5 de marzo
JAVIER UGARTE Han pasado veintitrés años y cinco días desde aquello. Vamos, una eternidad. Hoy ya no es 5 de marzo -no se inquiete usted- ni afortunadamente estamos en 1976, el día en que se celebró el funeral por tres de los fallecidos el miércoles anterior en el espeluznante y sangriento desalojo de la Iglesia de San Francisco en Vitoria. Recordar no es siempre tarea grata (no desde luego en este caso). Puede resultar, además, insatisfactoria pues quedan en el olvido otros matices de lo recuperado. En ocasiones, sin embargo, es saludable agitar el estanque manso del olvido -tan necesario, en todo caso- y rescatar algún retazo de memoria, iluminar el presente con el destello de la experiencia. Y eso está bien. Recordar, en todo caso, tranquilamente, harto como está uno de agresividad y crispación. Al evocar el 5 de marzo de 1976 en Vitoria se apela a todo un tiempo, desde luego, y no sólo a un suceso concreto. Pero, simultáneamente -al desplazar el centro de atención del 3 al 5 de marzo-, se quiere subrayar la serenidad con que se vivió ese viernes en Vitoria, el impresionante y tenso sosiego que se transmitió al resto de España, clave para el impacto emocional que obtuvo y su efecto en el proceso político que se vivía. Y también aludir a la masiva presencia de la nueva ciudad (más del 50% procedente de la inmigración), dolorida, y, por una vez, orgullosa. Vitoria, tras largos conflictos laborales imposibles de resolver en el marco del régimen heredado de la guerra del 36, había parado en huelga general el miércoles día 3. En ese contexto de tensión se produjeron las muertes. Franco había desaparecido, pero el presidente Arias trataba de prolongar su régimen con pequeñas variaciones. La asistencia a la Catedral, lugar en que se celebró el funeral, y a la posterior conducción fue masiva y tuvo mucho de espontáneo dolor por la crueldad con que se trataba a gentes que no hacían sino exigir sus propios derechos. Cuenta el periodista José Antonio Abásolo que ese día la rabia de los días anteriores fue sustituida por una actitud serena expresada con el impresionante silencio de los presentes. Sin duda, las maniobras palaciegas de los Torcuato Fernández Miranda o Alfonso Osorio, la aparición de una generación joven en el régimen (Adolfo Suárez) dispuesta a pactar con la oposición democrática, la unidad de ésta en la Platajunta (26 de marzo), coadyudaron a resquebrajar al aún poderoso búnker del franquismo. Pero la oleada de huelgas y manifestaciones a favor de los derechos que la dictadura reprimía, y de los que fue exponente aquella marea humana el 5 de marzo en Vitoria, fueron decisivos en esa dirección. Aquel 5 de marzo, Suárez demostró temple al permitir el funeral frente a quienes (el propio Arias) propendían a un duro estado de excepción; Arias Navarro se sumía en la perplejidad durante el Consejo de Ministros, y la propia oposición aceleró su unidad ante el nuevo tiempo que se anunciaba. El 1 de julio, Arias dimitía y se iniciaba una incierta e improvisada reforma. Pero un proyecto que aspirara a la democracia debería ya en lo sucesivo contar con la opinión pública simbólicamente expresada aquel día. Por lo demás, en la homilía de la Catedral de ese día se leían palabras de un hondo calado moral: "Una violencia ciega", se decía, "ha arrojado el peso de un dolor insoportable sobre unas familias de Vitoria y sobre este pueblo nuestro". Resulta inevitable, desde el recuerdo, evocar hechos más recientes. Estamos en pleno proceso, y Dios sabe lo que va a ser de él. Pero, si ciertos juegos de salón o la nueva dirección de HB pueden coadyuvar a resquebrajar al nuevo búnker, la silenciosa y masiva marea humana de julio de 1997 (que, desengáñense los nacionalistas, no iba contra ellos, sino contra ETA) fue sustantiva en esa dirección. Sólo si su mensaje político y moral son escuchados llevaremos a buen puerto el empeño. Falta, probablemente, la unidad entre los demócratas de todo signo, y, abusando de los símiles, saber si EH apuesta por la "reforma" o simplemente por el "aperturismo". No procedemos de una tradición ingenua, pero sabemos -eso espero- dónde está lo sustantivo.
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