces primer ministro italiano perdió por un voto una moción de confianza en la Cámara de Diputados. Fue una derrota amarguísima. El político derrotado se expresó en los términos más duros sobre Italia: "Estamos ante un país sin timón". Se sentía traicionado por sus propios aliados, sobre todo por el líder del principal partido del Gobierno, el de los Demócratas de Izquierda, Massimo d'Alema, que le reemplazó al frente del Ejecutivo.

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Bastaron un par de meses para que Romano Prodi se recuperara de ese golpe psicológico e iniciara un contraataque político que, por caminos extraños, le ha llevado a obtener la principal poltrona de Bruselas. Con la inestimable colaboración del ex juez Antonio di Pietro, uno de los políticos más populares de Italia, y el añadido de varios alcaldes famosos, Prodi regresó en febrero a la escena política dispuesto a consumar su venganza: arrinconar al centro-izquierda reconstruido en torno al partido de Cossiga (hoy ya desaparecido) en una esquina indefinida del espectro político, mediante un movimiento político bautizado como Los Demócratas, que se identifica ante los electores con un burrito disneyano. Interesadas o no, las primeras encuestas han dado al nuevo movimiento un alto porcentaje de votos virtuales (en torno al 15%) y han decidido a D"Alema a empeñarse con todas sus fuerzas en la promoción europea de Prodi. Ya se sabe: al enemigo que se va..., puente de plata.

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