Desde la admiración
Eladio nos ha dejado para siempre. España pierde un científico y un pensador -yo pierdo un amigo, un confidente de ilusiones-. Eladio comienza su carrera científica cuando en España la ciencia era un escaparate político, una decoración. Él ha ayudado a que sea una empresa. Le conozco desde su época de estudiante; culto, reflexivo, ambicioso de hacer cosas relevantes.Desgraciadamente la ciencia española como aventura, como afirmación del orgullo personal, como prestigio de una cultura, había vuelto a ser excepcional desde hacía años. Eladio aprendió él solo a enfocar la ciencia con conocimiento, con rigor, en lo que posiblemente le ayudó su maestro Alberto Sols.
Marcha a Nueva York con Severo Ochoa a medirse con la ciencia internacional. Vuelve seguro de sí mismo y se atreve con la biología de un organismo (el fago Phi29), no con un problema puntual. La biología era todavía una colección de disciplinas inconexas: anatomía, histología, bioquímica, genética. El complejo mundo de la realidad observable exigía conectar estos niveles para entenderlo. Eladio eligió la bioquímica, un potente método analítico pero que dejaba para más adelante qué hay más allá de la descripción de las moléculas, y él entendió que eso requería conocer la personalidad de los genes, sus interacciones en sistemas. Esa empresa ambiciosa le da el prestigio, la admiración y el respeto de una pléyade de estudiantes que aprenden a razonar y a operar; a luchar con la cabeza, no con los limitados medios técnicos disponibles.
Cuando esto está en marcha, encara dos nuevas ilusiones: se ofrece a organizar una institución de la magnitud del Centro de Biología Molecular, un ente mixto Universidad Autónoma de Madrid- Consejo Superior de Investigaciones Científicas, y lo consigue: es hoy día una realidad comparable a la de otros centros de investigación relevantes en el mundo.
La segunda aventura es la de atreverse con otro sistema biológico más complejo aún: el virus de la peste porcina africana; ciencia básica y útil emulando a Pasteur. Su atrevimiento, su realismo, su sensatez y su profunda preparación teórica le hacen un científico modelo.
España se hubiera beneficiado de su consejo y del dedo de su ambición. Ya no es posible. Ahora sólo le queda el que la tierra le sea leve. A nosotros nos queda su memoria, íntima.
Antonio García-Bellido es profesor de investigación en el Centro de Biología Molecular (CBM) y premio Príncipe de Asturias de Investigación Científica y Técnica 1984.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.