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Reportaje:

Toxinas contra la mosca

Un nuevo producto acaba con la plaga principal de los olivares madrileños y permite una gran cosecha

Los olivareros madrileños han vuelto a respirar tranquilos. Después de la catástrofe de 1997, cuando la devastadora plaga de la mosca echó a perder el 90% de una cosecha que se prometía suculenta, el sector ha logrado recuperar la normalidad. Las cifras que llegan a la Dirección General de Agricultura sobre los resultados de la primera colecta tras la catástrofe son unánimes. La remesa de 1998 no viene abundante, pero saca muy buena nota: su promedio de acidez está por debajo de las tres décimas de grado. Tanto alborozo se respira en el gremio que el presidente de la poderosa Cámara Agraria de Morata de Tajuña, Francisco Fernández Tejero, no ha dudado en remitirle una misiva al director general, Adolfo Cazorla, en la que le recomienda: "Hay que sacar el orgullo madrileño. Nuestro oro líquido no tiene nada que envidiarle al de Jaén".La clave de este resultado halagüeño parece encontrarse en el tratamiento fitosanitario (con insecticidas) elegido, un estreno en los olivares madrileños con el que los responsables en plagas han dado en la diana. Los informes técnicos elaborados con motivo de la hecatombe de 1997 revelaban que las moscas no sólo se habían inmunizado contra el veneno habitual, sino que se multiplicaban con motivo de un periodo de actividad sexual frenética. Las tornas han cambiado con la aplicación de un producto, el Bacillus thurigiensis, variedad Kurstaaki, que, como diría el publicista, las mata bien muertas.

"Ha sido una buena elección", corroboró ayer Pedro de Lestal, profesor de entomología en la Escuela de Ingenieros Agrónomos de la Universidad Politécnica. Y agregó: "Lo bueno de este bacilo es su origen natural. Proviene de una bacteria que se encuentra en el suelo, por lo que se aleja de los insecticidas de síntesis [química], que son los que tienen mala prensa...".

Al bacillus se le introduce, por fermentación, una toxina con efectos devastadores para la polilla del olivo (Prays oleae). Su acción es silenciosa y demoledora: el bichito entra en contacto con el bacilo y de inmediato pierde el apetito. En cuestión de dos o tres horas, la oruga ha desaparecido del mapa. La Consejería de Agricultura de Andalucía también ha optado por el Kurstaaki para sus olivares, con parecido grado de aceptación. "Es lo que estamos recomendando ahora para la producción de aceite ecológico", confirmó un portavoz regional.

De las 24.299 hectáreas tratadas este año, el bacillus se empleó en el 76,7% de la superficie, mediante fumigaciones aéreas. Cuentan como anécdota en la dirección general que a un agricultor de Tielmes, desconocedor del programa plaguicida, le sorprendió el avión y recibió una copiosa lluvia fitosanitaria. El portavoz regional del PSOE en materia agraria, Antonio Chazarra, ha formulado una pregunta parlamentaria para determinar por qué el tratamiento fue aéreo, y no terrestre. "La fumigación aérea es más cara y está desaconsejada por su potencial contaminador en otros terrenos", indicó. Según el fabricante, el bacillus sólo puede ser dañino para las abejas, por lo que conviene aplicarlo al amanecer.

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